Suena a publicidad de cosméticos, pero lo cierto es que la piel de los anfibios es tan sensible a las alteraciones de su entorno que bien se puede decir que constituyen uno de los mejores indicadores de la salud de los ecosistemas. En los últimos años hemos sido testigos de la desaparición de varias especies de estos animales, y un tercio de las que aún sobreviven están amenazadas de extinción. Si buscamos culpables, destaca la destrucción de sus ecosistemas: desde el arrasamiento de un bosque tropical hasta la desaparición de una turbera en una sierra española. Otras muchas veces, la simple –por decir algo– construcción de una carretera supone fragmentar irremediablemente su hábitat y llega a aislar diversas poblaciones cuya vida en conjunto tenía muchos más visos de sobrevivir que por separado. Divide y vencerás, ya se sabe. ¿Quieres oír otro motivo que suena a tópico? La contaminación: por ejemplo, la que producen los fertilizantes y los pesticidas, muy dañinos para otras especies, por más que sean inocuos para el humano. Más enemigos de las ranas y todos sus “primos”: la introducción de nuevas especies que no son autóctonas. Quizá fue eso lo que ocurrió con la difusión de una rana sudafricana, Xenopus laevis, o rana de uñas, que durante años se utilizó en laboratorios para realizar pruebas de embarazo, y que ha acabado colonizando ecosistemas en todo el mundo. Además de competir por los recursos con las especies locales, esta “inmigrante” quizá haya diseminado el hongo que produce la quitridiomicosis, una enfermedad que afecta a esa preciada piel y que ha acabado con la vida de millones de ranas de más de cien especies en todo el mundo.
La amenaza americana
Pero ella no es la única invasora –así de crudamente llaman los biólogos al fenómeno–; otro abordaje lo está protagonizando el sapo de la caña, una especie nativa de América que fue introducida en varios países (entre ellos, Australia) para el control de plagas de este cultivo. Y a día de hoy, esta especie se ha convertido en una amenaza por su carácter depredador y porque compite directamente por los recursos con la fauna nativa. Si hacemos caso a los datos que recopila el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino –pensaron un nombre más largo para esta legislatura, pero no cabía en la fachada–, en España solo existe una especie de las que técnicamente se denominan “En Peligro Crítico de Extinción” (CR): el sapillo balear, o Alytes muletensis. Su área de distribución se restringe a la Sierra de la Tramuntana, en la isla de Mallorca, y ya se han puesto en marcha iniciativas para proteger a los últimos ejemplares, apenas un millar y medio.
¿No querías publicidad? Pues quédate con el atinadísimo eslogan de la Unión Mundial para la Conservación, que impulsa el Año de la Rana: “Una extinción es para siempre”. Como los diamantes.
Redacción QUO