Durante 17 años, un grupo de orcas falsas y delfines mulares ha acudido regularmente a las aguas de Nueva Zelanda, para pasar la temporada de diciembre a mayo, y partir después hacia latitudes desconocidas del océano. A lo largo de todos esos años, un numeroso grupo de investigadores neozelandeses las ha observado y ha conseguido identificar a 61 individuos gracias a las marcas de sus aletas dorsales. Su objetivo: averiguar qué lleva a estas dos especies a establecer una estrecha convivencia.
Según describe el director del proyecto, Jochen Zaeschmar, de la Universidad Massey de Auckland (Nueva Zelanda), en el Marine Mammal Science Journal, una razón plausible sería la búsqueda conjunta de alimento. Su equipo observó en dos ocasiones cómo un numeroso grupo de orcas falsas y delfines formaba un estrecho círculo de caza en torno a un cardumen de peces. Para acorralarlos, emitían una cortina de burbujas a su alrededor. El episodio supone el primer testimonio de que los delfines se sirvan de esta habilidad para un fin distinto al entretenimiento.
Aparte de ese beneficio para vencer a sus presas, Zaeschmar y sus colegas sospechan que la vida en comunidad puede proporcionarles ventajas para detectar antes a sus depredadores, así como una mayor riqueza de relaciones sociales, algo importante para especies tan gregarias como estas.
Este estudio es el primero que investiga la vida de las orcas falsas (llamadas así por su parecido con la orca asesina) en libertad, ya que la información que se tenía de ellas procedía sobre todo de ejemplares varados. A partir de ahora, el equipo de Zaeschmar quiere seguir profundizando en sus características y su relación con los delfines mulares, para establecer, por ejemplo, si también pasan juntos el resto del año.
Pilar Gil Villar
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