Con la vista hacia el cielo. Así comienzan las historias de astrónomos. Es nuestro “érase una vez” particular. Contábamos estrellas fugaces: en verano, la Vía Láctea, el Cisne y Casiopea. Orión en invierno. A simple vista se puede llegar a ver unas 10.000 estrellas en una noche bien oscura, como aquellas de mi infancia en Castilla-La Mancha. En una de ellas fui consciente de que los humanos navegamos por el espacio a bordo de un planeta, la Tierra. Después vinieron los americanos. Los mismos que conquistaban el Oeste en los cines de la capital ahora escapaban de la atmósfera terrestre y pinchaban con el mástil de su bandera el polvo virgen de la Luna. Era un 20 de julio de 1969 y los niños, reunidos en una de las pocas casas con televisor, vivimos aquella deslumbrante aventura científica en blanco y negro. Todos quisimos ser astronautas. Años después, Kubrick nos proporcionó una nave mucho más sofisticada. HAL 9000 y los tripulantes hibernados en aquel viaje interplanetario de 2001, una odisea del espacio me hicieron mirar al cielo de otro modo: sobrecogido. Yo nunca reuní las excelentes condiciones anatómicas precisas para emular a Aldrin y Armstrong, pero me gustaban las ciencias y las matemáticas, y contar estrellas. En cuarto curso de mis estudios de Física hice un viaje al Observatorio de Calar Alto, en la provincia de Almería. Creo que, nada más pisar allí, pensé que yo quería trabajar en un sitio como aquel.
En las observaciones de antes, la magia de la bóveda celeste estaba muy presente, pues el astrónomo tenía que permanecer al aire libre. Hoy nos arropa una sala de control tapizada de ordenadores, pero así las condiciones de trabajo no son tan inclementes (las mejores noches de observación suelen ser las más frías).
Para tener un espacio disponible en uno de estos grandes observatorios astronómicos, tanto en el Roque de los Muchachos (Tenerife)?como en Hawai (EEUU), solo es necesaria una idea brillante. Astrónomos de todo el mundo presentan su proyecto, minucioso y detallado, explicando el objetivo de la observación, y una comisión científica elige entre los aspirantes. Normalmente, solo uno de cada cinco consigue su pequeña parcela de tiempo para disponer de uno de estos grandes ojos que observan el cosmos. Este sistema, tradicional en astronomía, también se sigue, por ejemplo, con el acelerador de partículas Sincrotrón de Grenoble, e incluso el LHC de Ginebra.
Redacción QUO