No hay constancia en los anales de bajas de la batalla de Waterloo, de la cual este jueves 18 de junio se conmemora su doscientos aniversario, que entre ellas hubiera víctimas españolas. De hecho, los historiadores solo tienen la certeza de un compatriota neustro tomase parte en aquel crucial enfrentamiento. Ee trata del general Miguel Ricardo de Álava, un militar vasco nacido en Vitoria en el seno de una familia noble y que, años antes, ya había aprticipado en la batalla de Trafalgar.
En 1809, ya retirado del servicio y en plena invasión napoleónica de España, Ricardo de Álava fue requerido para ponerse al servicio del mariscal Wellington que ya había desembarcado en Portugal, y que necesitaba un enlace local que le sirviera tanto de intérprete de castellano como de embajador ante las distintas juntas de resistencia que se habían formado en la Península Ibérica para luchar contra los invasores franceses.
Wellington y Álava forjaron una estrecha relación gracias a la gran habilidad con la que el militar español desempeñó la tarea que tenía encomendada, y también al hecho de que ambos compartían gustos y aficiones bastante similares. El mariscal británico llegó incluso a ofrecerle el mando de las tropas para atacar Ciudad Rodrigo.
Finalizada la invasión, Álava fue nombrado embajador de España en Bélgica. Un cargo que tuvo que dejar en 1815 cuando Napoleón, que se había fugado de la isla de Elba, reorganizó a su ejército y regresó a Europa dispuesto a enfrentarse de nuevo a sus antiguos enemigos. Fue el propio Wellington quien solicitó que Ricardo de Álava se incorporase a su ejército en vísperas del crucial encuentro de Waterloo, en el que el militar español se convirtió extraoficialmente en su jefe de estado mayor. Las crónics cuentan incluso que ambos celebraron su victoria sobre Napoleón cenando solos en la célebre Posada Jean de Nivelles.
Pese a haber sido uno de los protagonistas de este histórico acontecimiento, Ricardo de Álava tuvo serios problemas con el rey Fernando VII por sus ideas liberales, lo que le obligó a exiliarse de España en, al menos dos ocasiones. Aunque otras tantas fue perdonado, pudiendo así regresar a España, donde ocupó numerosos cargos oficiales, cómo el de embajador en Inglaterra y el de Ministro de Marina.
Redacción QUO