Las relaciones tóxicas se evalúan desde el prisma jurídico, si hay un delito, o médico, si hay un trastorno, pero en realidad, la clave está en cómo nos sentimos
¿Qué es una relación tóxica? Desde luego, si hay maltrato físico o psicológico, pero con la llegada de Internet también han aparecido otras muchas conductas problemáticas con nombres en inglés que sin embargo se refieren a conductas dañinas muy reales: ghosting, haunting, submarining, zombieing, slow fading, icing, simmering, benching, breadcrumbing, orbiting.
Por lo general se califica una conducta como problemática desde dos enfoques: el jurídico y el médico, que nos indican si las relaciones son beneficiosas o perjudiciales.
Según el enfoque jurídico o penalista, se buscan determinados delitos, graves o leves, y se apunta con el dedo al miembro “tóxico” de la relación. El mayor problema con este enfoque es que asume una intención de hacer daño, controlar o perjudicar al otro. Y no siempre es así.
Pero presuponer que la persona con quien tienes una relación tiene mala intención tras sus acciones instala la desconfianza y la sospecha permanente… Así comienza la búsqueda de pruebas que confirmen que esa persona nos miente, que nos ha ocultado sus verdaderas (y pérfidas) intenciones. Esto es incompatible con la base de toda relación: la confianza.
¿Significa eso que debemos confiar siempre? No, en absoluto. La mala intención existe en algunas relaciones, hasta el punto de alcanzar los números escandalosos de muertes y agresiones que se producen diariamente desde hace décadas.
La visión penalista de las relaciones tóxicas hace que pongamos la atención en una conducta EXTERNA, y que tengamos que valorar si hay una intención buena o mala detrás. Si hay mala intención, la relación es tóxica, pero si es sin mala intención, entonces no.
Así, nos encontramos en una tarea imposible: saber a ciencia cierta cuál es la intención detrás de la conducta de alguien. Poner la atención en una conducta externa nos lleva a perder de vista lo más importante en la relación: nuestras propias emociones. ¿Cómo me estoy sintiendo?
Cambiar el foco a nuestras propias emociones no es algo tan sencillo como cambiar nuestra mirada, no es algo que se pueda hacer de un momento a otro. A veces llevamos tanto tiempo pendientes de la conducta ajena que nos hemos olvidado de identificar qué estamos sintiendo.
Al poner el foco en nuestras propias emociones a veces nos hacemos conscientes del hartazgo, del cansancio, del agotamiento. Descubrimos que esa relación no nos está haciendo bien. No es necesario identificar las intenciones del otro para saber si nos sentimos mal.
Por supuesto, existe la posibilidad de la mala intención, y es bueno saber identificarla. Es lo que pasa a menudo en situaciones de malos tratos. Cuando alguien que está en esa situación cuenta su vivencia, la persona que escucha se hace consciente de que está en esa misma situación. De repente tienen sentido todas esas pequeñas cosas que no había relacionado entre sí, esas emociones y malestar que no sabía identificar.
Pero, sin llegar a esos casos extremos, ser mala persona no es delito. Tampoco es delito ser una persona muy aburrida, con poca iniciativa o egoísta. Llegar siempre tarde, hablar demasiado alto, no limpiar, no responsabilizarse de las propias tareas y apelar siempre a la flexibilidad ajena para que lo acepten, la falta de empatía. Estas conductas, que no nos gustan en una relación, salvo excepciones, no son delito. Cierto es que hay algunos rasgos de personalidad que pueden cambiarse con terapia, pero conviene recordar que es un delito someter a alguien a terapia contra su voluntad.
Por eso es tan importante que pongamos el foco en cómo nos sentimos, incluso cuando la otra persona se comporta con la mejor intención. Si nos damos cuenta de que nos sentimos mal, eso nos llevará a plantearnos cambios en nuestra relación, o en su caso, que la demos por terminada.
Esto es especialmente importante para quienes estamos fuera de la norma heteronormativa, patriarcal o monógama. Nuestras relaciones, prácticas, situaciones e identidades no son comunes, y no tenemos suficientes referentes sobre cómo es una buena relación. Por eso es fundamental mantener la conexión con nuestras emociones, para cambiar la relación o salir corriendo si es necesario.
También se suele calificar a una persona o una conducta como tóxica desde el punto de vista médico. Consiste en convertir la vida en una experiencia que debe medirse según criterios de normalidad o patología, y para la que siempre habrá una solución médica, una pastilla o una terapia. Esto hace que problemas muy comunes, que todos encontramos antes o después en nuestra vida, se conviertan en enfermedades.
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Ambos enfoques, el penalista y el médico, ponen sobre nuestras espaldas la responsabilidad de evitar las relaciones tóxicas, de ser capaces de detectarlas, de aconsejar a otras personas y salvar a nuestras amistades de ellas.
Esto a veces esconde la ausencia de una estructura social que evite esas situaciones desde el principio: una educación sexual (que no tiene que ver sólo con los genitales) que nos enseñe a vivir más a gusto en nuestras relaciones y su paradójicas dinámicas. Consejo y atención médica y psicológica garantizados como un servicio público. Soluciones jurídicas y sociales sencillas, rápidas y accesibles a todo el mundo para abandonar relaciones que no les están haciendo bien.
Pero claro, es mucho más barato y rentable responsabilizar a cada persona de sus relaciones tóxicas. Y mientras, al mismo tiempo, se van desmontando, estigmatizando o despojando de recursos a los servicios públicos que proporcionan los cuidados a los que todo ser humano tiene derecho. Pero eso será objeto de otro artículo.
Foto: Vic
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