Como ocurre con los ingredientes que se usan en la nueva cocina, la materia prima que utiliza la cirugía sin cortes, el ácido hialurónico, es una vieja conocida de los cirujanos, pero sus efectos se han multiplicado, porque sus moléculas son de mayor tamaño. El uso terapéutico de esta sustancia nació en 1934 de la obsesión de un alemán enamorado de una esteticista madura a la que prometió encontrar una forma natural e indolora de rejuvenecer.
Y la halló en el humor vítreo de los ojos de las vacas. Pensó que la sustancia, extremadamente viscosa, que ayudaba al ojo a conservar su forma, podía tener un efecto similar en la piel. Y acertó. Pero su extracción de esta parte del cuerpo no era viable comercialmente, así que finalmente se sintetizó utilizando crestas de gallos. Otras fuentes son el líquido sinovial de las articulaciones del ganado vacuno, descartadas tras las vacas locas, y el globo ocular de los peces.
Pero el “superácido” hialurónico que asegura una piel tersa durante meses no procede de un tejido animal, sino de un cultivo de bacterias que el organismo reconoce como un producto natural y no rechaza. Por eso puede utilizarse en cualquier persona sin necesidad de hacer pruebas de alergia. Tampoco tiene efectos secundarios; según los cirujanos plásticos, solo en uno de cada 10.000 casos se produce una reacción inflamatoria.
Redacción QUO