Germana de Foix tenía 17 años en el momento de la boda; no era, según los cronistas, demasiado guapa, incluso cojeaba algo, pero ofrecía, además de otros encantos de esa edad, un carácter vivaracho, amigo de fiestas y juguetón en el lecho. Su donaire obnubiló a Fernando el Católico, ya viudo, y su historia de amor es uno de los “episodios nacionales” más calientes de la historia de la realeza española. No solo por el gozo que Germana debió propiciar al talludito Fernando (tenía ya 53 años), sino porque él necesitó ayuda externa para dar la talla.
Vasodilatar el pene del rey
Al año siguiente de la boda nació un niño al que bautizaron con el nombre de Juan, pero que falleció al poco tiempo. El ardor sexual de Germana continuaba en plena ebullición, y exigía cumplimiento al cada vez más achacoso marido; por eso, los cortesanos se vieron en la necesidad de buscar remedios con que vigorizar a su señor. Entre los predecesores de la Viagra había dos que se preconizaban como utilísimos. El primero era la ingestión de testículos de toro, en todas las preparaciones culinarias imaginables. Luego se recurrió a la cantárida, un insecto que se ingiere en polvo. Contiene una sustancia que provoca la dilatación general de los vasos sanguíneos.
Naturalmente, entre los vasos dilatados se encuentran los del pene, y de ahí el efecto “vigorizante”. Sus efectos vasodilatadores generales podían provocar graves episodios de congestión, y hasta la muerte por hemorragia cerebral, de vejiga y de las vías urinarias, acompañadas de insoportable escozor, o por sobrecarga cardíaca. Con 64 años a la espalda y en las arterias, Fernando el Católico debió de superar las cantidades prudentes de cantárida y falleció de una apoplejía. También su nieto, Carlos I, tuvo un tormentoso, y breve, romance con una adolescente: Bárbara Blomberg. El emperador se arrepintió después, pero el fruto de ese desliz tuvo enorme trascendencia para España: de esa unión nació don Juan de Austria.
Redacción QUO