Pese a la mala reputación del planeta como «gigante de gas», las nubes rojas de Júpiter ocultan un denso núcleo rocoso unas 20 veces más macizo que la Tierra. Este núcleo bloquea cualquier posibilidad de pasar por el centro del planeta, pero incluso una visita a sus nubes podría acabar en desastre.
Sabemos poco de las interioridades de Júpiter, y en su mayoría procede de la sonda Galileo, que en 1995 se sumergió hasta 161 km en la atmósfera joviana y envió datos hasta su desintegración una hora más tarde. Pero he aquí lo que sabemos: en primer lugar, cualquier nave tendría que atravesar los cinturones de radiación de Júpiter, que dislocarían sus instrumentos, y cuya formación más imponente se sitúa a 321.869 km del planeta. Habría que enfrentarse a continuación a vientos de unos 370 km/h. Y si aún existieran posibilidades, vendrían ráfagas de unos 650 km/h. En la atmósfera externa, las temperaturas medias rondan los 152 ºC, y los científicos sospechan que pueden alcanzar los 27.760 ºC cerca del núcleo. Esa atmósfera liquidó rápidamente al cometa Shoemaker-Levy 9, de 1,9 km de diámetro, cuando este impactó contra Júpiter en 1994.
A 14.484 km de profundidad, emparedado entre la atmósfera y el incandescente núcleo rocoso, el interior de Júpiter consiste básicamente en hidrógeno metálico en estado líquido. Se trata de un fluido altamente conductor que solo puede existir bajo condiciones como las del planeta, con una presión de casi 3 millones de kilogramos por cm2. Con todo esto en mente, aunque haya que dar un rodeo para llegar a Saturno, sugerimos pasar de largo.
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Redacción QUO