Tyler y Cameron Winklevoss son los dos gemelos que demandaron a Mark Zuckerberg por robarles la idea de Facebook. Hoy, los Winklevoss poseen un 1% de los 12 millones de bitcoins que se han emitido hasta ahora en el mundo. Es decir, su fortuna en moneda virtual asciende a 120.000 bitcoins, equivalentes a 91 millones de dólares, conforme a la cotización de primeros de enero. ¿Vuelven a hacer gala estos dos hermanos de un carácter visionario o esta vez su aventura les costará caro?
Del bitcoin se desconoce quién lo creó, sus reglas aún no se dominan y casi nadie se atreve a aventurar la trayectoria a largo plazo. Dicen que un japonés, Satoshi Nakamoto, fue quien la diseñó en 2008, pero pocos lo creen. “Es posible que sea un conjunto de varias personas”, opina Víctor Escudero, bitcoiner informático y una de las máximas autoridades en España sobre el tema. “Quien lo haya hecho tiene un elevadísimo nivel matemático, conocimientos avanzados de criptografía y también de economía. Es muy difícil que una sola persona aúne tantas habilidades. Cierto que de vez en cuando surge un Einstein, pero es raro”.
El bitcoin es una moneda virtual, desregularizada y sin posibilidad de que sea falsificada. Ningún gobierno está detrás de ella y, aunque existe la tentación de considerarla anarquista, tiene sus reglas. La más importante es que su emisión está limitada en cantidad y tiempo. En 2140, y no 2040 como se sostiene en algunos foros, se terminarán de acuñar los 21 millones de bitcoins que su creador o creadores previeron. Así se recoge en el documento fundacional de Satoshi Nakamoto, un texto que, a pesar del supuesto origen nipón del autor, está escrito en un impecable inglés británico con algunos giros propios del idioma escocés.
Cada diez minutos, complejos sistemas informáticos generan 25 bitcoins
“Lo importante no es quién lo diseñó”, sostiene Escudero, “sino que lo hizo en código libre”. Las reacciones de escepticismo cuando se publicó en los foros, allá en 2009, no se hicieron esperar: “¿Quieres crear dinero de la nada?”, preguntaban sarcásticos al autor o autores que se escondían tras el anonimato. “O sea”, continuaban, “¿va a generar valor únicamente porque tú crees en ello?” De momento, el tiempo está quitando la razón a los detractores. El bitcoin ha rozado en más de una ocasión la barrera de los 1.000 euros, y los expertos auguran que seguirá multiplicando su valor a medio plazo. ¿Se trata de otra burbuja? Es pronto para responder, pero la sombra de los diferentes quebrantos financieros a lo largo de la historia planea sobre su futuro.
Inquieta que no sea tangible, que no haya una autoridad económica conocida tras él y que su demanda esté creciendo de forma enloquecida. El bitcoin es un apunte contable, pero ¿acaso no lo es también el ingreso de la nómina en la cuenta bancaria? En realidad es un código de 32 caracteres, cifras y letras que cotiza en el mercado de forma parecida a como lo hacen el dólar, el euro y el yen.
Para comprarlo o venderlo hay que acudir a cualquiera de las plataformas de cambio que existen. MtGox, BitStamp y BTC-e están entre las más importantes. Lo primero que hay que hacer es registrarse y acreditar la identidad mediante el envío de una fotocopia escaneada del pasaporte y del recibo de la luz, el gas o el teléfono. El objetivo es evitar el blanqueo de dinero y operaciones fraudulentas. Una vez que se ha confirmado la identidad, se transfieren los euros que se deseen a un número de cuenta bancaria ordinaria.
Los responsables de la casa de cambio anotan esa cantidad recibida en la cuenta virtual que el usuario ha abierto en su plataforma (en dólares o en euros). Así, tienen sus ahorros disponibles para, en el momento que la cotización sea favorable, cambiarlos a bitcoins. Tras comprar la moneda virtual, el cliente puede mantenerla en la MtGox, BitStamp o la web que se haya elegido, o solicitar que se la envíen. ¿Adónde? Los bancos tradicionales no aceptan este tipo de moneda. La opción es guardarlo en soporte informático; es decir, en un monedero virtual. Y aquí llega el segundo temor: ¿qué pasa si se esfuma, si hackean la cuenta, si el ordenador se rompe, si la casa de cambios quiebra? Es cierto que las amenazas existen, pero no son mayores que las que se dan a diario en la banca convencional.
El monedero virtual debe estar tan custodiado como la cartera donde se guardan los euros. Hay pequeñas aplicaciones para crearlo, como Multibit, Armory y Electrum. El proceso es más sencillo que darte de alta en Carrefour o en cualquier otro comercio que venda online. La aplicación asignará una clave, un código alfanumérico que habrá que proporcionar para el envío y recepción de bitcoins. Por supuesto que siempre pueden atacar la casa de cambio en la que se ha confiado, pero los sistemas de seguridad son elevadísimos.
MtGox, una de las más importantes, ha sido víctima de varios ataques especulativos. Su estrategia ha sido responder con fondos propios para mantener su credibilidad. Considerada la primera plataforma seria, está ubicada en Japón y desde 2010 opera en el mercado de bitcoins. Al frente está Mark Karpeles, un francés de 27 años que en 2011 compró la compañía. Personaje esquivo y poco amigo de los medios, augura un brillante futuro para el bitcoin. Le hemos localizado en un flamante edificio de oficinas de la zona más exclusiva de Tokio. Con la desmañada naturalidad de los geeks, dirige un equipo de 18 personas que ha llegado a controlar el 80% de la compra-venta mundial de esta moneda. “El bitcoin ofrece una nueva vía de gestión del dinero más acorde con la era digital en la que vivimos. Se puede enviar dinero al otro lado del mundo sin pagar comisiones”, nos explica. “Nosotros facilitamos ese mercadeo”.
Pros y contras de la virtualidad
Las ventajas de una moneda virtual y global van más allá de la posible eliminación de los seguros de cambio a la que apunta Karpeles. No hay más que imaginar webs de venta mundiales, como Amazon, para darse cuenta de los beneficios que supondría poder comprar y vender en todo el planeta con la misma moneda. “También está el hecho de que el dólar, el euro, el yen… tendrían más competencia y aumentarían su estabilidad”, sostiene Pedro Durá, profesor de Política Económica de la Universidad Complutense de Madrid. “Los costes de emisión”, continúa, “ahora elevados por razones de seguridad, disminuirían. Es difícil especular, pero que nadie piense que esto va a desestabilizar a la banca tradicional. Como ya ha ocurrido antes, los bancos se adaptarán a las nuevas condiciones del mercado. No creo que estén dispuestos a perder el control de la moneda”.
Y el control del bitcoin, ¿quién lo tiene ahora? ¿Cómo se acuña? ¿De dónde sale? Proviene de complejos cálculos matemáticos, según diseñó Satoshi Nakamoto o quien esté detrás. Se conoce como “mineros” a una legión de ávidos buscadores que destinan sus equipos informáticos a la incesante creación de bitcoins. Se pasan el día realizando operaciones hasta que se generan. Algo así como cuando en una máquina tragaperras coinciden las cuatro figuras.
Al principio, para participar en este juego bastaba con un ordenador portátil. Cada diez minutos se generaban 50 bitcoins, que se quedaba el afortunado minero. Entonces apenas valían unos centavos de dólar. En 2012, transcurridos los cuatro primeros años, la acuñación de nuevo bitcoins descendió a la mitad, es decir, a 25 cada diez minutos, según queda establecido en el libro blanco de Nakamoto. Cuando pase otro cuatrienio, será de 12,5, y así en una curva descendente programada hasta llegar al año 2140. En ese momento, el total de bitcoins será de 21 millones. La emisión quedará finalizada, sin ninguna posibilidad de extenderla, ni en cantidad ni en tiempo.
Cada vez más recóndito
La dificultad creciente de los mineros irá pareja a la escasez progresiva de la moneda. Atrás quedaron sus sencillos portátiles. Hoy recurren a sofisticada tecnología Asic, unos chips especializados, hechos a medida, diseñados exclusivamente para minar bitcoins. “Los fabrican algunas empresas, como Avalon, ButterFly Labs y algunas otras más, la mayoría de ellas situadas en China”, explica Víctor Escudero, “y sus precios van de los 300 a los 30.000 euros”.
Con el bitcoin pasa algo parecido a lo que ocurre con el oro. En el mundo hay una cantidad finita tanto de uno como de otro. Sigue quedando oro, pero extraerlo es cada vez más costoso y merece menos la pena. Hace falta compleja maquinaria que no siempre compensa su inversión. En el bitcoin algo similar empieza a ocurrir. “Actualmente, la velocidad de procesamiento ha superado el petahash, lo que viene a ser lo mismo que la capacidad de cómputo de los 50 ordenadores más potentes del mundo multiplicada por diez”.
Para paliar sus limitaciones técnicas, los neomineros se han empezado a asociar en grupos de búsqueda que reparten las ganancias en función de la capacidad de procesamiento de cada uno de ellos. La elevada cotización compensa sus costosas inversiones en equipo, pero puede que no siempre sea así. “El bitcoin se ha disparado porque se han metido los chinos”, opina Alexandre Saiz, responsable de Shopify, una solución de sitio web de comercio electrónico y director de Telepienso. “Hace dos años nos pagaron en bitcoins un saco de comida que valía 60 €. Los dejamos en el monedero virtual. Casi no me acordaba que los tenía. Ahora equivalen a 3.000 euros”, narra satisfecho.
Nada respalda al bitcoin; pero, en realidad, ¿quién lo hace con el dólar, el euro y el yen? ¿Incluso con el propio oro?
La volatilidad es uno de los grandes caballos de batalla del bitcoin. Parte de la explicación está en que ahora los poseedores de moneda son pocos, a diferencia de lo que ocurre con el euro y el yen. El menor movimiento financiero de cualquiera de ellos provoca grandes fluctuaciones en el mercado. Cuando la posesión se generalice y aumente el número de transacciones, los movimientos tendrán menos repercusión y se empezará a hablar de estabilidad. Claro, que seguirá sin respaldarla nadie, pero ¿es que hay alguien que lo haga en el caso del dólar y el euro? La respuesta es no. Los estadounidenses imprimen tanta moneda como les viene en gana, y si los europeos no lo hacen es porque han adquirido compromisos comunitarios en materia de inflación y deuda.
Atrás quedó el patrón oro, cuando los billetes eran pagarés que correspondían a una cantidad de este metal. En los siglos XVII, XVIII y XIX el banco emisor tenía el deber de entregar a cualquier portador de moneda su valor en oro. “Con las guerras, este compromiso se rompió porque surgió la desconfianza”, explica Pedro Durá, “y el modelo dejó de ser eficaz”. Lo que ahora respalda a las monedas convencionales es… nada. Solo la oferta y la demanda. Como ocurre con el bitcoin, como sucede con el propio oro. ¿Por qué, entonces, confiar en una moneda y no en otra? Los comercios, no solo los online, ya han empezado a colgar de sus escaparates el cartel de “Bitcoin accepted”.
Es posible pagar una copa en la nueva moneda, comprar un deportivo, reservar un apartamento… En muchos casos se recurre a BitPay para realizar la transacción, un servicio de pagos que cobra al comprador en bitcoins y abona al comerciante en la moneda que desee, bien sea bitcoin, euro o dólar. “Es similar a Visa y MasterCard, pero con ventajas sobre ellos”, explica Sergio Laguna, bitcoin expert y gerente de la web de artículos eróticos ogges.com. El propio presidente de PayPal ya lo dijo: «el Bitcoin es lo que PayPal siempre quiso ser».