Si levantas la vista hacia el cielo de verano, este mismo cielo que yo estoy estudiando ahora desde tan lejos de ti, verás a Vega, en la constelación de la Lira, muy cerca del cénit. Vega, la segunda estrella más brillante del cielo boreal, fue la polar hace unos 15.000 años y es una de las más estudiadas por los astrónomos. Aquí, en Japón, identifican esta gran estrella con Orihime, la hija del emperador celestial Tentei, una princesa que tejía unas telas maravillosas en la plateada orilla de la Vía Láctea (el río Amanogawa). Tanto tejía, con tanta delicadeza, y con tanta concentración, que a Orihime no le quedaba tiempo para conocer a jóvenes de su edad.
Tentei, agradecido por el laborioso quehacer de la princesa, le concertó una cita con Hikoboshi, un joven pastor que trabajaba en la otra orilla de la Vía Láctea. ¿Ves la estrella más brillante de la constelación del Águila? Es Altair, una estrella blanca y variable, identificada por los japoneses con el alegre Hikoboshi. Naturalmente, ambos jóvenes se enamoraron inmediatamente y Tentei accedió pronto a que se casaran. Pero el amor entre los jóvenes era tan grande como el nuestro y, como nosotros, ellos solo tenían ojos el uno para el otro. Orihime empezó a tejer menos y peor, y a Hikoboshi se le escapaba el ganado que acabó por desperdigarse por todo el firmamento. Sin duda, se trata de esos innumerables planetas errantes que pueblan la Galaxia. El emperador celestial decidió que los jóvenes debían retomar sus quehaceres, y para que se mantuviesen concentrados envió nuevamente a cada uno de ellos a un lado de la Vía Láctea, exactamente a las posiciones en las que ves ahora a Vega y Altair.
Esta noche observo en mi telescopio esa enorme galaxiaespiral con jóvenes estrellas entre sus brazos
El desconsuelo y el llanto insistente de la princesa hicieron que Tentei se apiadase, pero solo un poco. El emperador acabó permitiendo que los amantes se encontrasen una vez al año: el séptimo día del séptimo mes de su calendario, fecha que en el nuestro cae a mediados de agosto. Para que los amantes se reúnan, una bandada de urracas construye ese día un puente sobre el Amanogawa. La princesa cruza entonces emocionada sobre la deslumbrante Vía Láctea, sin mirar al profundo agujero negro de la región central, y corre a los brazos de Hikoboshi. En torno a esa fecha, todo el Cielo se conmueve. Primero las lágrimas impacientes de Orihime y luego el revolotear de las urracas crean esa lluvia de estrellas que nosotros llamamos Perseidas, y que este año no podremos ver juntos.
Esta noche miro con el telescopio hacia una enorme galaxia espiral que, como la Vía Láctea, también posee un agujero negro central desde el que surgen grandes brazos que, plagados de jóvenes estrellas, se retuercen por el espacio. Me pregunto si en esa galaxia habrá alguna civilización, si habrá algún astrónomo que esté observando ahora el pasado de nuestra Vía Láctea, si habrá amantes que, separados por obligación, se echen de menos como Orihime e Hikoboshi… Como nosotros ahora.
En Japón conmemoran este romance estelar con vistosas competiciones que tratan de lograr la decoración más llamativa con banderolas y guirnaldas. En este festival, llamado Tanabata, los jóvenes participan entonces en la súplica de habilidades, rogando que se les concedan mejores dotes para la caligrafía, la artesanía… y la astronomía. Cada deseo se escribe por la noche en un pedazo de papel que se une a un trozo de bambú y a una pequeña vela. Así se depositan los deseos, para que floten en la oscuridad del río como un enjambre de pequeñas luciérnagas vivaces.
Yo ya he escrito mi deseo para que mi estancia en este remoto observatorio nipón no se demore más de lo estrictamente imprescindible, para regresar sano y salvo, para poder estar pronto mirando nuevamente el cielo junto a ti.
Redacción QUO