Hay un pez que tiene tantos nombres como sorpresas en su genoma. Se trata del rivulín de manglar, almirante de manglar o rívulo matancero (Kryptolebias marmoratus). Este pequeño animal es capaz de vivir tanto en agua dulce como en agua con el doble de sal que el océano. También puede vivir hasta dos meses en tierra, respirando a través de su piel, antes de regresar al agua. Por si fuera poco, es uno de los dos vertebrados (el otro es un pariente cercano), que se fertiliza a sí mismo. Precisamente esto es lo que ha sido objeto de una investigación, publicada en Genome, y liderada por Luana Lins .
La autofecundación o tener mucho amor propio, tiene beneficios. Si el hábitat es bueno, con comida abundante y un clima agradable, se puede formar una familia casi al instante. El problema es que al no combinarse con otro ADN, el organismo se ve privado de un conjunto de herramientas genéticas diversas que pueden ser útiles si el entorno cambia repentinamente. La autofertilización también puede aumentar las probabilidades de que una mutación peligrosa se vuelva común en una población.
Sin embargo, el rivulín no solo no se ve afectado por esto, sino que parece querer desafiar a la evolución.
Cuando el equipo de Lins secuenció el genoma del rivulín, descubrió que había mucho por aprender. Los científicos compararon 15 linajes diferentes de esta criatura y hallaron una cantidad importante de diversidad genética en toda la especie.
“Descubrimos mucho más áreas heterogéneas de lo que esperábamos si simplemente siguiéramos la lógica de un animal que ha llevado a cabo la autofertilización durante mucho tiempo. Se trata de un enigma y aún no hemos dado con la respuesta”, señala Lins en un comunicado.
Una posible explicación es que estas criaturas tienen muchas más mutaciones de lo que se pensaba anteriormente. Pero las mutaciones tienen una cierta regularidad o probabilidad, lo que hace que esta diversidad sea poco probable. Hay algo más, pero aún no sabemos qué es.
Juan Scaliter