El tratar el sexo como aquello que afecta únicamente a nuestros genitales, una idea heredada de Freud y hoy superada, nos lleva a pasar por alto su papel fundamental en nuestra salud, bienestar y relaciones personales

A menudo se habla de nuestra vida sexual, de nuestra conducta sexual como si fuera algo completamente diferente al resto de nuestra vida, del resto de nuestra conducta. Como si nuestra mirada de cariño de repente se transformara en una mirada sexual, como si la complicidad se convirtiera en  una complicidad sexual, como si estar a gusto con alguien se convirtiera en sexual en un momento determinado.

A veces, intentando encontrar una razón por la que usamos tanto esa palabra, creemos encontrar la justificación en la intención que hay detrás: una mirada, un gesto, una caricia, una conversación es “sexual” si tiene como objetivo terminar teniendo relaciones sexuales, como si fuera parte de un ritual de cortejo antes del apareamiento.

El sexo más allá del instinto animal

Esa confusión de lo sexualmente relevante para los seres humanos con las conductas animales hace que sigamos pensando como en el siglo XIX. Esa mirada tan poco comprensiva nos dice que somos seres humanos excepto cuando nos dejamos llevar por lo animal, lo instintivo, lo irracional, lo incontrolable. Una narración que se popularizó mucho con Freud y que sigue estando en el fondo de nuestras creencias lo que es sexualmente relevante en nuestra vida.

“Para explicar el hecho de la existencia de necesidades sexuales [derivadas de la condición sexuada animal] (die geschlechtlichen Bedürfnisse) en el hombre y el animal la Biología formula la hipótesis de una «pulsión sexual» (Geschlechtstriebes). En eso se procede por analogía con la pulsión de nutrición: el hambre. El lenguaje popular carece de un término correspondiente a la palabra «hambre»; la ciencia usa para ello «libido».

FREUD, S. (1905), Tres ensayos de teoría sexual

Pero lo “sexual” no se refiere sólo a los genitales. Sexualmente nos afectan muchas más cosas que los genitales: nos afectan nuestras hormonas, nuestros neurotransmisores, la educación que hemos recibido, nuestras ideas como sociedad sobre la sexualidad, el poder simbólico de conceptos, ideas, rituales y conductas, las normas explícitas e implícitas, el estigma, los prejuicios, la vergüenza, la culpa sobre tantas y tantas cosas.

Nos afectan nuestros cuerpos, los cuerpos ajenos, nuestras sensaciones, nuestras emociones, nuestros deseos, nuestras fantasías, nuestros miedos, nuestras expectativas, nuestras decepciones, nuestras experiencias en la vida, nuestras relaciones, nuestros duelos, disgustos y alegrías, nuestras biografías. Todo eso y muchísimas más cosas en la vida afectan a lo que podemos llamar nuestra sexualidad.

El silencio sobre lo que pasa «ahí abajo»

Pero a pesar de que la sexualidad humana sea tan rica, una y otra vez se vuelve a los genitales. Y eso complica cada vez un poco más que entendamos que las llamadas infecciones de transmisión sexual en realidad son de transmisión corporal, porque participan también nuestras bocas, lenguas, manos, toda nuestra piel. Pensar en una sexualidad sólo relacionada con los genitales nos impide entender que el concepto “afectivo-sexual» es un error porque sigue perpetuando la idea de que lo sexual no está relacionado con lo afectivo.

Hablar de nuestros genitales como algo aparte del resto de nuestra vida hace más complicado que comprendamos que las enfermedades de los genitales están íntimamente relacionadas con nuestras uretras, riñones, intestinos, todo nuestro cuerpo. Lo que nos sucede “ahí abajo” es igual de importante y tiene la misma dignidad si se trata de apendicitis o de nuestros genitales.

Lo que tiene que ver con los genitales, a menudo, acaba siendo un terreno donde acaba reinando el silencio. Y eso provoca que muchas profesiones pasen de puntillas cuando algo afecta a nuestros genitales, como si no afectase a toda nuestra biografía.

Todos esos problemas siguen cayendo en el silencio, sin saber muy bien qué hacer con ellos. Tantísimos temas que son muy comunes (hombres con problemas de erección, mujeres con problemas con los orgasmos) y que se ha hecho creer que son algo tan raro, tan extraordinario y que, como nadie nos pregunta por ellos, creemos que debemos resolver por nuestra cuenta.

Ese silencio, tan común, en el que no sabemos por qué nos sale vello ahí, o porque nuestras manos parecen de mujer, espalda de hombre, piernas de mujer, por qué no nos vivimos como una cosa o la otra, debemos de ser un bicho raro. No sabemos por qué llevamos tantos años en pareja y sin tener relaciones sexuales. Por qué tenemos tan pocas ganas o ningunas y no sabemos salir de esa situación cuando queremos hacerlo. No sabemos por qué tenemos unas fantasías tan raras que no nos atrevemos a contar a nadie, por qué las erecciones o la lubricación aparecen cuando no deben y no aparecen cuando deberían.  A eso lleva la inmensa falta de educación sexual que arrastramos desde hace tantas décadas.

¿Por qué no hablamos de sexo?

Y así cada disciplina se ocupa de lo suyo. Vamos al centro de salud a hablar de nuestras enfermedades y, cuando aparecen los problemas sexuales, bueno, ya sentimos vergüenza suficiente al sufrirlos como para comentarlos en la consulta. O cuando nos atienden en servicios sociales, donde se llegan a abordar tantos temas: drogas, salud mental, discapacidad o trabajo. ¿Y lo sexual? “Bueno, ahora tienes problemas más graves de los que ocuparte”.

Una gran cantidad de personas que toman alguna medicación que afecta a su excitación, sus orgasmos, que afecta a su propia sexualidad, a sus relaciones. Sin embargo no llegan a relacionar esos problemas con la medicación porque nadie les había dicho nada. Y como no sabes qué parte se debe a la medicación y qué parte a tus propios problemas, y aparece de nuevo la vergüenza y el silencio.

Todos son temas que de una forma u otra sentimos que están relacionados con “el sexo”. Pero si identificamos el sexo sólo con los genitales, con lo irracional, con lo sucio, lo peligroso y los abusos, nos costará mucho hablar de sexo. En realidad, el sexo son muchísimas cosas en nuestra vida, cosas que nos importan mucho y que, cultivadas individual y colectivamente, harán nuestra vida más satisfactoria, nos sentiremos más a gusto con quienes más nos importan. Cuando dejamos de hablar de esas cosas que tanto nos importan, se van  empobreciendo poco a poco en ese silencio, ignorancia, culpa y miedo.

“El sexo no es un hecho natural. No viene dado por la naturaleza. El sexo es una creación de los seres humanos: hecho a su medida, por ellos y para ellos. Esto es lo que quiere decir que el sexo es un valor. Un valor no se improvisa, no surge de la nada. Un valor se diseña y se construye, se cuida y se cultiva”.

(Amezua, 2006)

Miguel Vagalume es sexólogo especialista en relaciones de pareja, activista y divulgador, y co-creador de la Escuela Sexológica.