La ecuación que une sexo y salud parece sencilla de armar. Veamos. Practicado una vez por semana, ayuda a regular el sueño y también el apetito. Si duplicamos la frecuencia, fortalece un 30 % el sistema inmunológico. Tres veces por semana, mejora el ritmo cardíaco y la circulación sanguínea. Quien llegue a cuatro veces notará un rejuvenecimiento casi instantáneo de su piel. ¿Cinco? Buen humor y mayor rendimiento laboral. A diario, el sexo sería un fabuloso regalo para nuestro cerebro. Oxigena la sangre, nos dota de nuevas neuronas, libera endorfinas y reduce los niveles de ansiedad y depresión. Son conclusiones refrendadas por diferentes investigaciones científicas, como la del neuropsicólogo David Weeks, del Hospital Royal Edinburgh (Escocia), que asegura que los encuentros sexuales, si son regulares, incrementan las defensas y ayudan a detener la vejez. Pero la realidad podría hacer añicos tales alegrías: a partir del tercer año de relación, las parejas no pasan, según las estadísticas, del 1,1 encuentro sexual por semana.
Y a pesar del mal dato, todavía cabe confiar en una solución para lograr mantenernos sanos a partir del sexo: buscar un amante. La psicóloga Deborah Taj Anapol (EE.UU.), una de las impulsoras del poliamor, alega una razón de salud para defender la infidelidad como fortalecedora no solo del sistema inmunitario, también del matrimonio.
Sin orgasmos, la salud se resiente
En su libro Poligamia en el siglo XXI, plantea que el sexo puede prevenir la enfermedad e incluso curarnos de ciertas patologías, y relega el matrimonio a una simple institución reproductiva “sin cabida para experimentar el lujo del romanticismo y la pasión”. Su trabajo como terapeuta de parejas le hizo llegar a la siguiente conclusión: “La ausencia de sexo en la relación acaba acelerando el envejecimiento y perjudicando la salud, ya que la acumulación de tensión sexual debilita las defensas del sistema inmunológico. Es preciso acceder a más de una pareja para educarnos en el arte del amor y acceder a todo nuestro potencial sexual”.
Los británicos no creen que acostarse con un robot sea infidelidad, pero no les gustaría ver a un amigo en ese trance
A Anapol le aleccionó su propia experiencia: “Una vez que dejé de lado la identidad de la monogamia, atraje a una serie de amantes que reflejaban diferentes partes de mí misma. Sin poliamor, me habría perdido la sensación de libertad”. Sus pensamientos ponen patas arriba las reglas básicas del matrimonio. “La cuestión no es –escribe en su libro– un amante, muchos o ninguno, sino rendirse a la dirección que el amor elige en lugar de rendirse al condicionamiento cultural, la censura o la presión de grupo”. En su trabajo, aconseja y ofrece alternativas para alcanzar la plenitud sexual, teniendo en cuenta que el sexo fuera del matrimonio es el que permite dejar de reprimir y de ignorar el deseo sexual para verlo como una práctica de goce. Su propuesta más polémica es que difícilmente se puede liberar el apetito sexual sin superar la monogamia, a no ser que se tenga la suerte de tener una pareja especialista en sexo tántrico o con una maravillosa educación sexual. Solo hay, según ella, dos obstáculos que frenan el poliamor: los celos y el tiempo. El primero tiene difícil solución, pero para el segundo sugiere que la cura es trabajar menos para disfrutar de más momentos de intimidad. Y, por tanto, vivir de manera más saludable.
Danièle Flaumenbaum, ginecóloga francesa, respalda la teoría de Anapol y ahonda en esa idea de que la energía que libera el encuentro sexual contribuye a curarnos de ciertos achaques y enfermedades y también a prevenirlos. “El sexo –dice– ayuda a mejorar la salud física y el bienestar mental, alejando muchas de las patologías afectivas, emocionales y psíquicas”. Se trata de una convicción cada vez más presente en la sociedad. Cuando, hace unos meses, Gleeden, un portal de encuentros extraconyugales, sondeó entre sus usuarias qué les hace felices, la respuesta fue casi unánime: “Un amante”. Curiosamente, las entrevistadas compartían, según Silvia Rubies, portavoz en España y Latinoamérica de este servicio, una peculiaridad: “Aman a sus maridos, ni siquiera atraviesan una crisis de pareja, pero necesitan savia nueva para nutrir la relación oficial”.
Alicia Walker es socióloga estadounidense y autora del libro The Secret Life of the Cheating Wife: Power, Pragmatism, and Pleasure (La vida secreta de la esposa infiel: poder, pragmatismo y placer), un trabajo que destaca que el concepto de infidelidad no es igual para todos. Para unos implica carne, para otros basta con deseo. ¿Es infidelidad pagar por sexo? ¿Mirar pornografía? ¿Coquetear con el vecino? La línea se mueve tanto que la horquilla en las encuestas es gigantesca. Ese es el motivo por el cual distintos estudios de EE. UU. afirman que la infidelidad femenina oscila entre el 26 y 70 %, y que la masculina va del 33 a 75 %. El dato lo recoge la psicoterapeuta Esther Perel en su libro The State of Affairs: Rethinking Infidelity (La situación de los amoríos: repensando la infidelidad).
Las ventajas de un amante terapéutico
Sean cuales sean los números exactos, lo incuestionable es que se confiesa más. En comparación con 1990, las mujeres afirman tener amantes un 40 % más (o, al menos, lo manifiestan), mientras que entre varones las cifras se han mantenido. La igualdad llega a todos los rincones de la casa, y la alcoba no iba a ser menos. Con el equilibrio, surge también otra manera de mirar la infidelidad.
Anapol (gurú del poliamor): «La ausencia de sexo en la relación acelera el envejecimiento y debilita el sistema inmunológico»
“Estamos ante un nuevo modo de ser infieles –afirma el psicólogo Antoni Bolinches–, en el que desaparece el tono de traición o dolor que ha acompañado usualmente a este acto”. Autor del libro Sexo sabio, él sugiere que “existe una infidelidad compensatoria que consigue salvar el equilibrio emocional de muchas parejas y garantizar su perdurabilidad. Son personas que se llevan bien, con un proyecto y unos intereses comunes, pero la rutina les ha llevado a la habituación uno del otro, rompiendo la erótica definitivamente”. Es el caso de Laura Soto, una de las usuarias más veteranas de Gleeden. Su testimonio, plasmado en su novela Las pasiones ocultas de Jade, es revelador de una infidelidad como opción sexual cada vez más aceptada socialmente de cara a mantener la estabilidad matrimonial. También Isabel Allende, cuando, en 2015, presentó El amante japonés manifestó: “¡Las veces que he tenido amante ha sido rebueno!”.
Es posible amar a tu pareja siendo infiel
Infidelidad no implica necesariamente desamor. Es una idea que empieza a ser palpable en la terapia matrimonial. En Nueva York, Perel atiende en su consulta a un número cada vez mayor de parejas que se aman, se llevan bien, pero han dejado de practicar sexo. “La infidelidad abre en la pareja un diálogo honesto y profundo sobre los intereses y preocupaciones de uno y otro”, defiende. Su fórmula es pactar una nueva libertad que permita conciliar la vida conyugal con la realización de los deseos de cada uno. Es el mismo planteamiento que expuso Juan del Val en la presentación de su último libro, Parece mentira. “Si existe la base imprescindible del amor, la fidelidad tiene una importancia residual”, declaró. Fidelidad o infidelidad, ¿qué más da? Ambas son opciones válidas, aunque deja claro que la primera le produce claustrofobia. En su caso, dice, hay amor y atracción física, pero también espacios donde cada uno tiene su mundo y el otro no se inmiscuye. Tanto Del Val como su esposa, la periodista Nuria Roca, han confesado en televisión que mantienen una relación abierta que les permite crecer, evolucionar y madurar.
Ashley Madison, otra de las páginas para personas casadas, proporciona un dato muy elocuente: el 48 % de los usuarios considera que es posible amar a tu pareja mientras eres infiel. “Tienen claro que sería estúpido romper una relación que funciona solo porque falla en un punto”, indican en su nota de prensa. Aún hay más. El 64 % de los hombres y el 78 % de las mujeres reconoce que la infidelidad ha tenido un efecto positivo en sus matrimonios. Y solo el 19 % de los hombres y el 7 % de las mujeres a nivel mundial siente culpa después de un encuentro con su amante. En Gleeden, el 27 % de las usuarias confiesa también que “son momentos de libertad que ayudan a mantener en pie el matrimonio”.
Además, quienes frecuentan las páginas para adúlteros no descartan la posibilidad de aprender algo nuevo que quizás puedan aplicar después en su pareja estable. Es una de las ideas que se desprenden de la encuesta realizada por el portal de citas Second Live, en la que más del 85 % de los usuarios confiesa que las fantasías prefieren confiárselas a un amante. Y si es una aventura de una sola noche, mucho mejor. Son apetencias que por miedo, vergüenza o culpa cuesta compartir con la pareja oficial. “Siempre resulta más cómodo con un extraño, sobre todo si lo que se desea no encaja en ciertos estándares”, explica su portavoz, Matías Lamouret. Hasta los besos son más y saben mejor en un encuentro extraconyugal, según los datos recogidos entre casi 16.000 mujeres y hombres europeos por Gleeden con motivo del Día del Beso, el pasado 13 de abril. El 72 % se excita con un beso de su amante, casi el mismo porcentaje que dice que raramente le sucede con su cónyuge.
Mayor inteligencia sexual
También en parejas homosexuales la infidelidad, lejos de ser señal de debilitamiento del amor o de la convivencia, puede resultar una experiencia positiva, tal y como concluye una investigación llevada a cabo por el escritor Dan Savage y los psicólogos Justin Lehmiller y David J. Ley. En este caso, más que la emoción de lo prohibido, atrae la posibilidad de personalizar sus necesidades y deseos sexuales, algo que puede ser muy ventajoso para vivir juntos muchos años. Incluso desde el punto de vista tradicional –o sea, entendiendo la infidelidad asociada al dolor y a la traición– puede resultar beneficiosa, al menos a largo plazo, según un estudio de la Universidad de Binghamton con 5.000 personas abandonadas de 96 países diferentes. Craig Morris, antropólogo biocultural y responsable de la investigación, destaca que, después de un periodo de dolor, esta mala experiencia aporta una inteligencia de pareja superior que le ayudará a detectar mejor las señales que indican que un posible compañero no es el adecuado. “A largo plazo, gana”, señala.
El debate ético y emocional sobre la fidelidad está ampliando sus límites y la pregunta que estaba por llegar ya acaba de formularse. ¿Acostarse con un androide es infidelidad? La lanzó hace unos meses HBO en una serie de marquesinas de Madrid a propósito del estreno de la segunda temporada de la serie Westworld. En las imágenes, una desafiante Lili Simmons (Clementine Pennyfeather) dirige su insólito mensaje a quien espera en las paradas de autobús. La inminente integración de robots en nuestras vidas cotidianas ha empezado a expandir las posibilidades sexuales humanas. Ahora bien, ¿sería infidelidad?
El 40 % de los británicos que contestaron a una encuesta realizada por la plataforma digital NOW TV cree que no. Uno de cada tres consideraría esa posibilidad y el 39 % está convencido de que en el año 2050 será una realidad. No es menos paradójico el dato de que al 30 % le horrorizaría ver a uno de sus amigos en ese trance. Y si, llegado el momento, fuese el robot el que pidiese practicar sexo con otro ser humano, ¿sería eso infidelidad?
¿Por qué escoger si pueden ser dos?
Aun siéndolo, de acuerdo con esta nueva percepción del adulterio, transcurriría sin conflicto, sin la disyuntiva de tener que escoger, porque el vínculo con la pareja estable se mantiene intacto. Como dice Bolinches, “una infidelidad bien gestionada puede ser una medida de choque para convertir una relación decadente en duradera y saludable. Mucho más pernicioso que un escarceo o un enamoramiento extramatrimonial sería frustrar un deseo o una emoción inesperada por respeto a la pareja. Esta sí sería una represión que desestructuraría de manera irremediable la relación”. La duda ahora es cómo manejarla sin estrés. ¿Cómo gozar del sexo extramatrimonial sin que se tambalee la pareja oficial? “No olvidemos –recuerda el psicólogo– que el 95 % de las parejas son cerradas. Esto no significa que haya que tabicar el deseo, sino simplemente entender que hay goces que solo te los va a proporcionar una aventura”. Su primer consejo es la discreción. Esto fue lo que perdió a Don Draprer, protagonista de la serie Mad Men y adúltero compulsivo. La infidelidad, demasiado obvia en su matrimonio, pasó a ser dolorosa solo cuando su esposa descubre que los demás conocían lo que ella no había querido ver. Don llegó a su última temporada incapaz casi de hacer un recuento de amantes. Una maestra, su vecina, una prostituta, jóvenes solteras, casadas maduras… Hasta entonces, y mientras pudo mirar hacia otro lado, ella no se había sentido humillada.
Un tercero en escena. ¿Qué es lo ocurre en nuestro cerebro?
Cuando aparece un tercero o una tercera, la química del cerebro es similar a la de hacer puenting. Y, además, genera adicción. Lo explica el neurofisiólogo Eduardo Calixto González.
El deseo gana a la razón. El sistema límbico (donde gobierna el deseo) gana a la corteza frontal (sede de la razón). El cerebro registra menor actividad en esta última y un incremento en las estructuras límbicas, lo que le lleva a abrirse a nuevas experiencias y a un mayor deseo sexual.
Las hormonas te emborrachan. El cerebro se inunda de dopamina, un neurotransmisor que aumenta la sensación de placer, euforia y energía. También de oxitocina, hormona del apego asociada Además, hay mayor secreción de endorfinas, que multiplican ese efecto placentero. Además, hay mayor secreción de endorfinas, que multiplican ese efecto placentero. Más testosterona y con ella más apetito sexual. Otras sustancias químicas reducen la atención y llevan a la falta de control.
Niveles altos de cortisol, la hormona del estrés, ante la presión por mantener en silencio la aventura. Pueden derivar en problemas de memoria. Aumento de la hormona vasopresina (asociada a la búsqueda de emociones). En algunas personas esto se relaciona con el gen RS334.
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