Se calcula que entre un 1,5% y un 3,5% de los adultos sufrirá algún ataque de ansiedad a lo largo de su vida. Llegan al hospital convencidos de que van a morir o a enloquecer, pero no tienen nada, sólo miedo. Traducido a la población española significa que entre 600.000 y un millón de españoles pasarán por este trance.
Pero ¿qué es exactamente un ataque de ansiedad o pánico? Es una crisis que se desencadena sin causa aparente y durante la cual se suceden una serie de síntomas físicos muy alarmantes. El miedo les lleva a perder el control y la crisis suele terminar en la sala de urgencias de un hospital. Allí escuchan el diagnóstico con absoluta incredulidad: “Lo único que usted tiene es una crisis de miedo. Tómese un tranquilizante y siga una terapia”. Las primeras reacciones suelen ser de rabia. Alguien que ha padecido dificultades respiratorias, fuertes taquicardias, sudoración fría y la absoluta certeza de que en breve sufriría un ataque al corazón no puede creer que todo se deba a una mala pasada de su propia imaginación.
Las crisis de pánico suelen sufrirse más por la noche
Lo complicado es entender que los síntomas no son un invento, han sido reales, pero que la causa no es ninguna enfermedad mortal ni mental, sino el pánico. El cuerpo reacciona así ante un miedo que fabrica la mente y que resulta muy complicado desactivar. Estos ataques surgen repentinamente. “Hay situaciones más habituales, por ejemplo, cuando te vas a la cama, o en el cine antes de que comience la película… La oscuridad, el momento de tranquilidad antes de dormir, hacen que puedas ocuparte más de lo que te está ocurriendo. De pronto notas una pequeña punzada en el pecho, piensas en ella, después notas que tu respiración se acelera… y el mecanismo ya se ha puesto en marcha”, explica Héctor González Ordi, uno de los mayores expertos en España en Ansiedad y Estrés.
Mientras la ansiedad generalizada es más bien crónica, permanente y fluctúa según las circunstancias y los factores externos, las manifestaciones que acompañan a las crisis de pánico aparecen sin previo aviso, alcanzan su máxima expresión en menos de diez minutos y suelen desaparecer al cabo de este tiempo. No tiene por qué existir una clara situación desencadenante, a veces la persona está tranquila y relajada, incluso plácidamente dormida. Pero la sensación de locura y de muerte inminente es tal, que quien se enfrenta a este mal siente la necesidad de huir o de pedir ayuda, no llega a olvidarlo jamás y durante mucho tiempo sólo teme que le vuelva a ocurrir.
Al llegar a los servicios de urgencias los síntomas casi siempre han remitido. “Se les explora de arriba abajo, pero tú sólo ves que aquella persona sufre mucho, aunque no tenga ninguna causa orgánica que explique el trastorno”, asegura Patricio Martínez, Jefe de Psiquiatría del Hospital de la Esperanza de Barcelona. “Los pacientes están convencidos de que sufren una patología grave y, si es la primera vez, descartan totalmente que el trastorno tenga un origen psicológico”. Lo que más se encuentra en los servicios de urgencia son crisis de angustia ocasionadas por abusos de sustancias como café, alcohol, cocaína y otros psicoestimulantes”, asegura Esther Pousa, psicóloga del Hospital Parc Taulí de Sabadell.
Miedo al miedo
“El problema es que, aunque se diga a estos pacientes que no tienen nada, la mayoría no lo cree e inicia un peregrinaje para averiguar la causa de su mal. Desarrollan cierta hipocondría. Además, estos ataques pueden repetirse a lo largo del tiempo en cualquier parte, pero la persona asocia el ataque al lugar donde se produjo. Si lo ha padecido en pleno centro de la ciudad tendrá miedo a los espacios abiertos y, si le ha sucedido en el ascensor, temerá los lugares cerrados. Entonces, es el miedo a sufrir el ataque lo que se convierte en enfermedad, porque les limita y les impide desarrollar actividades normales de la vida cotidiana. Pueden terminar encerrados en casa”, dice el profesor C. Gastó Ferrer, del Hospital Clínico de Barcelona, que asegura que entre un 30% y un 50% de las personas que han sufrido un ataque de pánico desarrolla síntomas agorafóbicos.
Otra consecuencia nefasta de los ataques de pánico es que la persona queda tan sensibilizada que, a partir de ese momento, será fácil que cualquier síntoma, por pequeño que sea, acabe llevándole a desencadenar por sí mismo un nuevo ataque. “Entras en un círculo vicioso de tener miedo al miedo y aún eres más susceptible a padecer una nueva crisis de pánico. Psicológicamente percibes cualquier estímulo como una amenaza. La más mínima sensación corporal que se parezca a algunos de los síntomas del ataque de pánico puede disparar de nuevo los mecanismos del miedo y, por tanto, un nuevo ataque. En definitiva, lo que ocurre es que el miedo se retroalimenta”, explica la psicóloga Esther Pousa.