De los climas extremos del ático a los del sótano, un observador meticuloso podría clasificar un colorido abanico similar al de la Tierra. Podría conseguirlo incluso dentro de una misma estancia en la que un aire acondicionado trabajara con ganas o el cristal de una ventana transformase la luz en calor. Cada uno de los microclimas tendría su propio paisaje y paisanaje, frecuentemente microscópico. Lo fascinante es que en este viaje solo hace falta prestar atención a insólitos testigos que esperan, desperdigados en casi todos los hogares, la oportunidad de contar su vida: los libros.
En busca de un lugar fresco y seco
Arsenio Sánchez Hernampérez empezó a comprender el valor de almacenar los libros en un medio ambiente sano a los diez años, algo decisivo en una época como la actual, pues el papel reciclado tiene una vida corta. La costumbre valía lo que su padre, buen amante de sus libros y mal enemigo del polvo, le pagaba por limpiar su biblioteca. Ahora gana el sueldo de un conservador de la Biblioteca Nacional y conoce mejor las maldades de los climas demasiado húmedos, soleados, calurosos y polvorientos.
Los libros que habitan en las bibliotecas de los sótanos le cuentan historias de un clima nebuloso: tienden a sufrir la humedad que sube de las paredes, causante de la proliferación de hongos que distingue con su olfato de restaurador. El mismo tufo que podría evitarse alejando los libros del trópico cavernoso del sótano, pero un sitio soleado sería un tremendo error.
El clima que registran las cercanías de las ventanas se caracteriza, en lo que a libros se refiere, por la oxidación y la decoloración de los volúmenes. Es el efecto palpable de la luz solar. “Una cosa que suele hacerse es poner un libro abierto en una vitrina, y eso es lo más agresivo que hay”, explica Sánchez. Aunque la radiación ultravioleta también genera desiertos para muchos microbios patógenos, que perecen cuando se exponen a entrar en contacto con ella.
Clima exterior, clima interior
“En Valencia he encontrado ataques de xilófagos brutales, y en Madrid, por lo que yo he visto, son muy poco frecuentes”, dice Sánchez. Esa influencia del clima exterior redunda en que incluso la pared más lejana de la ventana puede ser mala opción.
También es el motivo del extraño fenómeno de las corrientes generadas desde la fachada: cuando el sol la calienta, el aire atrapado en el hueco que hay entre ella y el muro de la casa cambia de temperatura y provoca una corriente que se filtra por la mínima rendija.
Toda una oportunidad de movilidad para las bacterias y las esporas de los hongos. Es un fenómeno peligroso a los ojos de un experto como Sánchez, sabedor de que “la limpieza tiene que ser siempre por aspiración; no es bueno pasar el cepillo. Si tienes que pasarlo, que seasiempre lejos de la biblioteca y que esté aireado, porque los hongos que afectan al papel también pueden afectarte a ti”. Como si de una típica legionelosis veraniega se tratara.
[image id=»68380″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Bombillas con patas
Una persona irradia el calor equivalente a una bombilla de 60 a 100 vatios de potencia, según su tamaño. Por eso, cuando se reúne un grupo grande el aire caliente se eleva y el frío del resto de la casa acude a reemplazarlo. Este tipo de viento se reproduce constantemente y crea corrientes exclusivas en cada hogar.
Redacción QUO