Ni eres el único ni estás enfermo. Tener malos sueños por las noches puede ser una desastrosa combinación de estrés y falta de rutina provocada por la situación anómala de confinamiento.
Cuando se decretó el estado de alarma por la crisis del coronavirus y nos enviaron a casa a encerrarnos durante cuatro semanas, muchos vieron la oportunidad de recuperar horas de sueño. Dormir a pierna ancha en la cama sin ninguna obligación que cumplir al día siguiente, pero para otros está suponiendo lanzarse a un lago oscuro, lleno de fango, que les impide conciliar el sueño de forma correcta cada noche. En la cabeza todo son preocupaciones y dudas: ¿recuperaré mi trabajo? ¿Seré yo o alguien de mi familia el siguiente en enfermar? ¿Cómo será el futuro para nosotros en una semanas? Ese runrún impide que los ciclos de sueño se cumplan adecuadamente fomentando así las pesadillas.
Para comprenderlo debemos ir al origen y entender primero cómo funcionan estos ciclos. Si dormimos de forma correcta, nuestro cerebro pasa por 4 fases: la 1, la 2, la 3 y la REM (en inglés, Rapid Eye Movement, que es la fase de sueño de movimientos oculares rápidos). Cada ciclo puede prolongarse entre 90 y 110 minutos antes de comenzar el siguiente. Estos primeros tendrán una etapa REM más corta y se irán alargando con cada ciclo a lo largo de la noche.
Si estamos estresados, tenemos ansiedad y nos inquieta la crisis del coronavirus es normal que, lo primero, ni siquiera podamos dormir; y lo segundo, que esos sueños se tornen en pesadillas. Y si además, rompemos los ciclos antes de poder entrar en un sueño profundo, despertándonos cada poco tiempo, es más que probable que acabemos recordando lo que estábamos soñando: la peor de las combinaciones. Así lo entiende la profesora de Neurociencia y Psicología de la Universidad Saint Thomas (Minesota) y directora del Center for College Sleep, Roxanne J. Prichard, en declaraciones a IFL Science: «En las noches en las que estás rompiendo constantemente la fase REM, recordarás más tus sueños y serán mucho más inquietos. Como las pesadillas están impregnadas de emociones negativas, estas pueden persistir al día siguiente e impactar directamente en tu estado de ánimo. Además, el sueño de menor calidad aumenta la probabilidad de estar negativo a lo largo de la jornada siguiente».
Y si dormimos menos, nuestro cuerpo puede enfermar. Es una pescadilla que se muerde la cola y el problema puede ir a mayores. Y es que si privamos de sueño placentero y reparador a nuestros cerebros, estos no pueden construir nuevas células neuronales mejorando así nuestra función cognitiva general. Todo este cocktail promueve que nuestras «amigas» depresión y ansiedad ocupen cada área de tu vida y pueda atacar directamente a tu sistema inmunológico: «Las personas que padecen más insomnio o duermen pocas horas tienen 3 veces más posibilidades de contraer resfriados o virus respiratorios comunes». Y en tiempos de coronavirus, no vamos a ponérselo fácil al SARS-CoV-2.
¿Puede el alcohol aliviar ese estrés?
Rotundamente no. Por mucho que se crea que cuando uno ha bebido puede suponer un desestresante y hacer que se duerma mejor, es todo lo contrario. Hay gente que cree que es el relajante perfecto para lidiar contra esta sensación de intranquilidad que le sobrelleva día tras día en la cuarentena, pero los efectos son debastadores sobre el sueño e interrumpe aún más los ciclos.
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