¿Qué hace que alguien pase de estar simplemente hambriento a estar enfadado? Esta combinación de hambre e ira puede ser una respuesta emocional complicada que involucra una interacción de biología, personalidad y señales ambientales, según una investigación publicada en Emotion.
“Todos sabemos que el hambre a veces puede afectar nuestras emociones y la percepción del mundo que nos rodea – explica Jennifer MacCormack, líder del estudio, en un comunicado –. El objetivo de nuestra investigación es comprender mejor los mecanismos psicológicos de los estados emocionales inducidos por el hambre, en este caso, cómo alguien se vuelve violento.”
Cuando alguien tiene hambre, hay dos cosas clave que determinan si el hambre contribuirá a las emociones negativas o no, de acuerdo con MacCormack: contexto y autoconciencia.
«No se trata solo de tener hambre y estar furioso con el universo – añade la coautora Kristen Lindquist –. Todos hemos sentido hambre, hemos reconocido la sensación, comemos algo y nos sentimos mejor. Pero el enfado surge cuando interpretamos el hambre como emociones fuertes sobre otras personas o la situación en la que nos encontramos”.
Los investigadores realizaron dos experimentos que involucraron a más de 400 personas. Los resultados mostraron que no solo se trata de las señales ambientales, el nivel de conciencia emocional de las personas también importa. Las personas que son más conscientes de que su hambre se manifiesta como una emoción, tienen una menor probabilidad de volverse agresivos.
Esta investigación enfatiza la conexión mente-cuerpo, de acuerdo con MacCormack. “Nuestros cuerpos – concluye la experta – desempeñan un papel poderoso en la configuración de nuestras experiencias, percepciones y comportamientos momento a momento, ya sea que tengamos hambre, que estamos cansados o enfermos. Esto significa que es importante cuidar nuestros cuerpos, prestarles atención a esas señales corporales y no descartarlas, porque no importan solo para nuestra salud mental a largo plazo, sino también para la calidad cotidiana de nuestra capacidad psicológica”.
Juan Scaliter