De hecho, el concepto función depende de dos tipos de selección. La primera es la que acabamos de comentar, la selección natural. La segunda se adivina sin más que añadir un ejemplo a la lista de las raras maneras de volar sin plumas: la de la recentísima industria aeronáutica. Es la que falta para abordar la primera gran clasificación de los objetos del gran catálogo del mundo. Es la selección cultural.
La selección fundamental actúa nada más existir la materia inerte y las leyes fundamentales de la naturaleza, la selección natural inmediatamente después de que de ella surgió el primer ser vivo, y finalmente, la tercera y última clase de selección, la selección cultural, justo después de que cierto ser vivo accedió a un nivel de inteligencia capaz de anticiparse a su incertidumbre mediante el conocimiento abstracto.
Antes de la materia viva, solo se veía volar objetos más densos que el aire si estos eran muy ligeros, como partículas de ceniza o de polvo. Una piedra rebotada de una avalancha o un meteorito procedente del cosmos son sucesos nada frecuentes en términos de su tiempo de ocurrencia. La selección natural distorsionó definitivamente esta posibilidad, y el cielo se vio más tarde surcado por insectos, reptiles y pájaros bastante más pesados. Fue un logro de la selección natural. Pero, desde luego, nada comparado con la posibilidad de contemplar un Boeing 747 atravesando el Atlántico a diez mil metros de altura en la edad de la materia inteligente que vivimos ahora. Todas las piezas de este artefacto y su compleja relación mutua son el prodigioso resultado de la selección cultural. Con ella emergen nuevos conceptos. Son ideas como proyecto, diseño, plan, intención, teleología… Quizá se pueda acuñar esta máxima: crear es seleccionar… ¿qué, si no? Es lo que hace un jugador de ajedrez cuando mueve una pieza, es lo que hace un poeta cuando escribe, es lo que hace un escultor cuando esculpe… ¡y es lo que hace un científico cuando hace ciencia! Aquí se cierra un interesante círculo virtuoso. Comprender también es seleccionar. De hecho, si no existiera algún tipo de selección, todos los objetos y todos los sucesos serían igualmente probables. En tal caso, no habría nada que comprender. Pero una selección es un instrumento para romper equiprobabilidades. En general, al científico, se le despierta el olfato cuando se da cuenta de que algo se aparta de la equiprobabilidad, cuando percibe que algo se repite en la naturaleza, cuando observa cosas comunes en objetos o fenómenos diferentes. Entonces, anuncia una nueva comprensión científica, decimos que existe una ley, un conocimiento, una inteligibilidad…

La función de la cola del elefante
Démonos ahora una vuelta por lo vivo, una selva tropical por ejemplo, y echemos también un vistazo a un espacio habitado por lo inteligente, digamos una ciudad. Una primera ojeada nos convence de que, en efecto, las probabilidades de emergencia se han distorsionado. Ahora constatamos (si seguimos atendiendo a la forma de los objetos) que en los nuevos paisajes elegidos, en la selva y en la ciudad, la distribución de formas se ha alejado aún más de la uniformidad. Ciertos objetos con forma de hélice, por ejemplo, son mucho más frecuentes en una selva que en otros ambientes. Y aunque en principio no tenía por qué ser así, las hélices aún se prodigan con mayor insistencia en un ambiente urbano. Basta un sencillo experimento mental: si eliminamos de un plumazo todas las trepadoras, zarcillos, colas, trompas… (hélices vivas) de una selva, esta se vendrá abajo con estrépito. Y con no menos estrépito se derrumbará una ciudad si la privamos de repente de todos los tornillos, cables y cuerdas previstos en sus múltiples estructuras (hélices inteligentes). Cuando un objeto aprueba el examen de una selección natural o cultural, gana algo que promociona su probabilidad de permanencia: gana función. La presencia de la hélice en la realidad se comprende por su función de agarrar; después está la esfera, que protege. El hexágono pavimenta, la espiral empaqueta, la parábola emite y recibe, la onda desplaza, la punta penetra, la catenaria aguanta, los fractales intiman el espacio con continuidad…Así se puede trazar una panorámica de la realidad y de nuestra voluntad para comprenderla. La selección natural es un logro de la selección fundamental, y la selección cultural un logro de la selección natural. Superar selecciones fundamentales significa estabilidad, opciones para permanecer en la realidad. Superar selecciones naturales significa adaptabilidad, funciones, opciones para seguir vivo. E inventar selecciones culturales significa crear conocimiento, opciones para aumentar la independencia respecto de la incertidumbre. La selección natural de Darwin no es, pues, una feliz seta aislada en el bosque del conocimiento, sino uno de los tres pilares de todo un esquema conceptual sobre el proceso de cambio en la realidad de la que somos parte.

Redacción QUO