El caso de Caster Semenya conmocionó el mundo del atletismo internacional, su diferenciación sexual cuestiona sus medallas de oro
Clog y Kismet son dos robots con una inteligencia equiparable a la de un niño de dos años. Tienen aspecto humanoide y ojos tipo manga que expresan emociones. Sus creadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), comandados por Rodney Brooks, los dotaron de un aspecto infantil y expresamente asexuado. “Nos esforzamos en que no parecieran niño o niña”, explicó Rodney, “sin embargo, fue un error no dotarlos de sexo. Si queremos que la gente no los rechace, tenemos que definir su género. Nosotros, los humanos, después de todo, somos una cosa u otra”.
Una cosa, u otra. La frase de los investigadores de Massachusetts a día de hoy tendría que llevar muchas comillas.
En estos días, La Federación Internacional de Atletismo (IAAF) recibirá los resultados del examen de sexo de Caster Semenya, la corredora sudafricana campeona de los 800 m en Berlín. El test ayudará a decidir si le retiran la medalla de oro que ganó. Se han filtrado resultados de pruebas previas realizadas a Semenya: mostraban que no tiene útero y sí testículos internos, además de un alto nivel de testosterona, hormona más abundante en los hombres. Semenya es y se siente mujer, como atestiguan sus amigas de la pequeña aldea de Limpopo donde nació y creció. Y sin duda fue la más rápida en los 800 metros. Lo que no está tan claro es que sea “una cosa u otra”.
Pongámosles nombre. Hermafroditas, intersexuales, tercer sexo… El último consenso médico de referencia, debatido en Chicago por 50 expertos internacionales en 2006, aconseja el término ADS (anomalías de la diferenciación sexual). El documento estima que las anomalías de los órganos genitales se producen en uno de cada 4.500 nacimientos. Solo en EEUU nacen al año cuatro millones de bebés: estamos hablando de alrededor de 900 nacimientos anuales en los que el sexo del recién nacido es una dolorosa incógnita.
A Curtis Hinkle, por ejemplo, nadie le explicó para qué servía el tratamiento hormonal que debía seguir de por vida. Sus cromosomas son XX, es decir, Curtis es genéticamente mujer sin discusión, y más o menos así fue hasta que llegó a la Universidad, cuando dejó de tomar la medicación que le habían recetado sin explicarle para qué servía. Entonces, brotó la barba y los rasgos masculinos con los que se siente cómodo. Sus genes son de mujer, pero las hormonas no, y aquellas pastillas mantenían a raya la testosterona que hoy ha cubierto de vello su cuerpo. “Es curioso, pero la mayoría de los intersexuales como yo que conozco se suelen dejar barba”, cuenta Curtis a Quo desde Carolina del Sur, donde reside.
El caso de Curtis está descrito como hiperplasia suprarrenal congénita. Es la causa más común de intersexualidad. Niñas XX pero que, por un problema genético, producen andrógenos que virilizan al bebé desde la vida intrauterina. Tienen clítoris grande y la vagina escondida debajo de la piel. “Yo siempre me vi alguien raro. Pero no supe lo que me ocurría hasta que a los 21 años me hicieron un examen médico en la Universidad de París, donde estudié Lingüística. La doctora me preguntó: ¿sabes que eres hermafrodita? Le dije que no, que no lo sabía”. El documento de consenso describe 27 “anomalías” que producen ambigüedad genital. La causa involucra un trío de ases en el desarrollo de un niño: genes, enzimas y hormonas.
A medio camino
La doctora Teresa Godàs trabaja en la Unidad de Identidad de Género del Hospital Clínic de Barcelona. Ella, como todos los especialistas a los que he consultado, me pide máxima sensibilidad, porque detrás de la ambigüedad sexual hay seres humanos que batallan por salvaguardar su dignidad y porque se reconozca un color a medio camino entre el azul y el rosa.
Godàs explica que en nuestra especie hablamos de manera simple de dos sexos, el masculino y el femenino. Pero según ella: “Deberíamos hablar de un sexo genético, XX o XY, para mujer y hombre respectivamente. Un sexo gonadal y genital, es decir, si tienes ovarios o testículos, útero o pene; y un sexo hormonal, que dependerá de si tu cuerpo genera mayor cantidad de estrógenos o de testosterona (véase el recuadro de la izda.). En los casos de hermafroditismo o intersexo, alguno de estos estadios entra en contradicción”.
En el principio están los genes. En el momento de la concepción puede ocurrir que no se ensamblen las unidades tal y como dicta la norma, y el bebé que nace puede tener una sola X, puede tener XXY, e incluso un mosaico variopinto, con XX y XY al mismo tiempo. Este maremágnum puede producir que el bebé tenga un micropene y al mismo tiempo ovarios y una vagina pequeña, y este es solo un ejemplo de la enorme gama de posibilidades.
Además de los genes, están las hormonas. Ocurre que, aproximadamente a la sexta semana de la gestación, estas se ocupan de disparar el desarrollo de los órganos sexuales en una dirección o en otra.
A veces, de nuevo los hilos se enredan. Un recién nacido puede ser genéticamente un hombre, pero que sus hormonas no ejecuten la función que les corresponde como tal. Esto hará que los genitales masculinos, que empiezan a desarrollarse entonces, no lo hagan, o no lo hagan del todo. Por ejemplo, en cerca de uno por cada 13.000 nacimientos de un sujeto XY (varón genético) el feto no responde a las hormonas fetales masculinas y desarrolla genitales de niña, excepto por la ausencia de órganos reproductivos internos. Estos bebés presentan el conocido como “síndrome de insensibilidad completa a los andrógenos”. Son identificados como niñas, aunque no pueden tener hijos.
Yo decido
“Hace solo unos años, cuando un niño nacía con genitales ambiguos su género se decidía inmediatamente en el quirófano”, explica Godàs. “Ahora, la consigna más generalizada es dejarlo crecer y esperar a que se exprese antes de reconstruir los genitales. A los tres años, la persona ya muestra claramente su identidad sexual. A esa edad ya le dan patadas a balones, o se abrazan a las Nancys. Es importante esperar, porque se han cometido muchos errores”.
Hay pocos estudios de seguimiento de personas intervenidas por ADS. Sí es famoso el llevado a cabo en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore, en el que se hizo un seguimiento de 27 niños que habían nacido sin pene (síndrome de extrofia de cloaca) y a quienes se les asignó quirúrgicamente un sexo femenino. Pasado el tiempo, cuando los chicos tenían entre 5 y 16 años, los investigadores encontraron que 14 de ellos, a pesar de haber sido educados “en rosa”, habían adquirido un claro rol masculino. “Se sentían varones y actuaban como tales”, según el doctor William G. Reiner, quien coordinó el estudio. En el resto de los casos, el sexo que delineó el bisturí fue el acertado.
“A nuestro hospital llegan anualmente entre tres y cuatro bebés con ambigüedad genital”, explica el doctor Gerardo A. Zambudio, coordinador de la Unidad de Hipospadias e Intersexos del Hospital Virgen de la Arrixaca, en Murcia. En la región se atienden al año unos 17.000 partos, y cuando hay un caso de duda, lo remiten a la Arrixaca. A la consulta del Dr. Zambudio llegó Álex (nombre ficticio). Su padre le había puesto un nombre que servía tanto para hombre como para mujer. Era un caso de hermafroditismo verdadero, conocido ahora como ovotesticular-DSD. “Tenía un testículo en un lado del cuerpo, y un ovario, trompa y medio útero en otro. Es decir, en un lado, los genitales eran femeninos, y en el otro masculinos”, explica el Dr. Zambudio. En el caso de Álex, sus cromosomas eran XX (femeninos), y los genitales externos eran vulva con un solo orificio y un clítoris algo más grande de lo habitual. “En estos casos, se suelen operar para hacerles mujeres. Pero el niño había sido intervenido antes por otro equipo y se le había extirpado el ovario, muy pequeño y atrófico, y con posibilidad de transformación maligna”.
Al carecer de ovario, valoraron que no habría podido producir hormonas femeninas en su pubertad. “Decidimos que lo mejor era hacerle niño, manteniendo la única gónada que le quedaba, el teste derecho”. El complejo proceso se realizó en una sola intervención y utilizaron la vagina extirpada para construir parte del conducto de la orina de una forma novedosa. Álex ya tiene 4 años y recientemente acudió a consulta: “Está bien. Tiene aspecto y rol de varón. En el 80% de los casos conseguimos un resultado estético muy bueno, y los pacientes están contentos y viven sin problemas”.
Sin embargo, el irreversible bisturí es motivo de controversia. “Tras la intervención”, añade Zambudio, “hay un 20% de pacientes insatisfechos”. Algunos (los más descontentos) piden que no se opere a ningún niño hasta que sea mayor y pueda decidir libremente.
Curtis Hinkle clama al otro lado del teléfono: “Yo no quiero que me operen. Tener un clítoris más grande no es una anomalía. Es como es, y solo resulta horrible a ojos de quien lo mira con horror”. Desde la asociación que preside –OII (Organización Internacional de Intersexuales), con socios en todos los continentes y de todas las clases sociales– Curtis pide que su condición se entienda, social y administrativamente, como variaciones biológicas, tan normales como ser niño o niña, y que no se opere hasta que el sujeto pueda decidir por sí mismo. Preguntamos a Curtis, al margen de sus genitales, qué se siente él, si hombre o mujer. Se escucha su risa amable antes de contestar: “Ni una cosa, ni la otra”.
Descárgate el pdf sobre tipos de intersexualidad. Más información en Interemergen.es