María Cristina de Borbón-Dos Sicilias nació en Palermo en 1806 y era sobrina de Fernando VII, veintiséis años mayor que ella, con quien se casó al enviudar el rey por tercera vez sin haber tenido descendencia. Esta mujer hubo de convivir cuatro años con un sujeto cuyo repulsivo aspecto físico no fue precisamente lo que le hizo “el deseado”. No habían pasado aún tres meses desde la muerte del rey cuando un guardia de Corps apareció ante ella y la prendó. El joven soldado se llamaba Agustín Fernando Muñoz y Sánchez. Aquello fue un flechazo. Contrajeron matrimonio secreto –y, por supuesto, morganático– al poco tiempo. La unión quizá hubiera podido mantenerse oculta de no ser porque la pareja comenzó a tener hijos casi de inmediato. La reina, oficialmente viuda, aparecía en los actos públicos intentando disimular sus sucesivos estados de gestación a base de utilizar amplios vestidos que ocultasen su abultado vientre. Divulgada la situación, por los corrillos se decía que “La regente es una dama casada en secreto y embarazada en público”. En 1840, el general Espartero promovió el levantamiento de las guarniciones militares para derrocar a la regente, y el matrimonio tuvo que exiliarse a Francia. En 1844 fue declarada reina efectiva Isabel II, y el nuevo Gobierno permitió el regreso de muchos exiliados; entre ellos, el de Fernando y María Cristina. Por decisión de Isabel, el matrimonio se legalizó ante las Cortes del reino y se celebró una nueva boda el 12 de octubre. Si no tuvieron más hijos fue por la edad de ambos, y no por el cese de su trato sexual, que se mantenía con el ardor de sus comienzos. Tras el golpe de Estado de O’Donnell, el matrimonio volvió a Francia definitivamente. María Cristina sólo volvió a España para asistir a la coronación de su nieto Alfonso XII.
Redacción QUO