A menudo los nombres científicos no tienen nada que ver con las propiedades físicas de los eventos que nombran. El Big Bang ni fue grande ni fue una explosión en el sentido que pensamos. Los quarks con spin no tienen nada que ver con el giro y la partícula de Dios, nada tiene que ver con la religión. El primero que etiquetó a la hija particular de Higgs con este mote fue el nobel Leon Lederman en su libro «La Partícula de Dios» para destacar lo importante que sería su descubrimiento dentro del Modelo Estándar de Física de Partículas. Lederman confesó en una oportunidad que la llamó así porque su editor no le dejó ponerle La Partícula Maldita.
El bosón de Higgs tiene un nombre propio: el bosón de Higgs. Bueno, en realidad si queremos ser científicamente correctos y éticamente solidarios, debería también llamarse el bosón de Englert-Brout-Higgs-Guralnik-Hagen-Kibble-Higgs por todos los que colaboraron, trabajaron y definieron esta partícula.
Pero hay otra cosa más: para Dave Goldberg, físico de la Universidad de Drexler, el bosón de Higgs no explica cómo funciona la gravedad. «No nos dice qué es la materia oscura (aproximadamente el 23% de la energía del universo). No nos dice qué es la energía oscura (otro 72% del universo). No nos dice por qué la carga eléctrica es lo que es, o una masa del electrón es lo que es, o en realidad, casi nada acerca de un gran número de constantes físicas. No explica por qué tenemos ciertas simetrías en nuestro universo y no otras».
Juan Scaliter
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