Situarse a los pies del esqueleto de un megaterio, animal prehistórico y colosal, es algo que puedes hacer en muy pocos lugares del mundo; entre ellos, el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Acabo de recorrer (lo he hecho ya muchas veces) los pasillos y recovecos de este edificio poblado de especies extraordinarias. Calamares gigantes, aves extintas, cráneos de homínidos que un día vivieron y pensaron en lugares remotos del planeta…
Si lo visitas, podrás encontrar vitrinas de principios de siglo con una familia de lobos de aspecto feroz que llega a asustar a algún niño. A los pies del gigantesco esqueleto del megaterio conocí su historia de siglos. En 1787, un fraile español desenterró el esqueleto fósil de este animal gigantesco en Luján, cerca de Buenos Aires. Darwin ni siquiera había nacido, y los científicos todavía creían que las especies animales y vegetales eran inamovibles. Cuando vieron el extraño ejemplar, que se acabó denominando megaterio, esos hombres del siglo XVIII tuvieron claro qué hacer con él: enviarlo al Museo de Ciencias de Madrid para que allí lo estudiaran.
Hoy, el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid sigue siendo un referente de la divulgación científica y la investigación, pese a que ya han pasado casi dos siglos y medio desde su nacimiento en 1771. Sus fondos rondan los ocho millones de piezas, aunque solo un mínimo porcentaje está expuesto. Una de las más visitadas es la sala de dinosaurios, entre los que destaca el esqueleto del ‘Diplodocus Carnegii’, uno de los fósiles más conocidos; tanto que la comunidad científica lo denomina cariñosamente Dippy. Una de las salas modernas, Mediterráneo, naturaleza y civilización, incluye otra estrella del museo: un calamar gigante “pescado” en Fuengirola (Málaga), en 2001. Sus ocho metros de longitud reposan en una gigantesca cuba. A su lado, una reproducción a tamaño natural permite observar las dimensiones del animal vivo. Hay otras maravillas esperando tu visita.
Maqueta a tamaño real del calamar gigante de ocho metros de longitud encontrado en 2001 en Málaga.
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)
En el Museo Nacional de Ciencias Naturales podrás ver con detalle numerosos ejemplares de la fauna ibérica, como estos abejarucos.
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)
El “Diplodocus Carnegii” fue una donación del millonario estadounidense Andrew Carnegii en 1913. Convive, en la sala de dinosaurios, con minuciosas réplicas de otros grandes reptiles del mismo yacimiento, llamado Formación Morrison, en Wyoming (EEUU).
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)
Los conservadores de la década de 1780 montaron este animal prehistórico como si se mantuviera a cuatro patas, aunque para ello tuvieron que, literalmente, limar algunos huesos. En 1803, el naturalista francés Cuvier les sacó del error. Como lección de historia de la ciencia, el MNCN lo expone en su erróneo montaje inicial sobre sus cuatro extremidades, y no como el oso perezoso gigante que realmente era cuando vivía.
foto: Fernando Roi
La sala de la evolución expone una cuidada reproducción de los principales restos de antepasados humanos del mundo.
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)
El Museo Nacional de Ciencias Naturales pertenece al CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), y en su seno se realizan numerosas investigaciones en diversos campos de la biología.
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)
Un elefante por la Castellana
El elefante africano que hay en el vestíbulo fue donado al Museo por el Duque de Alba en 1913, tras una expedición africana. La piel, que pesaba 600 kg, permaneció durante 10 años en los sótanos del Museo.
El proceso de naturalización se llevó a cabo en el Real Jardín Botánico y finalizó en 1930. Posteriormente fue trasladado al Museo por el Paseo de la Castellana para asombro de los viandantes.
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)
Para poder naturalizarlo, Luis Benedito contaba como único dato informativo con la medida de los colmillos. Elaboró varios bocetos escultóricos de diferentes dimensiones, en bronce, piedra, barro, madera, cerámica y terracota. Construyó a continuación un armazón, utilizando madera, tela metálica, escayola, alguno de los huesos del elefante y los ojos de cristal. Todo ello fue recubierto con la piel ya curtida y encolada, sujeta con alfileres.
Foto: Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)