El doctor Thomas Openshaw, del Hospital de Londres, recibió en 1888 una carta del supuesto Destripador. Jack se dirigió él porque había sido el encargado de analizar el medio riñón que el asesino envió dentro de la llamada carta Desde el infierno –porque comenzaba así–. Ya en 2012, el autor de Jack el Destripador, la mano de una mujer encargó al genetista Ian Findlay que repitiera los análisis que ya hizo en 2006 sobre la saliva del sello de la carta a Openshaw. Aquel año, el científico no había sacado nada en claro, pero ahora sí. Findlay me explica que ha desarrollado una técnica de análisis de ADN que es capaz de trabajar con una muestra mucho más pequeña: “Las técnicas habituales necesitan unas 200 células. De ellas se ‘limpian’ otros elementos que pueden interferir en la información. Pero ese proceso destruye gran parte del ADN. Y es algo que no podíamos permitirnos en una muestra tan pequeña, así que trabajamos sin separar el ADN de lo demás, y nos basta una célula”.
Después de visto, hay que poner nombre a ese ADN, y en eso “hemos utilizado las mismas técnicas que el FBI para determinar el perfil genético”. No lograron un perfil completo, pero sí lo suficiente para saber que quien pegó ese sello era una mujer.
Redacción QUO