La autoridad de esta clase de examen es abrumadora: cada uno de los miles de genes y miles de proteínas contenidos en un organismo proporciona un examen independiente de la historia evolutiva de ese organismo. Los estudios evolutivos moleculares poseen tres notables ventajas sobre la paleontología, la anatomía comparada y otras disciplinas clásicas. Una es que la información es fácilmente cuantificable. El número de unidades que son diferentes se establece con facilidad cuando se compara en diferentes organismos la secuencia de unidades para una macromolécula dada. La segunda ventaja es la universalidad. Es posible hacer comparaciones entre muy diversas clases de organismos. La anatomía comparada puede decir muy poco cuando, por ejemplo, se comparan organismos tan distintos como las levaduras, los pinos y los seres humanos, pero numerosas secuencias de ADN y proteínas se pueden comparar en los tres. La tercera ventaja es la multiplicidad. Cada organismo posee miles de genes y proteínas, que en conjunto reflejan la misma historia evolutiva. Si la investigación de un gen o proteína particular no resuelve de forma satisfactoria la relación evolutiva de un conjunto de especies, se pueden investigar genes y proteínas adicionales hasta que el asunto haya sido resuelto.

El desarrollo de la inteligencia
A Darwin se le reconoce, con razón, como el primero en haber acumulado pruebas convincentes de la evolución de los organismos. Pero la contribución más importante de Darwin a la ciencia es su descubrimiento de la selección natural, el proceso fundamental que da cuenta no solo de la evolución de las especies, sino también de sus adaptaciones: por qué existen ojos diseñados para ver, alas para volar y agallas para respirar en el agua. La selección natural trata de las ventajas hereditarias que aumentan la probabilidad de que sus portadores sobrevivan y se reproduzcan mejor que otros organismos. Tales ventajas, por eso, aumentan su frecuencia de generación en generación a costa de alternativas menos ventajosas. Así, las alas de las aves y las agallas de los peces han llegado a ser tan eficientes como lo son ahora. Y así aumentó gradualmente durante los últimos dos millones de años el tamaño del cerebro en nuestros antepasados. Aquellos ancestros más inteligentes que otros tenían más ventajas y dejaban más descendientes. Darwin dedicó gran parte de El origen de las especies a explicar la selección natural. Hoy día esta teoría es muy compleja, con una base matemática avanzada e innumerables observaciones y experimentos de genética, ecología y otras numerosas disciplinas, incluyendo la cibernética, la química y la física. Pero debemos al genio de Darwin el descubrimiento del proceso fundamental que da cuenta de la diversidad de los organismos y de sus adaptaciones, por qué tenemos manos diseñadas para coger, pulmones para respirar y riñones para modular la composición de la sangre.

Redacción QUO