«No,  Oumuamua no pudo ser un fragmento de un planeta muy similar a Plutón», así lo afirma Avi Loeb el catedrático de Harvard que defiende que Oumuamua es el resto de una nave espacial alienígena a la deriva.

El catedrático de la Universidad de Harvard Avi Loeb y autor del libro Extraterrestre, acaba de publicar un artículo en Scientific American explicando por qué la última hipótesis científica sobre Oumuamua no se sostiene, y reafirmándose en su teoría de que aquel día nos visitó una nave alienígena a la que hemos puesto el nombre de Oumuamua.

Oumuamua sigue estando en el epicentro de un debate que involucra a los astrofísicos más importantes del mundo, con Avi Loeb a la cabeza. Su hipótesis de que pudo tratarse del resto de una nave espacial a la deriva explica muchas de las rarezas de aquel extraño objeto interestelar que vino a visitarnos en 2017.

Este es el artículo de Loev publicado den Scietific American:

¿Hay muchos icebergs de nitrógeno en las nubes de Oort?

 Avi Loeb, 19 de marzo de 2021

La nube de Oort, postulada en 1950 por el astrónomo neerlandés Jan Oort, marca las fronteras del sistema solar y su linde se encuentra a cien mil unidades astronómicas, o UA, el término con que se conoce la distancia que separa la Tierra del Sol.

Contiene miles de millones de rocas heladas más grandes que la isla de Manhattan, piezas de LEGO desechadas durante el proceso de formación de los planetas del sistema solar.

Algunos objetos de Oort cuyas órbitas se acercan al Sol parecen cometas de largo periodo cuando la luz solar los calienta y evapora el hielo. Uno de los grandes cometas de largo periodo pudo haberse desintegrado hace 66 millones de años y haber provocado el impacto de Chicxulub que acabó con los dinosaurios.

El manto externo de la nube de Oort se queda a mitad de camino del sistema estelar más cercano: Alfa Centauri. Por tanto, si otras estrellas poseen nubes de Oort parecidas a la del Sol, significa que esas nubes se tocan entre sí como bolas de billar muy apretujadas.

Como la estrella central ejerce una atracción muy débil sobre las rocas más alejadas, estas pueden soltarse fácilmente y caer al espacio interestelar a raíz de la alteración gravitatoria provocada por una estrella que pase cerca. Esos objetos heredan el movimiento de su estrella original en relación con el sistema de reposo local (LSR), dado que su velocidad orbital inicial alrededor de la estrella es baja.

Así pues, fue una sorpresa descubrir que el primer objeto interestelar descubierto en 2017, Oumuamua, estaba casi en reposo dentro del LSR, dado que solo 1 de cada 500 estrellas lo están.

Pese a los intentos iniciales por asociar Oumuamua a una estrella de origen, es algo difícil de conseguir con los objetos interestelares, pues mires a donde mires del firmamento, las nubes de Oort colman la Vía Láctea.

Otra sorpresa del descubrimiento de Oumuamua en 2017 fue que la suma hipotética de rocas interestelares procedentes de discos análogos a la nube de Oort es varios órdenes de magnitud inferior al valor necesario para explicar la cantidad de objetos similares a Oumuamua que, según los cálculos, debería haber. Las fuentes de objetos como Oumuamua tienen que ser diferentes de las que conocemos en el sistema solar.

Hace poco, Alan Jackson y Steven Desch sugirieron que Oumuamua pudo haber sido un iceberg de nitrógeno, que constituye una rareza singular jamás vista entre las numerosas rocas que conforman nuestra propia nube de Oort.

Si el primer objeto interestelar estuviera hecho de nitrógeno puro, cabría pensar que este tipo de objeto es común. Por lo general, el nitrógeno se genera mediante el ciclo CNO dentro de las estrellas, junto con el carbono. El Telescopio Espacial Spitzer acotó muchísimo la presencia de moléculas con base de carbono en las cercanías de Oumuamua, lo cual siembra aún más dudas si tenemos en cuenta que no se percibieron indicios de luz solar reflejada por una coma.

https://quo.eldiario.es/ciencia/q2103581722/que-fue-oumuamua/

Para explicar la desviación de Oumuamua de una órbita definida por la gravedad del Sol, se tendría que haber evaporado cerca de una décima parte de su masa, basándonos en la ley de la conservación del movimiento. Cualquier evaporación de nitrógeno habría alterado el periodo de rotación de Oumuamua y lo habría hecho oscilar mucho más de los límites observados. Además, un iceberg de nitrógeno habría heredado el movimiento de su estrella de origen, a diferencia de Oumuamua, que partía del sistema de reposo local.

Los confines más alejados de la nube de Oort no están protegidos del bombardeo de partículas interestelares. La densidad del viento solar, que actúa como escudo, disminuye de forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia al Sol, y el medio interestelar frena el viento a una distancia de 100 UA.

Esa frontera, llamada heliopausa, es hasta mil veces más pequeña que la nube de Oort. En un artículo reciente que coescribí con Merav Opher, James Drake y Gabor Toth, demostramos que la heliopausa tiene la forma de un cruasán casi circular e hinchado. Fuera de ella, los objetos de la nube de Oort están expuestos al mismo entorno que los objetos interestelares, y su superficie está desprotegida ante el impacto de rayos cósmicos de gran energía, polvo o partículas de gas interestelar.

¿Cómo se formó la capa exterior de la nube de Oort? Una de las posibilidades es la que planteamos en un artículo reciente yo mismo y mi alumno Amir Siraj. Allí demostramos que un gemelo temporal del Sol en su cúmulo estelar original podría haber atrapado la cantidad observada de objetos en la nube externa de Oort del entorno del cúmulo. Este proceso también podría explicar la existencia de planetas lejanos, como el hipotético Planeta Nueve.

Pero un hallazgo aún más llamativo es que la mayoría de los objetos de la nube de Oort podrían no estar ligados al Sol. En otro artículo escrito con Amir, demostramos que el descubrimiento reciente del cometa interestelar 2I/Borisov, muy probablemente originado en la nube de Oort de otra estrella, implica que podría haber más objetos interestelares que objetos del sistema solar dentro de la nube de Oort. Dicho de otro modo, los objetos de la nube de Oort ligados al Sol parecen navegar entre un océano de objetos interestelares que vienen y van. Además, el hallazgo de 2I/Borisov significa que casi un 1 por ciento de todo el carbono y el oxígeno de la Vía Láctea podría estar atrapado en objetos interestelares.

Los objetos interestelares pueden ser desde partículas de polvo hasta planetas per se. Hace más de un siglo que sabemos que existe el polvo cósmico en el espacio interestelar, que se añade al polvo del sistema solar, conocido por la luz solar que refleja y que se observa en forma de luz zodiacal. Recientemente, el Experimento de Lente Óptica Gravitacional (OGLE) ha descubierto varios planetas interestelares a partir del efecto de la lente gravitacional sobre el brillo de las estrellas de fondo.

En resumen, parece que la Vía Láctea está abarrotada de objetos. Algunos están ligados a sus estrellas, pero la mayoría flotan por el espacio interestelar. Estudiar esos objetos cuando cruzan el sistema solar nos ahorra el tener que visitarlos en su lugar de origen, para lo cual habría que hacer viajes muy largos. Con nuestros cohetes químicos actuales, tardaríamos un 1 por ciento de la edad de la Tierra en llegar al centro de la galaxia.

Lo más curioso es que esta cantidad recién descubierta de objetos interestelares permite buscar «botellas de plástico» entre todas las rocas que llegan a la orilla del sistema solar. Esas botellas podrían traer mensajes importantes de otras civilizaciones.

Como argüía Immanuel Kant en su Crítica de la razón pura, «Si se pudiera corroborar mediante cualquier clase de experiencia que hay seres que habitan cuando menos algunos de los planetas que observamos, casi me lo jugaría todo a que es verdad. Digo, pues, que no solo creo que haya seres que habitan otros mundos, sino que lo creo firmemente, y es una certeza a la que apostaría muchos privilegios de mi vida».

 

SOBRE EL AUTOR

Avi Loeb

Avi Loeb ha dirigido el Departamento de Astronomía de la Universidad Harvard (2011-2020), es director fundador de la Iniciativa Agujero Negro de Harvard y director del Instituto de Teoría y Computación del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian. También preside el Consejo de Física y Astronomía de la Academia Nacional y el comité asesor del proyecto Breakthrough Starshot, y fue miembro del Consejo de Asesores de la Presidencia de los Estados Unidos en Ciencia y Tecnología. Es autor de Extraterrestre: la humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra, publicado por Planeta en febrero de 2021.