800 hombres perdidos en un bosque
Lo que seguramente ya nadie podrá resolver de forma definitiva son los numerosos casos de desapariciones masivas de seres humanos que se han producido a lo largo de la historia. Desde tripulaciones de barcos hasta poblaciones completas parecen haberse desvanecido sin dejar rastro. Son enigmas que aún traen de cabeza a los historiadores e investigadores que todavía tratan, por ejemplo, de explicar cómo en 1915 pudieron “esfumarse” más de ochocientos soldados durante la campaña para conquistar la península turca de Gallipoli, en la Primera Guerra Mundial. El 5º Batallón del Regimiento británico de Norfolk recibió la orden de cargar contra una colina tomada por los turcos. Se trataba de una misión prácticamente suicida, ya que para llegar a su objetivo, los soldados tenían que cruzar un pequeño bosque y luego salir a un terreno descubierto, donde podían ser masacrados por el enemigo. El ataque se inició a primera hora del día. Los 816 hombres avanzaron con las bayonetas caladas, se internaron en el bosque pero… Los turcos siguieron en sus posiciones y no se volvió a conocer la mínima señal de los ingleses.
Terminada la guerra, el Gobierno británico hizo indagaciones para saber si sus hombres habían sido capturados, pero los turcos lo negaron. Parecía como si la tierra se los hubiera tragado. El misterio no se resolvió hasta 1951, y solo de forma parcial.
Un veterano de guerra, el capitán Charles McLowry, conoció en Estambul a un anciano turco que, después de unos tragos, le contó cómo había enterrado en un bosque de Gallipoli los cadáveres de varios británicos, junto con restos del equipo militar. El oficial organizó una expedición para excavar en la zona y encontró una fosa con los restos de tres cuerpos y casi un centenar de uniformes convertidos en harapos.
Quizá nunca sepamos lo que sucedió con exactitud, pero a la luz de aquel descubrimiento, los historiadores han elaborado una teoría bastante posible. La batalla de Gallipoli fue una carnicería atroz. Es probable que los hombres del batallón perdido no estuvieran dispuestos a dejarse llevar al matadero, que se rebelaran y mataran a algunos oficiales; y que, tras deshacerse de sus uniformes, desertaran. Aún buscan su pista. Igual que la de los tres habitantes de la isla escocesa de Eilean Moore, escenario de uno de los enigmas más célebres del siglo XX.
Tragados por las aguas
En 1900 se instaló un faro en aquella islita rocosa, a cuyo cargo quedaron tres hombres: James Duncan, Donald McArthur y James Marshall. Durante meses, la torre sirvió de guía a los barcos que navegaban por la escarpada costa, pero el 20 de diciembre, la luz se apagó misteriosamente.
Como los días pasaban y no volvía a encenderse, la Marina envió un barco a investigar. El mecanismo del faro se había apagado por falta del mantenimiento adecuado, pero no había ni rastro de los tres vigilantes. La isla fue registrada hasta el último rincón, aunque no se les encontró, ni tampoco sus cuerpos. ¿Qué sucedió?
Se barajaron dos hipótesis probables: que los tres hombres hubieran tenido que acercarse a la costa en plena tormenta y fueran arrastrados por una ola, o que hubiera entre ellos alguna rivalidad que les empujó al enfrentamiento físico; uno pudo asesinar a los otros dos y luego suicidarse arrojándose al mar. Fuera como fuese, el secreto yace sepultado bajo las gélidas aguas escocesas.
Y es que los fondos marinos de todo el planeta se han convertido en la probable sepultura anónima de centenares de personas desaparecidas. La historia de la navegación está repleta de misterios sin resolver, pero el más famoso fue el del Mary Celeste, el barco fantasma más célebre de todos los tiempos.
El Mary Celeste apareció a la deriva frente a Gibraltar, sin su tripulación a bordo
En 1872, el buque italiano Dei Gratia, que navegaba cerca de Gibraltar, divisó una goleta a la deriva. A vista de catalejo, la nave parecía en buen estado, con la excepción de que uno de sus tres palos estaba desarbolado. Los marineros abordaron la nave y la encontraron vacía. Descubrieron también que faltaba un bote salvavidas.
El barco era el Mary Celeste, y había zarpado de Nueva York rumbo a Génova con un cargamento de alcohol.
La tripulación estaba compuesta por siete marineros, y su capitán era Benjamin S. Briggs, un hombre de costumbres puritanas que viajaba con su esposa y su hija. ¿Qué fue de ellos? Nunca se ha sabido a ciencia cierta, pero el suceso desató la imaginación popular con todo tipo de hipótesis. La más aceptada, que fueron víctimas de un asalto, tuvieron que abandonar la nave y se perdieron en la inmensidad del mar; pero hubo algunas fantasiosas que afirmaban incluso que fueron atacados por un pulpo gigante.
Por su parte, el tribunal naval que investigó el caso también barajó la posibilidad de un motín: tal vez los marineros accedieron al cargamento de whisky y, cuando el capitán trató de reprenderles, le asesinaron a él y a su familia; luego, huyeron en la chalupa.
El Mary Celeste volvió a navegar, aunque nunca logró limpiar su reputación de barco maldito. Seis años después, la nave emprendió una nueva travesía hacia Haití. Lo que no sabía la renovada tripulación es que llevaban un polizón enfermo de cólera en la bodega. Los marineros empezaron a enfermar, y muchos de ellos murieron. Cuando solo quedaban con vida el capitán y tres tripulantes más, la nave se estrelló contra un arrecife. Sus restos fueron quemados, para evitar que se propagara la enfermedad.
Pero el Mary Celeste no fue el primero ni el último barco que ha sido encontrado a la deriva sin tripulantes. El más antiguo sobre el que existe documentación escrita fue el Fisah Ketsi, un buque que regresaba de China y que en 1775 apareció abandonado frente a ¡Groenlandia! El caso más reciente data de 2006, y fue el del Jian Seng, carguero filipino hallado en aguas australianas sin que se sepa qué ocurrió con el pasaje.
Poblaciones abandonadas
Lo que ya no es tan frecuente es que poblaciones y aldeas enteras desaparezcan de forma inexplicable. De hecho, solo se conocen dos casos bien documentados. El primero se remonta a 1591, año en que el pirata Walter Raleigh instauró la primera colonia británica en América, en la isla de Roanoke, cerca de la actual Virginia. Se trataba de un asentamiento formado por doscientas personas, hombres y mujeres. Pero cuando Raleigh regresó, dos años después, no encontró ni rastro de los colonos.
Los historiadores han especulado con todo tipo de posibilidades. Desde que fueran asesinados por los indios hasta que un tsunami barriera la aldea. Pero la hipótesis más llamativa surgió en el siglo XVIII, cuando unos exploradores franceses descubrieron una peculiar tribu india: los lumbees, ojizarcos para los españoles. Muchos de ellos tenían los ojos claros y la piel casi blanca, lo que hizo creer que los habitantes de Roanoke abandonaron la isla, llegaron al continente y acabaron mezclándose con los lumbees. Tal vez fue así… o tal vez no. Los análisis de ADN realizados a varios descendientes de esos pieles rojas no sirvieron de mucho, ya que no existen muestras genéticas de los colonos desaparecidos que puedan compararse con las de los indios.
Lo que realmente sucedió en Roanoke sigue siendo un enigma, aunque no resulta ni la mitad de inquietante y estremecedor que otro suceso acaecido en Canadá, en 1930. A finales de la primavera de ese año, un trampero llamado John LeBelle se dirigió hacia el poblado esquimal de Angikuni para vender sus pieles. Pero cuando lo avistó, no apreció señales de vida.
El cazador registró las cabañas de los nativos.?Sus armas y sus pertenencias estaban intactas, pero no encontró a nadie. Alarmado, avisó a las Autoridades, que rastrearon la zona y encontraron algo aterrador: los perros de la tribu habían sido sacrificados y enterrados en una fosa común cercana al campamento. Pero de sus pobladores humanos no apareció la mínima señal.
Actualmente, el misterio sigue sin ser resuelto. Una hipótesis la planteó el criminólogo Colin Wilson en su libro La mente inadaptada: la posibilidad de que los inuits hubieran sido víctimas de un ataque de locura colectiva provocada por algún suceso que para ellos fuera inexplicable (como la caída de un meteoro). La superstición podría haber desatado una histeria colectiva que les empujara a dirigirse (tal vez) hacia el mar para cometer un suicidio ritual en masa.
Si tenemos en cuenta que en los albores del año 1000 el temor a un inminente e inevitable fin del mundo, al parecer, provocó sucesos similares, tal vez esa teoría no resulte demasiado descabellada.