La condesa Drácula
«La condesa sangrienta» de Alejandra Pizarnik narra (en prosa poética) la vida de la aristócrata Erzsebet Bathóry, quien al rededor de 1610 fue acusada de asesinar a casi 650 muchachas. Su historia está relacionada con el nacimiento del mito de los vampiros.
Asesina en serie
La condesa Bathóry creía que bañándose en sangre de vírgenes conservaría la juventud y la belleza eternamente. Cuando sus crímenes fueron descubiertos fue condenada a morir emparedada en su propio castillo, y sus criados y cómplices, mutilados y ejecutados.
Obra póstuma
La malograda poetisa argentina terminó este libro poco antes de su trágica muerte en 1972. La intención de Pizarnik al escribirla fue demostrar como tras los mitos más horrendos y depravados luce en ocasiones una extraña belleza.
La musa del artista
Santiago Caruso leyó «La condesa sangrienta cuando era un adolescente y quedó impresionado por su gran fuerza. Años después, tras ilustras varios clásicos d ela literatura de terror (como «El horror de Dunwich» de H. P. Lovecraft) se atrevió con la obra de la autora argentina. Para moldear el rostro de la condesa Bathóry se inspiró en la actriz Julia Saly, conocida por su trabajo junto a Paul Naschy en «La marca del hombre lobo».
Vampiras femeninas
Con sus ilustraciones Caruso también ha querido rendir homenaje a otras célebres vampiras como Carmilla, la protagonista de la memorable novela corta de Sheridan Le Fanu.
El poder de la sangre
La literatura convirtió al vampiro en un ser que se alimenta de sangre. Sin ella, palidece y se aja. Pero al beberla recupera su lozanía. Esta creencia se basaba en parte en la historia de la condesa Bathóry y su costumbre de bañarse en sangre humana para tratar de mantenerse joven y bella.
Víctima de sus miedos
Según Alejandra Pizarnick, la condesa era una víctima de sus propias angustias. La autora dice que es imposible comprender sus horribles actos sin tener en cuenta su atroz temor a la vejez y la muerte.
Ducha de sangre
Las víctimas de la condesa eran encerradas en una jaula en la que se introducían decenas de cuchillas para despedazarlas. La aristócrata se colocaba debajo y recibía así su reparadora ducha de sangre.
Como una fiera
La condesa Bathóry no se contentaba con torturar y asesinar a sus víctimas. También las atormentaba con prácticas depravadas. Las crónicas cuentan que las mantenía encerradas durante días antes de matarlas, obligándolas a alimentarse con la carne de sus compañeras sin vida.