Nunca antes en la historia el ser humano había pasado tanto tiempo mirando fijamente una pantalla, exponiéndose a su luz intensa. Todavía no se sabe si los dispositivos electrónicos afectan o no a nuestra salud. La Comisión Europea ya ha expresado su preocupación por el posible impacto y ha solicitado a los investigadores de la Unión que aporten los resultados de sus trabajos sobre el tema. Un comité científico evaluará las conclusiones y estudiará si tienen efectos sobre los ciudadanos de
los países miembros… o no.
Lo cierto es que apenas existen estudios y los pocos que se han realizado sugieren la conveniencia de usar filtros protectores, una recomendación que algunos especialistas consideran que responde más bien a intereses comerciales que a los beneficios que proporcionan.
La polémica en cualquier caso está servida. ¿Realmente afectan las pantallas a nuestra vista o sus posibles efectos nocivos no son más que patrañas de iluminados con intereses?
Cada vez mejores
Actualmente, en el mundo hay casi tantos dispositivos electrónicos como habitantes. Tras su esplendor está una tecnología que Shuji Nakamura, Isamu Akasaki y Hiroshi Amano desarrollaron en 1994. Las luces led azules de alto brillo revolucionaron la industria y sedujeron a la Real Academia Sueca de las Ciencias para que les concediera el Nobel. Con el tiempo fueron mejorando y se lograron colores más compensados y con una emisión de luz blanca –compuesta por toda la gama cromática– bastante pura y proporcionada.
En los animales de laboratorio sometidos a la luz continuada se observó una aceleración de la muerte celular del ojo
El móvil y el resto de los dispositivos enseguida adoptaron los diodos emisores de luz para iluminar sus pantallas con la suficiente intensidad como para competir con el sol. Debían ser legibles en espacios abiertos de gran luminosidad y llevar una batería de un tamaño contenido. Y los ledes permitían todo eso. Eran pequeños y además baratos. El primer teléfono inteligente, un IBM, costaba 889 €, prácticamente lo mismo que ahora vale un iPhone con muchas más prestaciones. Nos acostumbramos inmediatamente a sus funcionalidades, ventajas… y también a fijarnos más en lo que esas pantallas nos mostraban.
Otra forma de ver
La gran diferencia de los dispositivos frente a otros sistemas de iluminación es que miramos a la fuente directamente. Eso quiere decir que la luz que sale de la pantalla entra a través de los filtros del ojo a nuestra retina. “Hay personas que están jornadas enteras delante de un dispositivo y esa luz termina convirtiéndose en la fuente dominante. Lo que nos preocupa es cómo afecta a la retina y si se produce oxidación de esas células y, por tanto, muerte celular. Todavía no tenemos casos clínicos que planteen ese efecto claramente”, puntualiza Nilo García, CEO de Reticare.
Sí se han hecho investigaciones con animales de laboratorio y pantallas protegidas con filtros. El estudio llevado a cabo por la Complutense con dos grupos de ratas pigmentadas consistió en exponerlas a la iluminación de pantallas. En el primer grupo, los dispositivos se protegieron con filtros. En el segundo, no. Ambas jaulas fueron rodeadas durante seis meses con seis tablets que estuvieron encendidas durante 16 horas diarias. Los animales sometidos a la luz sin filtrar experimentaron una importante reducción en el número de células oculares, mientras que el resto no mostró cambios significativos.
Todavía no hay casos clínicos que demuestren cómo la luz de los dispositivos afecta a nuestra salud visual
Pero lo que para unos está claro, para otros no tiene suficiente base científica. “Los filtros no son eficaces porque no previenen ninguna enfermedad”, asevera Rubén Pascual, autor de la web Ocularis. “Muchos organismos ya se han pronunciado en contra. Podemos llegar a considerarlos inocuos, pero con algunos reparos”.
Evidencias
En la misma línea se manifiesta la Sociedad Española de Oftalmología, para la que “la evidencia científica actual no demuestra que la luz azul dañe el ojo. No hay ningún estudio realizado con humanos, y sería necesario para poder emitir una recomendación definitiva acerca del daño de la luz azul de las pantallas. Estas investigaciones deben realizarse en personas y bajo unas condiciones de uso reales y no in vitro o en animales de experimentación sometidos a luces azules de gran intensidad. Por ello, si bien parece razonable la necesidad de realizar trabajos para establecer las medidas que se deban adoptar, actualmente no se puede recomendar el uso de protectores para evitar un daño no demostrado”.
En la actualidad, el 33 % de los adultos pasa entre cuatro y seis horas al día frente a uno de estos terminales, mientras que un 14 %, lo hace entre 10 y 12 horas.
Ante un ordenador se parpadea tres veces menos que durante una conversación. En una situación normal, abrimos y cerramos los ojos veintiséis veces por minuto, mientras que delante de una pantalla solo lo hacemos en nueve ocasiones. Esta especie de hipnosis que ejerce sobre nosotros la tecnología incide, entre otros factores, en el síndrome del ojo seco, una patología que padece entre un 10 y un 25 % de la población adulta y que también es producido por cambios hormonales, factores ambientales, disminución de la secreción debida a la edad, uso de lentes de contacto y algunos procedimientos quirúrgicos oftalmológicos.
Pegados a una pantalla
Comprobamos el móvil una media de 150 veces al día, con un total de 177 minutos diarios, según el Informe Mobile en España y en el mundo realizado por Ditrendia. Celia Sánchez-Ramos, doctora en Ciencias de la Visión, ha llevado a cabo una de las pocas investigaciones que existen con humanos. Explica que implantó una lente intraocular transparente en un ojo y en el otro colocó un filtro amarillo. “Analizamos la mácula y durante siete años estudiamos su evolución. Comprobamos que el espesor de la del ojo que estaba protegido no había envejecido, mientras que el otro sí. ¿Por qué? Al evitar que la luz azul llegara al fondo del ojo logramos que la muerte celular disminuyera en un 80 %”. Francine Behar-Cohen, director del Jules-Gonin Hospital en Lausana, también sostiene que la radiaciones de alta frecuencia son capaces de producir daño en las células de la retina y dar lugar a ceguera central.
Intereses en juego
Las espadas están en alto entre defensores y detractores de usar protectores oculares. En la batalla hay muchos intereses, y no solo relacionados con la salud. Los ópticos y oftalmólogos ya se frotan las manos evaluando el aumento de pacientes-clientes que a buen seguro se va a producir en los próximos años, mientras que los fabricantes de filtros creen haber encontrado un mirlo blanco en los productos que comercializan.
Para David Merino, investigador del Instituto de Ciencias Fotónicas y profesor de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya) “no hay pruebas de que los dispositivos electrónicos dañen nuestra vista. Sí hay experimentos que evidencian que es posible que la luz azul ocasione en la retina ciertos procesos químicos y estimule la generación de residuos nocivos que, además, pueden manifestarse con el tiempo. Es decir, un láser rojo tiene capacidad de causar un daño en el momento preciso en el que incide sobre el ojo, pero si no lo hace en ese instante, no habrá peligro a medio o largo plazo. Los efectos de luz azul, sin embargo, son acumulativos”. Se desconocen todavía sus consecuencias exactas, a pesar de los indicios que ya existen y de que está presente en las 6.000 horas anuales de iluminación que recibimos.
Mala costumbre
Miramos continuamente a distancias de 40-50 centímetros. “En el trabajo, nuestro ordenador está situado muy cerca de nuestros ojos. Cuando terminamos la jornada laboral, seguimos mirando de cerca la pantalla del móvil o leyendo algún tipo de publicación… Todo el día estamos forzando el músculo ocular y no aprende a estar relajado”,continúa Copano. “En las personas de más edad tiene poca incidencia, pero sí en los niños.
Es un período en el que el músculo está aprendiendo, el cerebro está formándose. Y si los más jóvenes nunca miran de lejos, el músculo no se desarrollará. Está previsto que en 2050 el 50 % de la población padezca miopía como consecuencia de acostumbrar la mirada a las distancias cortas, independientemente de que el soporte sea en papel o electrónico. ¿Cómo evitarlo? Empleando nuestro tiempo en espacios abiertos en lugar de mirando a las pantallas. El ojo está diseñado para mirar a lo lejos”, concluye Copano. “
Lo cierto es que el sistema ocular humano se desarrolló cuando a Edison le faltaba mucho para nacer. Durante tres millones de años la vida en la Tierra estuvo gobernada por la luz cíclica del Sol, la Luna y la estrellas. Luego llegó la electricidad y nuestra jornada dejó de estar marcada por los astros para ser guiada por el clic del interruptor. Puede que nuestro cerebro y nuestro sistema visual no estuvieran del todo preparados.
Investigadores de la Universidad de Connecticut han vinculado la exposición a la luz artificial a los ritmos circadianos, es decir, al reloj biológico humano que regula el organismo para que siga un ciclo regular de 24 horas, con estados de sueño y vigilia. Se estima que el 95 % de los estadounidenses utiliza una pantalla antes de dormir, mientras que un 55 % de los españoles se acuesta con el móvil en la mesilla.
Enemigos del sueño
Para nuestro organismo, la iluminación anaranjada del atardecer indica el final del día y la hora de dormir, mientras que la más clara y brillante se produce por la mañana y nos sitúa en modo vigilia.
El Instituto Politécnico Rensselaer realizó un estudio en el año 2013 con una serie de voluntarios a lo que se les pidió que utilizaran tablets durante dos horas antes de acostarse y dormirse. Los niveles de melatonina de quienes se protegieron con gafas de color naranja fueron mayores que los de quienes se expusieron directamente a la luz de la pantalla. Es esta una hormona que, en caso de carencia, puede incidir sobre el riesgo de ataque al corazón y el desarrollo de algunos tipos de cáncer, diabetes y depresión.
La solución
Para evitarlo, los fabricantes de tecnología recurren a recubrimientos de fósforo sobre los ledes de última generación. Logran así “anaranjar” su luz y evitar efectos dañinos en la salud de los usuarios. ¿Merece entonces la pena utilizar protectores? ¿Tiene algún sentido “forrar” todos los dispositivos que utilizamos a diario? La tecnología y el principio de funcionamiento de los filtros, tanto de las pantallas como de las gafas que los llevan incorporados, es prácticamente la misma.
Se trata de un tratamiento multicapa que, por interferencia, elimina unas longitudes de onda más que otras. “Quitan brillo y resultan cómodos, pero eliminan tanta radiación visible que alteran un poco los colores, explica Alfonso Copano, presidente de la Asociación Española de Optometristas Unidos. Los filtros de las lentes intraoculares son diferentes porque actúan sobre la radiación ultravioleta, no sobre la que emiten los dispositivos electrónicos.
¿Arrojará algo de luz sobre el tema la llamada que ha hecho la Comisión Europea respecto a posibles efectos en humanos y la incertidumbre que todo este asunto genera? “No se puede someter a alguien a una investigación a sabiendas de que le puedes generar un daño”, opina el investigador David Merino. “Yo no sé si los filtros funcionan o no, para lo que sí sirven es para tranquilizar a aquellos preocupados por su salud visual”.
La regla del 20/20/20
¿Cómo evitar la fatiga visual? La respuesta está en la regla del 20/20/20 o, lo que es lo mismo, apartar la vista de la pantalla cada 20 minutos durante 20 segundos y concentrar la mirada en un punto fijo a 20 pies de distancia (6 metros).
La posición: el ordenador debe situarse a 50-75 cm, Los ojos han de alinearse con la parte superior, a 15-20º por encima del centro de la pantalla.
Tamaño del texto: el cuerpo de la letra tiene que ser, como mínimo, tres veces más grande que el que puedas leer fácilmente.
Brillo y resplandor: apaga las luces de la habitación donde está el ordenador. Debes bajar el brillo si la pantalla ilumina toda la estancia.
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