Pero que no pase nada es aún peor. En 2008, la estrellita ha estado vaga, ya que ha prolongado su mínimo de actividad bastante más de lo previsto. Los astrónomos estuvieron preocupados pues el Sol no tenía sus habituales manchas. ¿Un signo de inactividad que presagia su apagón? Pero (¡salvados por la campana!) a mediados de octubre comenzaron a aparecer manchas en la superficie. Son los puntos negros que vio Galileo (los astrónomos chinos también habían hablado de esas máculas siglos antes). Esa región activa, en torno a la que aparecen fenómenos como descargas eléctricas, explosiones y eyecciones de materia, tiene una temperatura inferior en unos 1.000 grados a la del resto de la fotosfera.
Otras veces es temible. Sucedió en 1970 con el Skylab, una estación espacial estaodunidense tripulada, y con el Solar Maximum Mission, un satélite de la NASA, once años después. Ambos se escacharraron para siempre por las eyecciones de la corona solar. Estos chorros los lanza violentamente el caprichoso astro, y unos cuatro días después golpean la magnetosfera terrestre, nuestra burbuja protectora. Pero antes pueden destrozar con una toba a los pretenciosos satélites de telecomunicación humanos, unos 1.000, que están en las órbitas de baja altitud (entre 200 y 1.200 km). Dependemos de ellos para poder ver la tele, usar el móvil, navegar con GPS y pronosticar el tiempo, y además es un negocio que mueve miles de millones de euros anuales y no se puede dejar a merced de algo tan irascible.
Cerca, aunque dentro del campo magnético terrestre y con cierto grado de protección, hay seres humanos trabajando en la Estación Espacial Internacional. Por eso no es raro que los avisos de tormentas solares, lo que se conoce como space weather, o tiempo espacial, sean tan esperados como un parte meteorológico.
Cuando el Sol se enfada de veras, su ira llega incluso a la superficie de este tímido planeta. El 13 de marzo de 1989, una central de transformación saltó por la tensión inducida por una tormenta solar, y dejó a más de un millón de habitantes de la región de Quebec a oscuras. Unos meses después, el 4 de junio de ese año, la actividad solar pudo estar detrás de una explosión en un oleoducto que destruyó parte de las vías del Transiberiano y provocó un incendio en dos trenes de pasajeros que mató a 500 personas. Y eso que el máximo de actividad de ese ciclo no llegó hasta el año siguiente.
Así que nuestra estrella, como las de Hollywood, tiene sus días, mejor dicho, sus años; concretamente, 11. Es el ciclo que descubrieron astrónomos como Wolf, en 1998. Roger-Maurice Bonnet, director del Instituto Internacional de Ciencias Espaciales (ISSI) de Berna (Suiza) explica: “El ciclo solar de 11 años afecta a las capas superiores de la atmósfera terrestre, especialmente la estratosfera, hasta unos 34 a 40 km de altitud. Ahí está la capa de ozono, que absorbe parte de la radiación ultravioleta: su densidad y tamaño varían con el ciclo”. Este año deberíamos encontrarnos comenzando uno nuevo y así lo previeron los astrónomos. Pero se han tenido que desdecir, el viejo ciclo nunca se ha ido. ¿Otro mal presagio?
Redacción QUO