Darío Pescador, director de Quo, resume las conclusiones del 24 Congreso de Periodismo de Huesca marcado por la inteligencia artificial
Foto: Verónica Lacasa
Me van a disculpar la batallita. En uno de los primeros congresos de lo que entonces era periodismo digital, un veterano redactor del papel sostenía que lo que se hacía en Internet no era periodismo. Después de 24 años de desmontar y construir el periodismo en Huesca, solo me puedo preguntar qué cara pondría este señor al ver el Congreso de este año inaugurado por el perro robot de Acciona.
Ha dicho el periodista Carlos Franganilo de Televisión Española que los avances como la inteligencia artificial nos ponen al borde de una revolución tecnológica. Y, es cierto, pero ese es el estado en el que parece que nos encontramos desde hace casi un cuarto de siglo.
Si los textos generados por robots hace apenas cinco años parecían escritos por un chimpancé al teclado. Ahora se parecen más a al trabajo de un becario de una agencia de publicidad, pero con excelente ortografía. Correcto, pero sin alma.
La inteligencia artificial aún no puede vadear esa brecha llamada uncanny valley, el valle inquietante, que nos hace desconfiar de lo que parece humano pero no llega a serlo. Es la diferencia entre considerar algo un prodigio o una abominación, entre «qué mono» y «qué repelús».
Pero quizá, en lugar de reírnos y darnos golpecitos en la espalda por los defectos actuales de la inteligencia artificial, deberíamos preguntarnos cuánto tiempo falta para que esa noticia fabricada tenga un alma indistinguible de una humana, para que el vaya inquietante se cierre. Por supuesto que el robot lo hará aprendiendo de lo qué escriben y hacen otros seres humanos, pero ¿no es eso mismo lo que hacen los becarios? ¿No es eso lo que hemos hecho todos?
Lola García nos ha recordado que marcar dentro de lo posible la agenda informativa, es decir, el foco de la atención pública, es imprescindible para el periodismo. El riesgo de la pérdida de relevancia de los medios entre el público, su desafección, se viene fraguando desde la crisis financiera de 2008, cuando una gran parte de la población percibió que los noticieros se habían puesto del lado de los bancos y no de las personas. Para conseguir que nos lean es necesaria la confianza y la transparencia, saber a quién pertenece el canal por el que te llegan las noticias. Como nos ha recordado Daniel Basteiro, la gente sabe que si no están pagando por la noticia, es porque alguien la ha pagado ya.
La pelea es desigual. Toni Aira nos ha explicado que la atención es el oro del siglo XXI. Sin atención, no se transmite el mensaje. Una historia que no llega es una historia fallida, como ha dicho María Díaz. ¿Pero qué historias están llegando? Las mismas que hace milenios: las que apelan a nuestras emociones. Y hoy en día, queramos o no, las emociones de la gente las controlan los algoritmos.
Los números cantan, y la audiencia vota con sus ojos en la pantalla. TikTok, Instagram o Twitch acaparan cifras de tráfico que son un sueño húmedo para los medios de comunicación porque una inteligencia artificial y miles de ingenieros, psicólogos y sociólogos están trabajando sin descanso en las empresas tecnológicas para afinar el sistema y que tú, en concreto tú, no dejes de darle al dedo.
Luchamos a brazo partido para que «nos hagan casito». Las armas de los periodistas en este Congreso son las mismas que hace 24 años: profesionalidad, rigor, la capacidad de atrapar y fascinar a las personas con historias. Ante la duda, más periodismo, como ha dicho Alberto Grimaldi.
María Sánchez del New York Times nos ha avisado de los peligros de llevar este razonamiento al extremo. Los periodistas no se pueden permitir abrumar a la audiencia con desastres y confrontación, hay que darles un respiro. La alternativa es el fenómeno psicológico de la evitación de las noticias, un número creciente de personas que deciden que los medios hacen su vida más estresante.
Por desgracia, lo de menos es el contenido. En la pantalla de la persona que nos ve, ocupa el mismo espacio un reportaje de investigación con un trabajo de meses que un minuto de vídeo. No se trata ya de que las redes sociales nos sirvan bailes y gatitos, sino de la capacidad de dar a cada persona, a través del análisis de datos, exactamente lo que quiere ver y escuchar. Este cambio tecnológico está haciendo que la democracia deje de funcionar, y que nos obliga a ponernos de acuerdo en la definición de medio de comunicación, como nos han recordado Clara Jiménez de Maldita. La pregunta es si la audiencia puede ser consciente de esa definición cuando le llega un vídeo de un minuto a través de Whatsapp.
Esta es la guerra y estas con las trincheras en las que los periodistas se baten todos los días para reconectar con el resto de la humanidad. Los mensajes de los periodistas se transforman, se empaquetan y se canalizan para llegar a ocupar ese trocito de cristal del tamaño de una carta de baraja durante dos minutos. Tanto si es la información de las instituciones publicas como el parte meteorológico, no hay más remedio que subirse al cajón de madera en la plaza más concurrida del pueblo si queremos que nos escuchen.
Esto tienen en común los nuevos proyectos periodísticos y los medios más tradicionales: el afán para asegurarse de que el mensaje llega en un paisaje que no se queda quieto. Porque el flujo de la información no es el agua que corre por un acueducto, sino un océano con olas que hay que surfear.
Este año, este resumen del Congreso de Periodismo de Huesca lo ha hecho un ser humano, no una inteligencia artificial, a pesar de mis intentos (infructuosos) para que ChatGPT me echara una mano con la tarea. Mientras sea necesario tener alma para contar historias, no nos quedará más remedio.
Exelente información, seguiré pendiente. Gracias