Los relatos eróticos nos ayudan a excitarnos y a enriquecer nuestras fantasías. Pero personajes como Henry Miller, Anaïs Nin y el marqués de Sade fueron más lejos que otros autores del género, trascendiendo la ficción para relatarnos sus propias experiencias sexuales o sus fantasías más íntimas y prohibidas (algunas de ellas realmente tortuosas, como las de Sade). La razón de que estas confesiones tan descarnadas nos exciten es que despiertan el voyeur que todos llevamos dentro, el deseo de convertirnos en espectadores de un Gran Hermano erótico. Mirar mientras otros hacen el amor es una fantasía compartida por el 70% de la población, tanto masculina como femenina, Pero además, las investigaciones de Sheree Conrad y Michael Milburn en 2001 han demostrado que las nuevas tencologías nos han ayudado a ser más desinhibidos a la hora de compartir nuestras propias fantasías. Si hasta hace poco ese deseo se reprimía por vergüenza, el anonimato que proporciona internet ha hecho que la gente aprenda a deleitarse compartiendo sus experiencias y sus sueños eróticos con completos desconocidos.
Redacción QUO