Los niños autistas tratados con un trasplante de microbiota intestinal, es decir, pastillas de heces, mejoraron su comportamiento

¿Qué tiene que ver la caca con el autismo? Mucho más de lo que puede parecer a primera vista. En los últimos años se ha planteado la teoría que explica el autismo como una enfermedad autoinmune, que implica a las bacterias del intestino.

Un estudio de 2018 en el Instituto MIND de la Universidad de California en Davis descubrió que los niños con trastorno del espectro autista (TEA) tienen una regulación deficiente del sistema inmunitario, así como cambios en su microbiota intestinal.

En Estados Unidos, casi uno de cada 50 niños padece un trastorno del espectro autista (TEA), mientras que en España esta cifra está en uno de cada 59. El TEA puede perjudicar la capacidad de los menores para desenvolverse socialmente. El tratamiento habitual incluye incluye la terapia conductual, psicoterapia, antidepresivos, fármacos antipsicóticos y enfoques nutricionales destinados a reducir la ingesta de azúcar, alimentos muy procesados y aditivos.

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Los científicos están experimentando ahora con un tratamiento inusual para estos niños, que consiste en proporcionarles píldoras con heces de personas sanas purificadas y liofilizadas, con la intención de modificar la composición de las bacterias de su intestino.

La esperanza de que estas mejoren su sistema inmunitario, su salud digestiva y la función cerebral. La investigación se presentó en la reunión de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) celebrada en febrero.

En un estudio dirigido por investigadores de la Universidad Estatal de Arizona, 18 niños recibieron una terapia de transferencia de microbiota basada en «pastillas de caca», unas píldoras diseñadas para introducir bacterias saludables con la esperanza de así mejorara su sistema inmunitario, su salud digestiva y la función cerebral.

Los resultados fueron notables: los niños presentaban una disminución de muchos de sus síntomas gastrointestinales, y «su comportamiento mejoró de forma espectacular», en palabras de la directora del estudio.

Los resultados se presentó en la reunión de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) celebrada en febrero de 2021. Ahora se están realizando estudios clínicos de seguimiento entre niños y adultos.

El trasplante de heces mejoró el comportamiento

Durante el ensayo con la terapia de microbiota, se recogieron muestras fecales y de sangre, así como evaluaciones conductuales y gastrointestinales los niños con un trastorno grave del espectro autista. Los análisis al cabo de dos años confirmaron que, al mejorar la diversidad de sus microbios intestinales, el tratamiento  restablecía el equilibrio en el sistema digestivo de los niños, que se ve afectado a menudo en los casos de autismo.

Pero lo que es más sorprendente es que, junto con la mejora en los casos de diarrea, estreñimiento y dolor abdominal, el comportamiento de los niños también mejoró. En general, mostraron una disminución del 58% en los síntomas gastrointestinales y del 45% en los síntomas del trastorno del espectro autista.

En palabras del doctor Adams, uno de los investigadores de la ASU, los problemas intestinales empeoran el estado de ánimo, que además tienen una capacidad de comunicación limitada, haciendo que «se sintieran en general miserables, mucho menos capaces de aprender y prestar atención, e incluso antisociales». El doctor Adams tiene un hijo con esta enfermedad.

Los psicofármacos prescritos para el autismo pueden provocar sueño en los niños. Según Rosa Krajmalnik-Brown, una dieta más equilibrada y variada que aumente la fibra vegetal también puede ayudar a aliviar los síntomas conductuales del TEA.

Aunque los investigadores prevén que conseguir los mismos beneficios con pacientes adultos con autismo y problemas gastrointestinales resultará más difícil, han puesto en marcha un estudio para probar los tratamientos de microbiota en personas de 18 a 60 años. En este ensayo controlado, aleatorio y doble ciego, la mitad de los participantes serán tratados durante ocho semanas y la otra mitad durante 18 semanas.

Krajmalnik-Brown espera que estos estudios ayuden a identificar qué microbios, y qué moléculas de «metabolitos» producidas por los microbios, para afectar a la salud inmunitaria y mental.