Los ojos de una mujer están causando la admiración de los científicos. Tienen algo que la hace única. Una mutación le ha otorgado la capacidad para ver más y mejor. Si un humano con vista normal ve un millón de tonos, ella percibe cien millones. Esta mujer tiene supervisión. La neurocientífica británica Gabriele Jordan, de la Universidad de Newcastle, ha rastreado el mundo en busca de esta mujer durante dos décadas.
Por fin la ha encontrado. Su nombre no es público: se la conoce como la paciente cDa29. Esta mujer tiene cuatro tipos de cono en la retina, uno más de lo habitual. Los conos son células con dicha forma, sensibles a la luz gracias a unas sustancias denominadas opsinas. La eritropsina, por ejemplo, tiene mayor sensibilidad para la luz roja, la cloropsina para la verde y la cianopsina es la que nos facilita la visión del azul. Hay algunos mamíferos que solo poseen un cono, mientras que ciertas aves y reptiles poseen cuatro: el extra les permite ver la luz ultravioleta, algo por ahora imposible para nosotros.
Si bien el cono extra de cDa29 no le permite detectar la luz ultravioleta, sí le posibilita ver cientos de tonos de amarillo y verdes que los demás no podemos distinguir. Y aunque ella es la única que ha demostrado que tiene una capacidad especial, no está sola. Los científicos estiman que el 12% de las mujeres tiene este don, pero dormido.
“Sabemos que una mujer puede tener un cono extra porque alguno de sus hijos o hermanos tiene una ligera deficiencia en la visión de los colores, un tipo de daltonismo llamado anomalía tricromática”, explica a Quo la doctora Jordan. Estos varones ven algunos colores con menos intensidad y brillo.
Para encontrar a estas mujeres con supervisión, “buscamos y diagnosticamos primero a los hijos, y comprobamos que son portadores del gen mutado. Luego, hacemos un análisis genético a las madres y a las hermanas”. Ellas son portadoras, pero no sufren el defecto. O mirado desde otro punto de vista, lo sufren de manera diferente.
Seguir las huellas de colores
Desde los años 20 del siglo pasado se sospechaba que existían casos de mujeres con anomalías de visión de este tipo, y los primeros casos de tetracromatismo documentados se remontan a 1948. El científico neerlandés HL de Vries estaba estudiando el daltonismo en varones que eran menos sensibles al verde o al rojo y les costaba distinguirlos. En el experimento, sus pacientes tenían que mezclar luces rojas y verdes, y variar su intensidad hasta obtener el color amarillo; por su condición, necesitaban más verde o rojo para ver ese color. Por simple curiosidad, De Vries analizó a la hermanas de los sujetos daltónicos. Ellas distinguían bien el rojo y el verde, pero en el test aplicaban en la mezcla más rojo de lo habitual en los sujetos sanos. Algo pasaba con ellas. Aventuró que podía deberse al cuarto cono.
En la década de 1980, el neurocientífico John Mollon, de la Universidad de Cambridge, estaba estudiando la visión del color de los monos cuando averiguó cómo los monos americanos adquirieron esta capacidad. La mayoría de los mamíferos solo tienen dos conos, y ven en grises y azules. Pero estos monos, como nosotros y la mayoría de los primates, tienen tres conos. Adquirieron el tercer cono gracias a una mutación que les coloreó la vida: esos monos podían distinguir mejor las frutas, que destacaban entre el verde de la selva. La selección natural hizo el resto.
Cómo buscar la supervisión
Mollon hoy trabaja codo a codo con Jordan, quien tomó el testigo de su investigación en monos y se centró en trasladar esos hallazgos a humanos. Juntos crearon un test especial para reconocer a las mujeres con supervisión. Solo ellas podrían distinguir con rapidez y sin dudas las combinaciones de luces de colores que se les mostraban. Probaron el test con 25 mujeres con cuatro conos. Solo una lo superó. “Me puse muy contenta”, confiesa, recatada, la doctora.
¿Por qué solo ella ha desarrollado el don? No saben aún por qué esta mujer sí tiene despierta esta capacidad y las demás no. Todas tienen la herramienta para distinguir más tonos que los demás mortales, pero solo una la utiliza.
“Es posible”, explica Jordan, “que los conos extra estén repartidos en parches en su retina y solo pueda acceder a esa información cuando la luz incide sobre ellos.”
¿Puedes explicarme un color?
La supermujer no lo siente así. Pero tampoco puede explicar cómo ve. Para imaginarme lo difícil que es describir a alguien un color que no ve nadie más, he pedido a un compañero daltónico que me explique de qué color ve una manzana roja. “No sé lo que veo, ¡si lo supiera, no sería daltónico!”, me responde confuso. “¿Marrón?”, insisto. “No lo sé”, dice. “¿Lila?”, incido. “No… Creo que verde. Sobre todo, algunos tonos, pero no todos”, me corrige. “Pero no lo sé”, añade. Tras darle vueltas sin llegar a ninguna conclusión, cierra la conversación diciéndome: “Tú misma no podrías explicar cómo ves el amarillo. A lo mejor para el resto de la humanidad el Sol es negro y la noche es amarilla, y tú no lo sabes”.
Según la neurocientífica, lo más seguro es que cDa29 tenga un tetracromatismo fuerte y pleno; es decir, que los conos extra estén distribuidos por toda su retina de manera uniforme y pueda ver más colores que los demás, de manera constante. Pero, ¿por qué no ha sido consciente de ello a lo largo de su vida? ¿Y por qué las demás mujeres no usan su supervisión?
Quizá sea un problema de lenguaje. Si no tenemos una palabra para designar los nuevos colores que percibimos, los catalogamos como alguno de los ya conocidos y bloqueamos nuestra capacidad para ver más allá de lo establecido. En ruso, por ejemplo, el azul oscuro y el azul claro son dos colores distintos, tienen dos palabras para designarlos: azul claro es голубой (goluboi), y azul oscuro синий (sinii). Neurólogos del Instituto Tecnológico de Massachusetts han comprobado que gracias a ello distinguen estos dos tonos mucho más deprisa y sin dificultad en comparación con los ingleses, que no tienen dos palabras para designar los distintos tonos de azul y dudan a la hora de distinguirlos.
¿Tendremos supervisión?
Los científicos se preguntan si es necesario tener algún tipo de engranaje neuronal especial para poder explotar el don. Todo apunta a que no es así.
Los monos americanos usaron la red neuronal que les servía para la visión espacial. Tampoco lo necesitaron los ratones modificados genéticamente para ver en color creados por científicos de Instituto Médico Howard Hughes y de la Universidad de California, Santa Bárbara.
Los ratones suelen ver la mitad de la paleta de colores que vemos los humanos. Ven azules, amarillos, marrones y negro. La mutación les permitía ver todos los demás colores. Los científicos han comprobado que su cerebro es lo suficientemente plástico como para adaptarse prácticamente de manera instantánea a la percepción de estos nuevos colores.
Así que probablemente el don pueda despegar y alcanzar su esplendor con entrenamiento. Y es posible que un día la naturaleza nos sorprenda aún más, y de igual manera en que lo ha hecho con este cuarto cono: podría extenderse una mutación que nos permitiera ver otras ondas, como las ultravioleta y las infrarrojas.
Si captáramos UV, veríamos un mundo oculto para nosotros ahora mismo. Observaríamos originales patrones ahora invisibles en las plumas de las aves, y en las flores, y en las bayas, brillando. Si viéramos el infrarrojo, podríamos distinguir las zonas de más calor de una persona, percibir si tiene fiebre de un simple vistazo y otras alteraciones útiles, como si se está ruborizando.
Y entonces sí que se abriría ante nosotros una nueva dimensión.