Noventa minutos de siesta podrían ser suficientes para acabar con los prejuicios (racistas, machistas o del tipo que sean) de cualquier persona. Siempre que vayan acompañados de la terapia adecuada, claro está. Así lo ha demostrado un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Northwestern, y cuyos resultados se han publicado en la revista Science. Este estudio se basa en el hecho de que, mientras dormimos, el cerebro no descansa, sino que realiza otras tareas que influyen, por ejemplo, en la consolidación de la memoria. De esta forma, diversos estudios precedentes han demostrado que el sueño puede contribuir al aprendizaje al ayudar fijar en nuestro cerebro aquellos conceptos que hemos aprendido durante el día. Por eso, los investigadores se preguntaron si este proceso también podía realizarse en sentido contrario para influir sobre las actitudes implícitas aprendidas durante la infancia y que permanecen estables durante la vida adulta. O lo que es lo mismo, si se le podía enseñar al cerebro a librarse de sus prejuicios.
Para ello, sometieron a un grupo de voluntarios a una conocida prueba piscológica llamada TAI (Test de Asociación Implícita) que consiste básicamente, en jugar a ligar términos positivos y negativos con rostros de raza blanca o negra, y masculinos o femeninos, y que sirve para medir el posible sesgo racista o machista de una persona. Tras puntuar a cada uno de los participantes en una escala que iba desde el 0 (ausencia total de prejuicios) al 1, les pidieron a aquellos que habían mostrado un mayor sesgo que echaran una siesta de noventa minutos. Cuando los voluntarios se encontraban en la fase de sueño profundo, los investigadores comenzaron a emitirles a la mitad de ellos el mismo sonido que se había producido cada vez que asociaban a las personas de raza y sexo contrarios con términos positivos.
Y los resultados fueron sorprendentes. Ya que al despertar les hicieron someterse de nuevo al test. Los investigadores observaron entonces que aquellos que habían estado sometidos al citado sonido mientras dormían, obtenían ahora unos resultados que reducían su sesgo de prejuicios de un 0,55 al 0,17. Y los efectos se mantenían durante al menos dos semanas aunque luego, progresivamente, iban desapareciendo. El director de la investigación, Hu Xiaoqing, afirma que ahora el reto es descubrir si es posible lograr que este tipo de efectos sean duraderos.
Redacción QUO