En 1988 el paleontólogo Justin Tweet publicó su tesis sobre la última comida de Leonardo, un hadrosaurio (o pico de pato) del Mesozoico. Nada de lujos: un puñado de hojas tan resistentes al tiempo como su comensal. Pero con una característica peculiar. El fósil parduzco de esa digestión petrificada presenta por todas partes diminutos túneles que resaltan en un tono blanquecino. Al microscopio se aprecian además unos finos surcos que los recorren. Van en todas direcciones, se cruzan, se alejan y, en muchos casos, dos de ellos comparten trayectoria durante unos milímetros, separados por una delgadísima pared de esa misma sustancia. Estos surcos paralelos –de unos 0,3 mm de ancho cada uno– corresponderían al camino recorrido por los parásitos. Sería la primera evidencia de gusanos intestinales en un dinosaurio, la primera vez que se encuentran tales formaciones en un fósil así.
77 millones de añostras su muerte, los restos fósiles de Leonardo fueron desenterrados –en magnífico estado de conservación– en la formación Judith River de Montana (EE. UU.). Las hojas de su última comida también estaban fosilizadas. Tras estudiarlos durante diez años, Tweet y sus colaboradores publican ahora su apuesta para explicar su origen: debieron de hacerlos gusanos parásitos, dotados de algún tipo de vello que produjera los surcos.
Seguramente les sorprendió la muerte de Leo dentro de él, e incluso puede que nacieran ya dentro del cadáver. Las formaciones han recibido el nombre de Parvitubulites striatus (microtúbulos estriados), pero no sabemos qué especie pudo formarlos.
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Redacción QUO