Cuando estamos tristes, nuestra cara da pena… y viceversa: forzar una expresión de felicidad puede cambiar un estado de ánimo depresivo, según asegura uno de los neurobiólogos más reputados, Antonio Damasio, miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Salir a la calle sonriendo, aunque sea una sonrisa fingida, dice Damasio, hará que tu estado de ánimo sea más positivo. ¿Qué pasa entonces si, según esta teoría y para encontrarnos siempre bien, pedimos al doctor una sonrisa permanente? El dermatólogo y cirujano Eric Finzi sostiene en su libro The face of emotion: How Botox affects our mood and relationships, editado por Palgrave Macmillan, que se puede cambiar nuestra percepción de bienestar modificando artificialmente el rostro. El lenguaje facial es para este médico el verdadero motor de los sentimientos. «Al eliminar con cirugía los rasgos de tristeza se interrumpen también las señales negativas que recibe al cerebro”, sostiene.
El optimismo de Finzi no es compartido por todos sus colegas. “Es una locura”, opina Ángel Juárez, Jefe del Servicio de Cirugía Plástica del Hospital Sanitas La Zarzuela. “Se puede mejorar la sonrisa, desde luego, pero desde el punto de vista reconstructivo, no estético, como en el caso de las parálisis faciales o los tratamientos para modificar la sonrisa gingival.” Más que influir, lo que sí podemos hacer es disimular el estado de ánimo, suavizar la dureza de los rasgos de una persona agresiva, estresada o triste.
De momento, Finzi solo trata con Botox el entrecejo: un gesto amable y distendido genera una respuesta más positiva de los interlocutores. “Algunos de mis pacientes con depresión profunda se han sentido mejor después de una aplicación de toxina botulínica que tomando Prozac, asegura”.
Entonces, ¿podría ser este un tratamiento contra la tristeza? “Es una solución demasiado radical para lograr un bienestar que se puede conseguir de otras maneras”, argumenta María Contreras, psicóloga del equipo terapéutico Insalum. “Un estado de ánimo no se transmite solo con la expresión facial; también están las señales corporales, como hacia dónde se mira, el giro del cuerpo, la posición de las piernas… El cerebro no lee signos aislados, sino un conjunto de señales que sintetiza y evalúa”, añade Contreras. Lo cierto es que las teorías de Finzi han abierto el debate entre los neuropsicólogos, y publicaciones como Journal of Psychiatric Research ya recogen sus ideas. La cirugía de la felicidad puede acabar imponiéndose frente a la de la belleza.