La American Chemical Society (Sociedad Estadounidense de Química), ha publicado un vídeo mostrando qué ocurre cuando comenzamos a beber y cuando nos excedemos. Sea vodka, gin tonic, vino, cerveza o algún moderno combinado que prepare tu barista hipster, todos ellos contienen el mismo compuesto químico: etanol.
Y ahí comienza la fiesta. El etanol se enlaza a dos receptores: GABA y NMDA.
El primero de ellos se vincula a tu conducta, así cuando GABA y etanol se combinan, te relajas y llega la etapa de despreocupación. Al mismo tiempo el alcohol bloquea los receptores de NMDA, lo que nos hace sentir más cansados e interfiere con nuestra memoria por una regla de tres simple: más alcohol, menos recuerdos.
Pero hay más. El etanol provoca que el cerebro libere norepinefrina, adrenalina y cortisol. Este cóctel de neurotransmisores y hormonas acelera el ritmo cardíaco, nos da un subidón de energía y llega más oxígeno al cerebro, aumentando nuestra percepción, de ahí que seamos más sensibles a los sonidos y las luces de las discotecas (hasta cierto punto, claro).
Y es en ese momento cuando aparece la dopamina que, combinada con el alcohol y la inhibición de ciertas conductas es lo que provoca el famoso comportamiento de “Tío, cuánto te quiero”, sin importar que sea amigo, desconocido, objeto o animal. Y también el responsable de esos mensajes de madrugada a ex parejas.
Puedes culpar de estas malas decisiones a la lentitud de ciertos procesos del pensamiento, ya que el etanol impide que el cerebro funcione a velocidad normal. De ahí que pensemos que podemos bailar como Michael Jackson o, peor aún, hacer parkour a nivel olímpico.
El etanol también impide la llegada de hormonas como la hormona antidiurética o ADH, que controla la reabsorción de moléculas de agua, lo que te lleva a creer que orinas más frecuentemente y es un aviso para que te rehidrates…con agua. Esta falta de líquido es también responsable de la torpeza de movimientos, ya que los músculos, después de un tiempo de beber, comienzan a verse afectados.
El verdadero problema llega cuando el alcohol traspasa la barrera sanguínea y comienza a inmiscuirse en los procesos del cerebro. Nos hace creer que no tenemos frío, aunque afuera los pingüinos estén estornudando. Beber con el estómago vacío puede llevar el alcohol a nuestro cerebro en apenas un minuto, lo mismo que ocurre con las bebidas carbonatadas y con azúcar, por eso el ron con cola sube tan rápido.
Juan Scaliter
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