Los reyes medievales ya cuidaban su imagen casi como ahora: usaban maquillaje y se teñían el pelo y la barba. El análisis de los restos de las tumbas reales del monasterio de la Santa Cruz, en Tarragona, confirman que Pedro III de Aragón (1240-1285) se teñía de rubio con apigenina genisteina, una sustancia que se obtiene de las flores amarillas de una arbusto, la retama. Los investigadores del Museo de Historia de Cataluña que restauran el monasterio cisterciense han encontrado residuos de esta sustancia en los restos de pelos de la barba del rey y en los de la reina Blanca de Anjou, esposa de Jaime II el Justo. También han encontrado ácido carmínico en la cara de la reina, lo que confirma que en el siglo XIII los reyes también se maquillaban. El hallazgo ha sido una sorpresa para los investigadores, que conocían la existencia de tratados de cosmética de la época, pero no que la vanidad de la realeza les llevaría a teñirse el pelo.
Ya entonces los reyes intentaban transmitir una imagen impoluta de sí mismos, incluso después de muertos. La reconstrucción facial que se ha hecho tanto de Pedro III como el de Blanca de Anjou demuestran que la representación escultórica del yacente que aparece en las tumbas “no es un retrato fidedigno, sino una idealización estética”, asegura Marina Miquel, la coordinadora de la investigación. Lo curioso es que, al menos el rey, no lo necesitaba porque los restos momificados revelan que el monarca era muy alto para la época, medía entre 1,75 y 1,80.
Redacción QUO