El baile más sensual
Brasil. ¿Cual es una de las estampas más típicas del carnaval de Río? Sin duda, la de dos esculturales garottas, contoneando sus caderas y frotándose los ombligos a ritmo de samba.
Este baile nació en Brasil de la simbiosis de varios ritmos tribales, especialmente el lundu y el jengo, que practicaban los esclavos africanos. Y su nombre deriva de la palabra semba, que en quimbundu (la lengua de Angola) quiere decir ombligo. En un primer momento, los portugueses llamaron a este baile umbigada (choque de ombligos), ya que una de sus características principales es que los danzantes llegan a frotar sus panzas. Finalmente, a principios del siglo XIX, fue rebautizado como samba.
Ombligo de Venus: manjar divino
Cuenta la leyenda que un posadero italiano vio desnuda a la diosa Venus. Impresionado por la perfección de su ombligo, quiso recrear aquel detalle perfecto. ¿Pero cómo, si no era ni pintor ni escultor? Lo hizo en la cocina, con la masa de la pasta. La manipuló mil veces hasta lograr la forma deseada. Al resultado lo llamó tortellini, que popularmente son conocidos como “ombligos de Venus”.
Los bíblicos
Los teólogos polemizaron durante siglos sobre sí Adán y Eva tenían o no ombligo. El Génesis no lo aclara, y eso llevó a los pensadores a preguntarse: si no lo tenían, ¿no eran humanos imperfectos?
Y si lo tenían, ¿para que les servía? Miguel Ángel tomó partido por el bando “ombliguista”, y en sus frescos de la Capilla Sixtina, retrató a Adán con ombligo. Por contra, en 1646, el pensador Thomas Brown dijo: “Atribuir a Adán esa tortuosidad o complicada nudosidad que llamamos ombligo es un error espantoso”. Los “ombliguistas” contraatacaron con la siguiente tesis: Dios creó a Adán y Eva con ombligo para probar la fe de los hombres, y que demostraran de ese modo si eran racionalistas o devotos.
Un símbolo de la naturaleza efímera
En 1939, el cirujano y dramaturgo escocés James Bridie pronunció una estremecedora conferencia en Glasgow en la que afirmó: “Los seres humanos rotamos alrededor del ombligo, ya que somos, a la vez, centrípetos y centrífugos”. Y añadió: “Esa cicatriz es lo que resta del tallo que nos unía al tronco materno.
Es un recordatorio de que hemos sido arrancados y de que tarde o temprano moriremos”.
El espíritu que sorbía ombligos
Una leyenda popular de Venezuela cuenta la historia de El Silbón, un espíritu maléfico que ataca a los borrachos que vuelven de parranda, y les chupa el ombligo para sorberles el aguardiente que han bebido. La tradición dice que el espíritu pertenece a un niño mimado y malvado que, empeñado en comer “asadura” (entrañas), asesinó a su padre y le devoró las entrañas. Fue maldecido por su madre, y desde entonces vaga como un alma en pena buscando nuevas víctimas.
¿Alfred Hitchcock tenía uno?
Evidentemente, cuando nació lo tenía como todos los seres humanos. Pero, según cuenta una de las más extrañas leyendas urbanas que circulan por Hollywood, lo perdió en algún momento de su vida. Dicen que los médicos se lo eliminaron al suturarle una incisión tras someterle a una intervención quirúrgica en el vientre.
La pelusa umbilical
En 2002 se entregó el premio IgNobel (que se concede a investigaciones científicas absurdas) a Karl Kruszelnicki, la gran autoridad mundial en pelusa umbilical. Este pedagogo estudió los ombligos de cinco mil voluntarios y halló pelusa en dos tercios de la muestra; un tercio de ella, azul. Kruszelnicki llegó a las siguientes conclusiones: la cantidad de pelusa era proporcional a la de vello umbilical, y su color dependía del color de la ropa que usaba. “El típico productor de pelusa es un varón con sobrepeso y el abdomen piloso”, afirmó.
Reliquias arqueológicas
Los arqueólogos llaman ombligo al centro de un plato o una fuente cuando es redondo y algo hundido. Y los expertos en heráldica utilizan ese nombre para designar una de las divisiones de los escudos nobiliarios, situada debajo del centro, o “corazón”, del emblema.
Tabú en Hollywood
En los años dorados del cine, enseñar el ombligo en la gran pantalla era una provocación sexual, sobre todo si era femenino. Así, se da la paradoja de que Victor Mature pudo mostrarlo sin pudor en Sansón y Dalila (1940), mientras su compañera de reparto, Hedy Lamarr, tuvo que ocultar el suyo tras chales y joyas. Igualmente, años antes, la actriz Carole Landis escondió el suyo bajo un bañador de piel en la versión de 1932 de Hace un millón de años. Por fortuna, en 1964, la moral ya había cambiado, y Raquel Welch (en la foto) no tuvo problemas para lucirlo en el remake de esa epopeya prehistórica.
Todos los ombligos son redondos
Así se titulaba la obra escrita en 1952 por Alvaro de la Iglesia (a la sazón, director de La Codorniz). En ella, el protagonista conoce a una mujer poco agraciada físicamente, pero con una personalidad fascinante. Se casan y en la noche de bodas el marido descubre cómo su esposa se quita una peluca, una prótesis dental… y se transforma en una bella mujer. Ella le confiesa que, harta de que la cortejasen sólo por su belleza, se afeó para encontrar a alguien que la amase por sus virtudes espirituales.
El arte de… mirarse la barriga
La onfaloscopia era una técnica de oración de los monjes hesicastas de Grecia. Consistía en la contemplación del propio ombligo hasta lograr acompañar el ritmo de la respiración con la repetición incesante del nombre de Dios.
Pero en 1857, el británico Fitz Hugh Ludlow publicó un libro, The hasheesh eater, en el que le daba un nuevo significado al término onfalocéntrico, ya que lo acuñó para designar a la persona egocéntrica que se recrea obsesivamente en su propio mundo.
El centro del Universo
El 6 de abril de 1722, festividad de la Pascua de Resurrección, el holandés Jacobo Roggewen arribó a una isla del Océano Pacífico situada a 3.700 km de la costa chilena, que él bautizó como Isla de Pascua. Pero muchísimo antes, alrededor del 400 antes de Cristo, los antiguos polinesios denominaron esta isla con diferentes títulos; entre ellos, Rapa Nui y Te-Pito-0-Te-Henua, que significa “el ombligo del mundo”. Pero no es el único, ya que cada cultura tiene el suyo. Para los incas, lo era la ciudad de Cuzco, cuyo nombre en quechua significa “ombligo”.