Los zombis están de luto. George A. Romero, el creador de las historias de muertos vivientes tal y como las conocemos actualmente, ha fallecido. Antes de su aparición, el zombi era una figura vinculada a la mitología del vudú, pero Romero la transformó radicalmente en 1968.
Fue ese año cuando estrenó La noche de los muertos vivientes, una película de bajo presupuesto que revolucionó el cine de terror. En ella narraba como (por causas desconocidas que nunca se explican del todo) los muertos salen de sus tumbas con hambre de carne humana, asediando a un grupo de variopintos personajes atrapados en el interior de una casa de campo.
Diez años después, en 1978, Romero rodó una continuación de aquella película, Dawn of the dead, que en España se tituló simplemente Zombi. En este caso trasladó la acción a una gran ciudad, mostrando como la epidemia de muertos vivientes se convertía en algo globar. El vaiopinto grupo de supervivientes de rigor(integrado aquí por dos francotirados de la policía, una reportera de televisión, un pandillero latino…) se atrincheraba en el interior de un gran centro comercial, lo que convertía a la película en una sangrienta y cruel metáfora de nuestra sociedad consumista. Los protagonistas estaban rodeados de todo tipo de bienes de lujo y, a la vez, asesinados por un ejército de muertos caníbales que intentaba penetrar para devorarlos a ellos, reducidos así a la condición de mera mercancía.
Zombi fue un éxito en todo el mundo, y se convirtió en la película de la que han mamado decenas de títulos posteriores como 28 días después, o la serie Walking dead. Romero siguió rodando filmes de zombis durante toda su vida, pero ninguno llegó a la altura de los dos primeros.
Lamentablemente, su saga zombi eclipsó sus otros filmes de terror, entre los que había algunos realmente estimables. Como Martin, una original y depresiva visión del mito del vampiro, que también fue muy imitado. OAtracción diabólica, angustioso relato sobre un joven tetrapléjico a merced de su mascota, un mono rhesus con tendencias sádicas.
Vicente Fernández López