En una sociedad, la cooperación es una de las piedras angulares para la convivencia. Pero no todos cooperamos del mismo modo. Nuestra colaboración depende del lugar que ocupemos en el grupo, de la edad, del vínculo… Y también depende mucho del sexo: hombres y mujeres no cooperamos del mismo modo. Ellas, por ejemplo, cooperan más cuando están siendo observadas por otras mujeres; los hombres tienden a cooperar mejor en grupos grandes; y mientras un grupo de hombres es capaz de cooperar mejor que uno de mujeres, si el grupo es mixto, ellas son más cooperativas.
Ahora un nuevo estudio, publicado en Scientific Reports, no solo se centra en la conducta de las personas, sino también en su actividad cerebral. Y los resultados muestran que en este caso también hay diferencias de géneros.
«No es que ser hombre o mujer nos hace mejor para cooperar – aclara el autor principal del estudio, Allan Reiss, de la Universidad de Stanford –. Solo hay diferencias en la forma en que cooperamos”.
El equipo de Reiss analizó el cerebro de 222 voluntarios mientras trataban de sincronizar una tarea (pulsar un botón cuando aparecía un círculo), sin poder hablar entre ellos. Para ello los dividió en parejas de dos hombres, dos mujeres o mixtas. De acuerdo con las conclusiones, las parejas masculinas tenían mejor resultado que las femeninas. A pesar de esto, la coherencia cerebral, la similitud en la actividad, observada en cada pareja era muy similar.
“En las parejas del mismo sexo – explica Resiss – el aumento de la coherencia se correlacionó con un mejor rendimiento en la tarea de cooperación. Sin embargo, la ubicación de la coherencia difería entre los grupos masculinos y femeninos”. Lo que sorprendió a los investigadores fue que las parejas mixtas obtenían altos grados de cooperación, pese a no mostrar signos de coherencia cerebral.El objetivo de Reiss es continuar estas pruebas con el propósito de explicar cómo evolucionó la cooperación en los seres humanos y si se ha seleccionado de modo diferente en hombres y mujeres. «Hay personas con trastornos como el autismo que tienen problemas con la cognición social – concluye Reiss –. Tenemos la esperanza de que esta información nos permitirá diseñar terapias más eficaces para ellos”.
Juan Scaliter
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