Cuatro niños huyen en la noche. No saben qué o quién los persigue, pero sí que tiene algo que ver con la desaparición de su amigo Will. En el último momento, justo cuando todo parece perdido y un vehículo está a punto de pasarles por encima, el coche vuela por encima de sus cabezas, como lanzado por un muelle invisible. Y ahí, en el centro de todo, está Jane Hopper, Eleven (Once). La niña es la gran protagonista de la serie Stranger Things, y la responsable de lanzar por los aires el vehículo de los perseguidores. Desde pequeña, Eleven creció como sujeto de pruebas en los laboratorios Hawkins, donde fue sometida a toda clase de estudios. Con todo esto, Stranger Things tiene de sobra para convertirse en un exitazo, pero hay algo más: apela al imaginario colectivo de humanos con superpoderes, desde la telepatía y la telequinesia a los viajes a dimensiones paralelas. El mundo sobre natural es sumamente seductor, incluso en el siglo XXI.
Los más raros del mundo
Elijah Howell, a diferencia de Eleven, es un niño real. Tiene 5 años y es famoso porque se comunica con los muertos. Con pocos muertos, la verdad. Los suyos dicen que a los 10 meses ya hablaba perfectamente y decía que le había enseñado a hacerlo su abuela (muerta). Su caso dio la vuelta al mundo porque recordaba al protagonista de la célebre película El sexto sentido. Como Elijah, los niños y niñas suelen ser a menudo protagonistas de extraordinarios misterios humanos. Más preocupante que el caso Elijah es el de Ramses Sanguino. Ramses es autista, y lo realmente peligroso es que tras él hay una neurocientífica empeñada en vincular autismo y telepatía. Incluso la propia neurocientífica reconoce que no hay ninguna prueba concluyente, pero sigue agitando su hipótesis a través de su blog y en numerosos medios de comunicación con muchos fans. Pero entre los seres singulares, pocos como Natasha Demkina, una adolescente rusa. Hace ciento diez años, el físico alemán Wilhelm Roentgen anunció su descubrimiento de una forma invisible de radiación que podía hacer fotografías de huesos y órganos dentro de un cuerpo humano vivo. Hablamos, claro, de los prodigiosos rayos X. Al principio la ciencia lo calificó como un engaño, pero pronto se reconocieron como uno de los mayores descubrimientos en ciencia y medicina. A Roentgen le dieron el Nobel de Medicina por un descubrimiento que sigue siendo hoy base del diagnóstico en todo el mundo. Y tras esto está Natasha Demkina, de 17 años, la adolescente rusa que afirma tener visión de rayos X. Asegura que es capaz de ver daños bajo los músculos y la piel. En Rusia la llaman, cómo no, “la niña con ojos de rayos X”.
En telepatía tecnológica nos encontramos en la época del código morse
En marzo de 2004, el productor de un documental sobre Natasha solicitó al Comité para la Investigación Científica del Mundo Paranormal (CSICOP) que examinaran con detalle a Demkina. Diseñaron una prueba preliminar para juzgar si sus habilidades tenían algo de veraz. Era una prueba simple. Reclutaron a seis voluntarios, cada uno con una afección médica diferente visible en rayos X, más un sujeto sano, sin ningún daño. Natasha recibió seis tarjetas de prueba, cada una indicaba una lesión, y ella solo tenía que asignar cada tarjeta al sujeto al que pertenecía el diagnóstico. Falló estrepitosamente. El error más grueso fue que no vio un gran placa metálica en el cráneo de uno de los sujetos, al que le había sido extirpado un tumor cerebral de tamaño considerable. En cambio, “vio” una placa de metal y una sección de cráneo ausente en un hombre a quien lo que le faltaba era el apéndice. El mundo no para de recibir noticias de humanos con superpoderes, pero no hay manera de dar con uno que pase la criba de la ciencia.
Cuando la ciencia sí creyó
Numerosos científicos han buscado a lo largo de la historia una explicación probada para las maravillas. Alan Turing, padre de la inteligencia artificial, creía en la telepatía, en particular en los poderes de J.B. Rhine, el hombre que acuñó el término “parapsicología” y fundó un laboratorio para investigarla en la Universidad de Duke. Turing fue un reconocido matemático, gracias a él se consiguió descifrar el código secreto Enigma de los nazis, pero, además, siguió de cerca y admiró los experimentos de adivinación con naipes con los que J.B. Rhine asombraba al mundo.
Un científico español ha ideado una silla de ruedas que se mueve con el pensamiento
Wolfgang Pauli, físico austríaco, uno de los padres de la mecánica cuántica, era un defensor de la “sincronía”, la tesis que asegura que no existen casualidades.
De hecho, escribió “debemos postular un orden cósmico en el que tanto las leyes del universo como las de nuestro interior están conectadas y es posible controlarlas”.
Dos físicos vivos de renombre, Freeman Dyson y Brian Josephson, creen en la percepción extrasensorial. Dyson escribió que “los fenómenos paranormales son reales pero se encuentran fuera de los límites de la ciencia”. Josephson ganó un Premio Nobel en 1973, y a día de hoy es un convencido defensor de la investigación sobre los fenómenos psíquicos. “Sí, creo que existe telepatía”, dijo a un periódico británico, en 2001, “y creo que la física cuántica nos ayudará a comprenderla”. Si creen ellos, ¿nos estamos perdiendo algo los incrédulos?
El psíquico de la CIA
A día de hoy, los poderes, cuando se ponen a prueba, no dejan de frustrarnos. Hubo un gran revuelo en los años 70 con la telepatía de Uri Geller, el famoso doblador de cucharas. La CIA lo reclutó para probar sus capacidades e incluso la prestigiosa revista científica Nature dio crédito al experimento, que hoy está entre los grandes fraudes de la historia de la ciencia. Durante la II Guerra Mundial hubo gran interés tanto de EE. UU. como de la URSS por encontrar al “superespía mental”. Y entonces fue cuando cobró fama Ingo Swann. Este autoproclamado psíquico afirmaba ser capaz de llevar a cabo lo que se conoce como “visión remota”, describir un lugar que se encuentra a miles de kilómetros. Llegó a dar detalles de la superficie de Júpiter antes de que la NASA soñara con enviar un satélite. Ingo no tenía límites. Hubo más “psíquicos” alimentados por la CIA y el ejército norteamericano en busca de ese poder mental que les haría ganar cualquier guerra. Sin embargo, en 1984, la Academia Nacional de Ciencias Norteamericana emitió un dictamen desfavorable y definitivo sobre los resultados de las investigaciones sobre Ingo y otros supuestos psíquicos.
El Ejército cortó la financiación. La investigación sobre la visión remota había costado hasta entonces 20 millones de dólares.
La ciencia de hoy aborda los superpoderes desde otro ángulo: no trata de explicarlos, los crea. Alejandro Riera, doctor en neurociencia y miembro de StarLab de Barcelona, es uno de los autores de un revolucionario estudio sobre comunicación a distancia… entre dos cerebros.
“Sería acertado hablar de telepatía tecnológica –nos confiesa en una entrevista telefónica–. Mediante métodos no invasivos, hemos conectado el cerebro de dos personas, una en Francia y otra en la India. Una de ellas envió una palabra, pensando en ella y el otro sujeto la recibió. En ningún momento del estudio mencionamos la palabra telepatía. La prensa sí lo hizo, y el estudio se convirtió en uno de los más leídos en PlosOne: por encima de las 300.000 visitas”.
En el estudio de “telepatía tecnológica” realizado por Riera, participaron cuatro voluntarios. Tres de ellos, ubicados en Francia, serían los receptores de información y el último, en la India, el emisor de pensamientos. Lo primero que se hizo fue “traducir” al sistema binario las letras de las dos palabras que se utilizarían, “hola” y “ciao”. De este modo la H, por ejemplo, sería representada como 00010.
Los receptores llevaban cascos con sensores que miden la actividad eléctrica del cerebro (EEG) y el emisor de la información, estimulación magnética transcraneal (TMS). Todos estaban conectados a internet. El objetivo era estimular el cerebro del emisor con dos pulsos diferentes en un sitio específico de la corteza occipital. Uno de los pulsos produciría fosfenos (manchas luminosas, que representaban los 1) y el otro pulso no provocaba manchas de luz (lo que equivalía al valor 0). De este modo se conseguía un código binario, y, con él, un sistema para formar palabras en el cerebro del emisor. Ahora hacía falta que el emisor transmitiera el mensaje a los tres receptores. El emisor estaba conectado a un sistema de interfaz cerebro-ordenador. En su caso, el sistema binario de transmisión de información se estableció dependiendo de si movía brazos o pies, y así “escribía” con la mente la palabra que estaba pensando. Generados los pulsos adecuados, llegaron al cerebro del destinatario a través de internet. Así fue como viajaron con éxito, de la India a Francia, las palabras “hola” y “ciao”.
“Todo este proceso tomó media hora –agrega Riera–. Ahora mismo es mucho tiempo. Pero es el primer paso. Lo interesante fue demostrar que esto era posible sin métodos invasivos y crear una interfaz cerebro-ordenador”. ¿En qué momento estamos de conseguir una comunicación a distancia más rápida y fluida? “En telepatía tecnológica nos encontramos en la época del código morse. Queremos llegar a los tiempos de internet”.
El hombre de hielo
Así llaman a Wim Hof, el Hombre de Hielo. Este holandés tiene un CV digno de superhéroe: ostenta el récord de inmersión bajo hielo (una hora y 52 minutos). Escaló el monte Everest en pantalones cortos y sin camiseta y corrió la maratón del desierto de Namibia sin beber una gota de agua. Pero lo que ha captado la atención de los científicos es que Hof dice ser capaz de controlar su sistema inmune a voluntad, y también el cardiovascular, el sistema hormonal, el muscular y el nervioso. ¿Cómo? Él dice que es un privilegio de la meditación y del control de la respiración.
Controlar el sistema inmune significaría poder evitar casi cualquier enfermedad, una panacea.
Para probar qué ocurre con Hof, Peter Pickkers, de la Universidad Radboud, lo sometió a una escrupulosa prueba científica. A Hof y a otras once personas que siguen sus enseñanzas les inyectó una endotoxina y estudiaron cómo respondía su sistema inmune. Al mismo tiempo, el equipo de Pickkers contó con otros 12 voluntarios que hacían de grupo de control.
La endotoxina inyectada provenía de la bacteria Escherichia coli, que causa síntomas similares a la gripe, como fiebre, escalofríos y dolor de cabeza. “Tras la administración de la endotoxina –declara Pickkers en una entrevista a la revista Nature–, el aumento de cortisol, la hormona del estrés, en Hof fue más pronunciado que en el resto de los voluntarios del experimento. Sabemos que esta hormona se libera en respuesta al aumento de la actividad del sistema nervioso autónomo y que suprime la respuesta inmune.
En promedio, la respuesta inmune de Hof disminuyó en un 50 % en comparación con otros voluntarios sanos. Además, apenas se observaron síntomas similares a la gripe”.
Si bien esto es notable, lo que también dicen las conclusiones del estudio, publicadas en PNAS, es que los efectos notados son a corto plazo (el mismo día y mientras se practica la respiración) y, de momento, consideran a Hof solo una “anomalía” que hay que seguir estudiando.
Mover objetos
Hasta que la ciencia permita mutaciones genéticas extraordinarias que nos doten de alas o de la transparencia de las medusas, lo poco que nos queda de superpoder en la vida real viene de la tecnología. Levantar un coche del suelo con la mente como hizo la protagonista de Stranger Things, no está, de momento, entre nuestras posibilidades como especie. Pero algunos laboratorios hacen interesantes pinitos “telequinésicos”.
El español José del R. Millán dirige un laboratorio en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza. En 2010 presentó una silla de ruedas que se mueve con el pensamiento. Cuando la persona se centra en otra tarea, la silla se detiene. También ha logrado que un grupo de personas con discapacidad física desplacen desde Italia, Alemania y varias localizaciones de Suiza un robot de telepresencia por las instalaciones de la Escuela Politécnica Federal de Lausana con los mandatos de su cerebro. El sistema que utiliza Millán, básicamente, es similar al de Riera. Este último utilizó los pulsos eléctricos del cerebro para transmitir mensajes, Millán los usa para dar órdenes a un robot, y que este robot se mueva, incluso a cientos de kilómetros de distancia. Los expertos en estas nuevas tecnologías advierten que el futuro va a sorprendernos mucho. Y lo cierto es que no esperábamos menos.