Nunca he amado a nadie como a ti”, le dice Theodor, el personaje que interpreta Joaquin Phoenix en la película Her, al sistema operativo de su móvil, con un alto nivel de inteligencia artificial y la voz de Scarlett Johanson. ¿Está loco? No, solo acaba de divorciarse de quien creía la mujer de su vida; y cada día, después del trabajo, vuelve a un apartamento desolado, aún lleno de cajas sin desahacer. Así que es carne de cañón para desarmarse ante cualquier muestra de cariño y comprensión. Y un amante artificial es perfecto. Según Thomas Wells, investigador del Instituto de Filosofía de la Universidad Erasmus de Rotterdam, esto no es nada descabellado: “En la esfera íntima, las máquinas podrán llegar a ser más atractivas que los seres humanos. Porque van a ser capaces de atender todas nuestras necesidades, especialmente las emocionales, que detectarán a través de sofisticados algoritmos para lectura de nuestras expresiones faciales. […] Y estarán diseñados para fingir que te aman de forma incondicional. Y todos queremos que nos quieran así”. Pero ¿cómo nos convencerán de que de verdad se mueren por nuestros huesos?
Nacido para quererte
“Si un robot dice que hace calor y a ti, efectivamente, te sobra la ropa, terminarás por pensar que siente y piensa lo mismo que tú. Así que, cuando te asegure que te ama mirándote a los ojos y te diga que eres el ser más especial del Universo, ¿por qué no le vas a creer?”, afirma David Levy, experto en inteligencia artificial y autor del libro Sexo y amor con robots (Editorial Paidós).
Por su parte, Wells explica: “Cognitivamente –o más bien algorítmicamente–, las máquinas deberán simular ser el amante perfecto. Así que al finalizar el día deberán preguntarte qué tal te ha ido, con un tono que sugiera que de verdad quieren oírlo. Además, no solo se acordará siempre de tu cumpleaños, sino de todas las cosas que te gustan. Así que te cocinará siempre tus platos favoritos y nunca tendrá dolor de cabeza. En definitiva, llegará a un nivel de adoración y dedicación incompatible con el mantenimiento de la propia individualidad de un ser humano real”.
De hecho, en Her la magia entre Samantha, que así se llama la máquina, y Theodor se rompe cuando él se da cuenta de que no es el único para ella, que mientras habla con él lo está haciendo con miles de personas al mismo tiempo. “Pero solo te quiero a ti”, le replica.
Y es que las máquinas juegan con otra ventaja: nuestra asombrosa capacidad para el autoengaño.
Empatía fingida
Ya en los años 60, un chatbot rudimentario llamado ELIZA fue creado para hacer las veces de psicoanalista y demostró lo fácilmente que abrimos nuestro corazón a un ser artificial. Incluso los estudiantes que sabían que se trataba de una máquina acababan teniendo una extraña atracción hacía ella. ¡Cómo no lo va a lograr un software mucho más desarrollado y que se las sepa todas!
Sherly Turkle, psicóloga del MIT y una gran experta en cómo las nuevas tecnologías están cambiando nuestras relaciones, cuenta en su último libro, Alone Together: “En una ocasión conocí a una mujer que había perdido a su hijo y había iniciado una terapia con un robot con forma de foca de peluche. Cuando los vi juntos, parecía que él la miraba a los ojos, que tenían una conversación y que ella se sentía realmente consolada. Mucha gente pensará que es asombroso, pero esa mujer estaba tratando de dar sentido a su vida con una máquina que no sabe nada de la vida de los seres humanos. El robot solo estaba cumpliendo con su cometido, y la mujer estaba sintiendo una empatía fingida como si fuera real”. Está claro que lo que las máquinas tienen no son sentimientos reales, pero ¿y los nuestros? “Es posible que hoy nos parezca difícil enamorarnos de una máquina como lo hacemos de un ser humano, pero los adultos de dentro de 40 o 50 años estarán mucho más habituados a interactuar con dispositivos electrónicos, y de forma gradual iremos viendo normal que exista el amor entre un ser artificial y un humano”, apunta Levy.
En Her, al protagonista le da cierto reparo contar que la chica con la que sale es una máquina. Hasta que se entera de que no es el único, que son muchos los que se han enamorado de otros asistentes virtuales del mismo sistema operativo. Y es posible que el nivel de adaptación a comunicarnos a través de las nuevas tecnologías como el WhatsApp, Face Time y Skype nos esté preparando mentalmente para aceptar, de manera natural, que podemos enamorarnos de un asistente virtual.
“La llegada del WhatsApp ha permitido una proximidad que casi recrea el cuerpo de la persona con la que estamos hablando. La contestación inmediata y el saber que el otro está respondiéndonos al instante y que está en línea crea un nivel de intimidad muy interesante”, asegura Luis Caballero, Jefe de la sección de Psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro de Madrid. De todas formas, el establecimiento de relaciones con seres que no existen no es nuevo. “Esto ha ocurrido siempre. Nuestras madres y abuelas ya se enamoraban perdidamente de actores a los que no verían nunca. Siempre ha habido figuras humanas o artificiales con las que suplir relaciones reales, sobre todo afectivas y eróticas, que responden a nuestra necesidad biológica de reproducción. Todos los seres humanos hemos tenido y tenemos una proporción de relaciones de este tipo, que de alguna manera han sustituido a relaciones reales. Y las nuevas tecnologías solo nos abren más el abanico de posibilidades”, asegura Caballero.
Pero tanto en unos casos como en los otros existe un límite: el de las relaciones físicas, que también son necesarias. En la película, los protagonistas intentan arreglarlo utilizando el cuerpo de una mujer que voluntariamente se presta a servir de intermediaria física entre ambos. Pero el experimento no sale muy bien.
“Es que la biología humana tiene un mecanismo que solo responde a otra biología humana, y eso es muy difícil de sustituir. Incluye muchas cosas: el contacto físico, el olor…”, concluye Caballero.
Pero tranquilos, hasta que exista un sistema operativo con el nivel de habilidad para engatusarnos que tiene Samantha aún pasarán algunos años. Dag Kittlaus, uno de creadores del asistente de Apple, lo más parecido a este sistema superinteligente que tenemos hoy en día, reconocía recientemente a la revista Variety que cuando vio la película, él mismo se planteó si algún día podrían llegar a hacer algo tan avanzado: “Cuando en 2007 mis compañeros y yo nos planteamos crear Siri, nuestra idea era precisamente hacer el primer asistente personal virtual del mundo con el que se pudiese tener una conversación lo más parecida posible a la que entablamos con otra persona. Y hoy en día millones de personas pueden charlar con él. Sin embargo, el nivel de inteligencia que demuestra Samantha aún es imposible de replicar”.
El Siri más listo
Julio Prada, CEO de Inbenta, una startup española que ya tiene su propia sede en Silicon Valley y que es especialista en la creación de asistentes virtuales, asegura: “Actualmente es imposible aunar en un solo producto todas las inteligencias que demuestra poseer Samantha. En un momento de la película, ella es capaz de hacer un dibujo, e incluso componer una canción. Hay robots capaces de dibujar algo que tienen en su base de datos; pero la creatividad, con toda su complejidad, todavía no se puede replicar en una máquina”.
“Por otra parte”, continúa Prada, “la asistente de la película está dotada de sentidos casi humanos, ya que a través del teléfono del protagonista es capaz de escuchar y ver lo que pasa a su alrededor. En este campo estamos más cerca, pero aún no a ese nivel. Hasta el momento, la habilidad que tenemos más desarrollada es la lingüística. Hay un software, como el que desarrollamos nosotros, que entiende lo que le preguntamos y contesta, pero siempre dentro de un contexto. Los asistentes virtuales que creamos para atender en la web de Iberia, por ejemplo, saben de check in, de números de vuelo, etc. Y están programados para solucionar el 80% de las consultas, pero son incapaces de encontrar respuesta a preguntas que se salgan de ese tema”.
Por último, Samantha tiene una habilidad muy difícil de replicar: la empatía. “Es lo último que vamos a ser capaces de copiar en una máquina, pues no solo se trata de detectar si estás enfadado, preocupado, distante…, sino que ha de ponerse en nuestro lugar. Si todavía no sabemos cómo se producen los sentimientos humanos, ¿cómo vamos a copiarlos?”, dice Prada. Precisamente, en Inbenta están ahora trabajando en un proyecto secreto, una Samantha para una gran compañía de telefonía. “Podrá hablar y escribir, y tendrá incluso un aspecto físico, que es lo único que le falta a la de la película”, termina Prada. Te enamorarás de ella.
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