Hans Christian Andersen viajó por la zona para escribir algunos de sus relatos. Los hermanos Grimm vivieron aquí para impregnarse de sus leyendas y Wolfgang von Goethe ubicó en su pico más alto, el Brocken, su Fausto. Se trata de las montañas Harz, en Alemania, una tierra que durante siglos estuvo impregnada de relatos de brujas, espíritus y magia negra.
Allí justamente fue Harry Price un escéptico que se enfrentó durante su vida a charlatanes, vendedores de fantasmas y pitonisas.
En estos picos sobrevive aún la leyenda del Mefistófeles creado por Goethe, a tal escala que existe un sendero bautizado con el nombre del escritor. De acuerdo con los relatos de Price, en su libro Confesiones de un Cazafantasmas, en 1932, para celebrar el centenario de la muerte de Goethe, se le invitó a participar de un evento único. La excusa era que Price poseía un ejemplar de un antiguo libro de magia negra. Los anfitriones fueron los organizadores de los eventos por el centenario de la muerte del autor de Fausto.Y el objetivo era, ni más ni menos, convertir una cabra en un niño.
Para Price era una oportunidad perfecta para “demostrar la futilidad de los antiguos rituales mágicos en el siglo XX”, según explica en su libro.
Uno de los hechizos de la obra de magia negra era el Bloksberg Tryst, un ritual en el que se transformaba una cabra en un niño y requería de varios pasos: obviamente debía ser realizado por la noche, con luna llena, había que encender una hoguera de pinos y se precisaba la presencia de una “doncella pura de corazón y vestida de blanco inmaculado”. Y una cabra, claro.
Price, con sombrero, el filósofo y amigo suyo C.E.M. Joad y la doncella. Ah! Y la cabra. Crédito imagen: Lantus/Public Domain
En el círculo mágico dibujado sobre la tierra, la doncella debía hacer girar tres veces al animal pronunciando un encantamiento “Procul O procul este profani” lo que en traducción libre significa: Idos echando leches, profanos.
Cuando la magia empezara a funcionar (?) la luna debía ocultarse y en ese momento la doncella tenía que cubrir a la cabra con una manta blanca, que luego quitaría dejando ver a un niño en su lugar.
En el apogeo del ritual. Probablemente no funcionó porque la cabra está fuera de línea, según se observa en sus patas delanteras. Mefistófeles lo consideró fuera de juego. Crédito imagen: Rebecca Bird/Public Domain
Price llevó a cabo el ritual dos veces, con la presencia de la prensa. Y obviamente no pasó nada. Probablemente debido a lo chapucero del experimento: la falta de especificaciones relativas al material de la manta (nadie se percató si debía ser de seda, algodón o lino), quizás la fogata no era de pino y si lo era seguramente mezclaba diversas especies, puede que la cabra estuviera embarazada (los partos múltiples y Mefistófeles no se llevan bien, todo el mundo lo sabe) o puede que la doncella no haya sido tan doncella…
La prensa de la época se hizo eco del experimento destacando que “este tipo de investigaciones son un paso más hacia el progreso de la ciencia, ya que un verdadero científico se enfrenta a todos los fenómenos sin prejuicio” (Evening Standard, 18 de junio de 1932).
Y no, nadie sabe qué fue de la pobre cabra.
Juan Scaliter
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