Durante décadas, el permafrost de Siberia (la capa de suelo permanentemente congelada) ha sido famosa por su capacidad para conservar en perfecto estado diferentes muestras biológicas a lo largo de miles de años, como estos cachorros de león que vivieron más de 30.000 años atrás y aún conservaban su pelaje o dos ejemplares de mamut cuyo estado de conservación permitió secuenciar su ADN.
Pero estos son ejemplos inofensivos y científicamente atractivos para los expertos. El problema es que el permafrost es un arma de doble filo. Durante miles de años, el permafrost ha acumulado enormes cantidades de gases. Una “bomba” que podría explotar en cualquier momento.
Un estudio de 2013, liderado por Anton Vaks, descubrió que un aumento de la temperatura global de 1,5 ° C sería suficiente para provocar que el suelo se descongele. Pero los últimos veranos, anormalmente calurosos en la región, han llevado a los investigadores a sospechar que este proceso ya ha comenzado. El primer testimonio de esto es que algunos virus, congelados e inactivos, han comenzado a escapar, algo que si bien constituye una nueva oportunidad para investigar (y hasta descubrir antiguas cepas de ántrax) también trae consecuencias.
En 2014, científicos rusos descubrieron un cráter de unos 30 metros de ancho con enormes concentraciones de metano: hasta el 9,6%, una cifra altísima, teniendo en cuenta que habitualmente el aire en la región tiene una concentración de apenas 0.000179%.
Un año después un periódico local mencionaba que se habían descubierto 15 burbujas con concentraciones de metano 200 veces por encima de lo normal. Y en 2016 ambas cifras aumentaron: las burbujas descubiertas ya suman 7.000 y el aire que escapaba de ellos contenía hasta 1.000 veces más metano que el aire circundante. Y 25 veces más dióxido de carbono.
“Al principio, una protuberancia es una burbuja – explica al Siberian Times, Alexey Titovsky, director del Departamento de Ciencia e Innovación de la región –. Con el tiempo, la burbuja explota, liberando gas. Lo que necesitamos saber ahora mismo es qué protuberancias son peligrosas y cuáles no”.
Así es cómo se ven y se sienten, las ya famosas burbujas.
Juan Scaliter
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