Como un niño con zapatos nuevos. Así estaba nuestro lector, Juan Manuel Blanco, cuando traspasaba los primeros controles de la central nuclear de Trillo. Este ingeniero vasco es un amante de las grandes construcciones y también de los retos. Por eso, la noticia de que su fotografía había ganado uno de los premios del número 200 de Quo y que su recompensa era visitar Trillo no pudo ser mejor recibida. Ver por dentro una central nuclear era un reto pendiente.
Mucha gente visita las ocho centrales nucleares que hay en España, pero pocos pueden entrar en la llamada “zona controlada”. Son las mismas tripas de la central, donde se ubica el reactor y, en el caso de Trillo, también la piscina con el combustible (uranio enriquecido) ya utilizado. Juanma y su mujer, Leire, y el periodista que esto escribe, tuvimos que vestirnos para la ocasión. Nos obligaron a dejar la ropa fuera (excepto, afortunadamente, la ropa interior), a ponernos guantes y casco, y a calzarnos unos zapatos especiales.
Dentro de la “zona controlada” nos sorprende ver una escena cotidiana de cualquier espacio de trabajo. Los operarios charlan de sus cosas, ajenos al trasiego de átomos que tienen detrás y que permite generar el veinte por ciento de la electricidad que se consume en España. Para ellos, un reactor y una piscina con pilas de combustible nuclear son como material de oficina. Para entrar a su lugar de trabajo, al igual que los visitantes, también están obligados a desvestirse y pasar por dos puertas herméticas. Estas puertas aíslan y, además, sirven para que se pueda crear dentro de la zona del reactor un presión subatmosférica. En el caso de un posible escape, esta presión evitará la salida de aire contaminado al exterior.
Estar separado solo por unos metros de cemento de la vasija donde se produce la fisión nuclear es inquietante, pero tranquiliza ver que el contador Geiger no se mueve ni un dígito. Ni una gota de radiactividad en el contador, pero tampoco en los otros dos sensores por los que hay pasar para salir del corazón de la central. Salimos de la zona del reactor, pues, sin que ni una gota de radiactividad manchara nuestras ropas. Y Juan Manuel, entusiasmado.