Un equipo internacional de paleontólogos, liderado por Renate Matzke-Karasz, ha descubierto en un pequeño y desconocido crustáceo del Cretácico (unos 100 millones de años atrás) una gran cantidad de espermatozoides gigantes. El hallazgo, publicado en Proceedings of the Royal Society, representa el más antiguo hallado en un animal (el anterior tenía “apenas” 50 millones de años).
El crustáceo, conservado en ámbar, es una especie de ostrácodo que ha recibido el nombre de Myanmarcypris hui. Este pequeño crustáceo habitaba en océanos y en lagos y ríos de agua dulce. “El hallazgo – explica Matzke-Karasz en un comunicado – nos ha dado una oportunidad extremadamente rara de aprender más sobre la evolución de los órganos reproductivos en este tipo de animales”.
Los responsables del hallazgo analizaron al ostrácodo mediante rayos X 3D. Las imágenes revelaron asombrosos detalles de la anatomía de estos animales: desde sus diminutas extremidades hasta sus órganos reproductivos y allí fue donde hallaron el esperma. Las células se descubrieron en los receptáculos en los que se almacenan después del apareamiento.
“Esta hembra debió haberse apareado poco antes de quedar atrapada en ámbar – añade He Wang, coautor del estudio –. Las imágenes de rayos X también revelaron el par de penes que los ostrácodos machos insertan en los gonoporos de las hembras”.
El descubrimiento brinda información hasta ahora desconocida sobre un momento de especialización evolutiva muy interesante. Los machos de la mayoría de las especies animales (incluidos los humanos) producen un gran número de espermatozoides, pero de un tamaño pequeño. Pero otros animales, como la mosca de la fruta y los ostrácodos, tienen una estrategia diferente: producen una cantidad pequeña de espermatozoides pero de gran tamaño, cuyas colas o flagelos son varias veces más largas que el propio animal.
“La complejidad del sistema reproductivo en estos especímenes plantea la cuestión de si la inversión en espermatozoides gigantes podría representar una estrategia evolutivamente intereante – concluye Matzke-Karasz –. Para demostrar que la alternativa de los espermatozoides gigantes no es un capricho extravagante de la evolución, sino una estrategia que puede otorgar una ventaja, debemos establecer cuándo este modo de la reproducción apareció por primera vez”.