Hace unos años, al biólogo evolutivo David Sloan Wilson, se le ocurrió la idea de que la teoría de la evolución de Darwin podría utilizarse para mejorar nuestras vidas. Salió, como él dice “de su torre de marfil”, para comprobar si podía llevar a cabo semejante acción en su propio barrio: Binghamton, Nueva York, para después llevar la idea a todo el mundo mediante la creación del Instituto de la Evolución.
¿Cómo adaptar la teoría de la evolución para la vida en comunidad?
La gran pregunta que se hacía Sloan, era si podríamos usar la biología evolutiva para mejorar la vida de las personas. El ‘primer gol’ de su equipo fue hallar el índice de “prosocialidad” –es decir, cualquier conducta orientada al cuidado, bienestary promoción de la sociedad- para comprobar si podemos incitar a más personas a ser más “prosociales”. Para ello, emplearon una amplia variedad de técnicas, incluyendo juegos experimentales, encuestas a puerta fría y cuestionaros dirigidos a escolares. También se observaron la frecuencia de actos prosociales que la gente hace, incluso el grado en que las personas decoran sus casas en Halloween o Navidad. Los datos se realizaron geográficamente, lo que permitió al equipo de Sloan generar mapas topógraficos que representaban la prosocialidad en toda la ciudad.
Los resultados fueron realmente sorprendentes. Si pensábamos que las personas más prosociales se habían distribuido de manera uniforme por toda la ciudad – como era de esperar – los mapas topográficos revelan todo lo contrario: una llanura. Revelaron un paisaje bastante accidentado, con colinas que representan barrios donde se concentran específicamente personas altamente prosociales y valles llanos que equivalen a las zonas donde la gente parece preocuparse menos por sus vecinos.
¿Por qué las personas prosociales se agrupan en barrios de esta forma?
Aquí es donde la teoría de la evolución puede ayudarnos. Como un gran evolucionista académico que es, Sloan sabía que la prosocialidad puede evolucionar en cualquier especie, cuando los individuos altamente prosociales son capaces de interactuar unos con otros y evitar la interacción con individuos egoístas – en otras palabras, cuando los que dan, también reciben-.
Las encuestas realizadas por Sloan y su equipo de investigadores, muestran que esto es lo que está sucediendo en la ciudad de Binghamton. Los individuos más cuidadosos y altruistas, reciben mayor apoyo social, de múltiples fuentes, incluyendo la familia, barrio, escuela, religión, y también a través de actividades extracurriculares, como los deportes o el arte. Los grupos que cumplen esta condición básica para la prosocialidad tienen mayores posibilidades de prosperar.
Eso no explica el motivo de que la prosocialidad sea más común en unas que otras zonas. ¿Es que las personas que tienen una predisposición genética hacia el altruismo tienden a juntarse? ¿O es que la gente se vuelve más altruista cuando interactúan con otras personas que muestran este rasgo? ¿Es posible que las condiciones ambientales externas generen mayor influencia? La investigación muestra que estostres factores juegan un papel importante. En cuanto a los que tienen una predisposición genética al altruismo, la prosocialidad cambia en función de dónde están y con quién están, lo que implica que depende en gran medida de su entorno social.
La promoción de la prosocialidad es una buena idea no sólo como un fin en sí mismo, sino porque vivir en un barrio donde en la comunidad los lazos son más estrechos, aumenta el apoyo entre el grupo, lo que redunda en mayores beneficios adicionales: índices de criminalidad más baja, un ambiente más sano para el desarrollo de los niños…
Con esto en mente, han iniciado diversos experimentos para probar si pueden convertir los llanos valles de Binghamton en las colinas de prosocialidad que vislumbraron en sus pecualiares mapas topográficos. Lo harán mediante un ambicioso proyecto: dar a los residentes la oportunidad de cooperar con sus vecinos para convertir los espacios abandonados, en parques de su propio diseño y creación. La mayoría de la gente apenas conoce a sus vecinos, pero no hay nada como un objetivo común para unirlos.
Este proyecto está basado en el trabajo de Elinor Ostrom, quien ganó el Premio Nobel 2009 de Economía, por demostrar que los grupos de personas son capaces de gestionar los recursos comunes cuando se cumplen ciertas condiciones básicas (que el grupo y su objetivo estén definidos, toma de decisiones por consenso, controlar la mala conducta, etc.).El trabajo de Ostrom es relevante para cualquier grupo de lucha por un objetivo común, incluido el diseño de un parque del barrio
Más sobre el estudio de la evolución de la prosocialidad en su próximo libro
David Sloan Wilson,es profesor de biología y antropología en la Universidad de Binghamton en el estado de Nueva York. Su último libro es: The Neighborhood Project: Using evolution to improve my city, one block(Proyecto Barrio: El uso de la evolución para mejorar mi ciudad) (Ed. Little, Brown).
Redacción QUO