Hay cartas que no llegan a su destino. Se extravían, son interceptadas, destruidas, olvidadas, devueltas. Y los mensajes perdidos acaban abandonados en papeleras sucias, en frías consignas, en oficinas de correos y en buzones ajenos. Es normal; lo extraño es que una misiva coja polvo durante más de tres décadas en una oscura chimenea, atada a la esquelética pata de una paloma mensajera, aguardando a que unas manos curiosas ventilen su contenido. Y si, llegado ese momento, el mensaje representa un caos manuscrito en una especie de impreso oficial encabezado con las palabras “servicio de palomas”, lo inusual de la situación puede cimentar un misterio difícil de olvidar, así pasen otros treinta años.

El jubilado inglés David Martin lo comprendió en 1982, cuando limpiaba la chimenea de su casa del siglo XVII de Bletchingley (Surrey), a 35 kilómetros al sur de Londres. Sus dedos abrieron el cartucho escarlata acoplado a la pata del ave y extrajeron una hoja fina como papel de fumar con un mensaje cifrado de la Segunda Guerra Mundial. Su contenido es un enigma de 27 bloques de cinco letras manuscritas, ordenados en cuatro columnas, que ha superado numerosos esfuerzos por desnudar el misterio, incluido el empeño de los expertos del cuartel general de Comunicaciones del Gobierno de Reino Unido (GCHQ, por sus siglas en inglés). Derrotados por la breve nota, sus responsables decidieron hacerla pública el pasado noviembre con la esperanza de recabar alguna pista que aclare su significado.

Noticias del Día D
El sugerente mensaje plantea muchas preguntas: su remitente, “Serjeant W Stot”, no ha sido identificado definitivamente, aunque parece que se trata del sargento William Stott, muerto y enterrado en Normandía; el destinatario, X02, no figura en ningún registro, aunque hay quien lo sitúa en el alto mando de bombardeos; no se conoce el punto de partida del ave y, por supuesto, la fecha es una incógnita. Pero lo más curioso es el lugar donde la paloma voló por última vez. Resulta que si el pájaro reviviera y volase unos 110 kilómetros hacia el norte, sobrevolaría Londres y llegaría a Bletchley Park, el enclave donde los aliados trabajaban día y noche para romper los códigos nazis, incluidos los de la célebre máquina Enigma. Allí había un palomar secreto donde podría haber descansado.

Podría proceder de un palomar secreto que pertenecía a los aliados encargadados de descifrar códigos nazis

Si se limitase a volar hacia el este durante 10 kilómetros, llegaría a Reigate, donde el mariscal Bernard Law Montgomery estableció su cuartel general mientras preparaba la operación Overlord. Con esta clave designaban los aliados la invasión de la Normandía ocupada. El éxito de las tropas británicas, estadounidenses y canadienses marcó un punto clave hacia la derrota alemana, y el papel de las palomas mensajeras fue muy importante: Churchill decidió prescindir de las comunicaciones por radio para evitar revelar los movimientos de los aliados a los ejércitos del Eje. El mensaje podría contener información relacionada con el célebre Día D, puesto que el punto elegido para el desembarco de Normandía está a unos 120 kilómetros de la fatídica chimenea.

Lo único que está claro sobre el viejo papel es que viajó duplicado atado a la pata de dos palomas: NURP.40.TW.194 y NURP.37.OK.76. Y que si alguien quisiera ser el primero en descifrarlo, debería comenzar por poner en tela de juicio la idea de que los bloques de cinco letras contienen significados concretos, como si fueran palabras. “Lo habitual era cifrar el mensaje y luego descomponerlo en bloques de letras para no dar pistas de la longitud de ninguna de las palabras, ya que en función de la longitud se podía determinar el idioma, el tipo de palabra y muchas otras cosas”, explica el responsable del Negociado de Criptología del Estado Mayor de la Defensa, el teniente coronel Javier López-Brea. Después, podría ocuparse de buscar una clave con la que empezar a trabajar. Si existiera un código común para descifrar todos los mensajes de la misión en la que la paloma estaba involucrada, sería fácil conocer el contenido de la misiva: bastaría con hacerse con uno de los libros de claves. “Pero si es un acuerdo entre dos personas, una que cifra y otra que descifra, puede tratarse de un acuerdo no formal basado en un código no formal”, lo que significa que nadie lo encontraría en los libros “oficiales”.

Una manera de evitar códigos “oficiales” es indicar la clave dentro del propio mensaje: un libro, una revista, una canción, un periódico que tuviesen a mano tanto el emisor como el receptor. Quizá en el mensaje de Surrey hay una pista que señala en esa dirección.
El texto contiene tres columnas de siete bloques de cinco letras y una cuarta columna que tiene solo seis bloques; el espacio del último grupo lo sustituye la leyenda: 27 1525/6. “Los números podrían ser una indicación, dada la dificultad que en una época de conflicto hay para acordar todos los días cambios de claves”, apunta López-Brea. En ese caso, marcarían una página, un párrafo, quizá algún versículo.
Si la paloma volvía de la Normandía ocupada, la maquinaria militar estaba a pleno rendimiento.

El mensaje viajó duplicado, atado a la pata de dos palomas: NURP.40.TW.194 y NURP.37 OK.76.

Así que el esfuerzo en cifrar y descifrar los mensajes no podía ser excesivo. “En algunos mensajes interesaba mantener el secreto  unos minutos o unas horas. Si se trata de llevar a cabo un bombardeo o un desembarco, no importa que descifren el mensaje cinco o seis días después del hecho”, razona López-Brea.
“Desde mi punto de vista, el mensaje es muy rudimentario, tiene muy poca fortaleza criptográfica, entre comillas”, opina. Y continúa: “La dificultad es saber cuál ha sido la clave utilizada. Seguramente, el emisor se la está indicando al receptor con ese 1525/6, y, con la clave, se descifrará el mensaje mediante un sistema de sustitución, de transposición o un sistema mixto que emplea las dos técnicas”.

¿Indescifrable?
¿Y si estaba escrito en lenguaje natural codificado? “En el lenguaje hay mucha estadística, y no es difícil saber cuál es la letra más frecuente o detectar qué letras pueden ir juntas en una frase, y cuáles nunca lo hacen. Pero si el texto es muy corto, la estadística es inútil”, explica el profesor de matemáticas de la Universidad Autónoma de Madrid Adolfo Quirós. Por ejemplo, si se transmitiese el mensaje ABCD cifrado por sustitución, el método más simple que hay (cada símbolo se sustituye por otro previamente acordado), lo único que sabría quien lo interceptase es que ante sus ojos tiene cuatro letras distintas. Sin embargo, si el mensaje fuera tan largo como El Quijote, la estadística sería suficiente para aproximarse con garantías a su significado más probable. Y la paloma no llevaba El Quijote atado al pata, precisamente.

Es posible que cada grupo de cinco letras tuviera un significado específico asociado a una misión concreta, como señaló el GCHQ en una nota informativa. “Pero decir que un bloque de 5 letras corresponde a un trozo concreto de información es decir poco”, opina el también vicepresidente de la Real Sociedad Matemática Española. “Eso solo significa que puedo codificar más de 11 millones de cosas (26 elevado a 5, si contamos con que el alfabeto inglés tiene 26 letras), pero el lenguaje está codificado con muy pocos símbolos, y puedes hacer casi cualquier cosa con ellos”.

La idea lanzada desde el GCHQ no es desdeñable. Por ejemplo, se podría cifrar una “unidad de bombarderos” como “UB”, la palabra “atacan” podría ser “KZX”, “mañana” podría sustituirse por “X” y las 8.00 horas podrían ser “OCHO”. “UBKZXXOCHO” significaría: “unidad de bombardeos ataca mañana a las ocho”. Con el código en la mano, sería sencillo entender el mensaje y nadie que no tuviera acceso a las claves sabría lo que significa “UBKZXXOCHO”. Pero para que la seguridad fuera máxima, se cifraría de nuevo, esta vez empleando una clave de un solo uso que podría estar en el libro, la revista, o la canción que comparten el emisor y el receptor, señalada en la posición 1525/6. Cada fragmento de la clave, que sería aleatoria, se usaría una sola vez y sería destruido después. “Entonces, solo puedes romper el mensaje si robas la clave, no hay otra forma de leerlo”, sentencia Quirós.

Misterio resuelto

Percy (así ha sido bautizada la paloma), ha sido propuesta a la medalla Dickin, la más alta condecoración que otorga el Gobierno británico a los animales por su valor.

“Golpear a los panzers de Jerry, aquí…”

 El GCHQ, uno de los servicios de Inteligencia británicos, ha hecho público el mensaje de la paloma, buscando colaboración ciudadana para descifrarlo.  Gordon Young, un aficionado canadiense, asegura haber resuelto el problema en poco más de un cuarto de hora. Según Young, el mensaje está compuesto por acrónimos, un método empleado durante la Primera Guerra Mundial. Con el libro de observadores aéreos del Real Cuerpo Aéreo británico (RFC, por sus siglas en inglés) que perteneció a su tío abuelo, el canadiense ha traducido: “Golpear a los panzers de Jerry aquí. Tropas, carros armados, baterías, ingenieros, aquí”. “Contramedidas contra panzers no están funcionando”. Para el GCHQ, solo es una más entre los centenares de respuestas que han recibido. Sus responsables prefieren recabar más datos del contexto y de los libros de códigos antes de dar credibilidad a ninguna de ellas.

Atado a la pata

El mensaje iba dentro de un cartucho, atado a la pata del esqueleto de una paloma mensajera muerta hace 70 años.

Mensajeras de guerra

El Ejército británico adiestró 250.000 palomas mensajeras. Fueron muy útiles durante el desembarco en Normandía porque Churchill había impuesto un bloqueo de las comunicaciones.

De la chimenea a 007

David Martin, el jubilado inglés que encontró la paloma en la chimenea, introdujo en el relato a Wilfred “Biffy” Dunderdale, un experto en contraespionaje que actuó como enlace de las Fuerzas aliadas con la Resistencia francesa.  “Biffy” conducía un elegante Rolls-Royce blindado, era aficionado a las mujeres y había conocido al creador de James Bond, Ian Fleming, lo que le convierte en candidato a haberle inspirado al famoso personaje de 007.
Y el caso es que se mudó a Bletchingley después de la guerra, muy cerca de la casa de Martin. Conociendo su identidad, Martin le mostró el mensaje. “Cuando le enseñé el pájaro y el código, palideció, y nos advirtió de que desistiéramos. Dijo que nunca se sabría nada de eso”, recuerda.