Andrea Ghez, se acababa de convertir en la cuarta mujer en la historia galardonada con el premio Nobel de Física (compartido con Roger Penrose y Reinhard Genzel), cuando minutos después explicó la importancia del premio. “No sabemos qué hay dentro de un agujero negro y eso es lo que lo hace tan fascinante”.
La Real Academia de Ciencias coincidía con la física estadounidense y señalaba a los agujeros negros como “los secretos más oscuros del Universo”.
Este año el premio combina tareas de detective, menciones a Einstein y las ansias de conocer aún más sobre un fenómeno que se empeña en ocultar sus características.
“Los descubrimientos de los galardonados de este año – explicaba en un comunicado David Haviland, presidente del Comité Nobel de Física – han abierto nuevos caminos en el estudio de objetos compactos y supermasivos. Pero estos objetos exóticos todavía plantean muchas preguntas que piden respuestas y motivan la investigación futura. No solo preguntas sobre su estructura interna, sino también preguntas sobre cómo probar nuestra teoría de la gravedad en las condiciones extremas en las inmediaciones de un agujero negro”.
Para comprender mejor la importancia de este Nobel en particular hay que comenzar por el principio, allá por 1965. Ya en aquellos tiempos, diez años después de la muerte de Albert Einstein, enfrentarse al genio era algo muy complejo y osado. Pero el británico Roger Penrose lo hizo. Mediante modelos matemáticos demostró que los agujeros negros son una consecuencia directa de la teoría general de la relatividad de Einstein. Y no solo eso, los describió en detalle: estos monstruos supermasivos esconden una singularidad en la que las leyes conocidas ya no tienen lugar. El artículo es considerada aún hoy como una de las contribuciones más importantes a la teoría general de la relatividad. De este modo Penrose se alzó con la mitad del galardón.
La parte restante se dividió entre Andrea Ghez y el alemán Reinhard Genzel (quien estuvo en España en 2016 impartiendo una conferencia sobre agujeros negros en la Fundación BBVA). Ellos son los responsables de demostrar que las órbitas de las estrellas en el centro de nuestra galaxia están gobernadas por un objeto invisible y supermasivo…un agujero negro.
Tanto Genzel como Ghez llevan 30 años estudiando la Vía Láctea con los telescopios más potentes del mundo para comprender la mecánica de nuestro universo y explicar las leyes que lo gobiernan. “Su trabajo pionero nos ha proporcionado la evidencia más convincente hasta ahora de un agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea”, señalan desde el Instituto Karolinska.